Inevitablemente decidimos, aun la indolencia es una decisión.

Por razón de nuestra psique, tomada como conjunto de procesos conscientes e inconscientes, no es posible la no-decisión.

La determinación es mucho más que un acto de valentía, es una sana vinculación a lo existencial.

Toda decisión contiene consecuencias y contingencias regadas por el azar, en el acto de asumirlas, cimentamos la piedra angular sustentadora del poder personal; poder que, por otra parte, se define como la responsabilidad de hacernos cargo de nuestras capacidades, incidiendo y transformando tanto el ámbito personal como el mundo que nos rodea.

Es por ello la mayor y más verosímil conquista de la urdimbre necesaria para darle un sentido propio a la vida.

Sin embargo, el “desvalimiento” (tomado como rol o teatralización), habita en el extremo abisal del poder personal, es su antinomia y su claudicación.

Aquellos que delegan sus capacitaciones y recursos, distraen su patética existencia en pasatiempos como la idealización, por poner un ejemplo, cuya aciaga función es estar entretenidos “hasta que llegue la muerte” o “vengan los reyes magos”, que lo mismo da.

Quien idealiza se ningunea y se miente, encantado de conocerse en un victimismo manipulador que cede su poder personal a otros, o tal vez a grupos consolados por creencias mágicas y en su gran mayoría patriarcales.

Los seres humanos podemos planificar el futuro sin estar en él, crear el cambio en nuestra vida a partir de hipótesis y de voluntad. Esta facultad tiene como puente al pensamiento para modificar las emociones con las que, finalmente, actuamos.

En esa búsqueda del ser en continuo cambio, se hace imprescindible la necesaria introspección, contemplativamente activa, para deshojar las corazas que tejemos sin saberlo, y fluir adaptativamente ( no sumisamente).

Luchar contra la realidad es un fatal error de estrategia, y una confrontación perdida de antemano.

La realidad hemos de hacerla nuestra aliada, por más que en ocasiones no nos guste, la única manera de transformarla es conociéndola con los menores puntos ciegos posibles. Hay que caminar sobre lo real y su intrínseca entropía, como se hace sobre el dolor y el caos, para atravesarlos y dejarlos atrás.

Soltar roles y representaciones espurias y abrazar la autenticidad prístina, para llenar las aguas del alma de desnudez.

En definitiva, coger con fuerza las riendas de la propia vida es condición de posibilidad para acercarnos a la vida que deseamos.

Eso es en potencia la esperanza y, sea cual sea la meta, no se puede vivir sin ella.

Pues, irremediablemente, la verdad siempre está a medio camino entre dos paradojas.

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