Nos explicaron que la historia era aquella ciencia social que estudiaba el pasado para no repetir en el presente o el futuro los errores que se cometieron en tiempos pretéritos. Nos lo explicaron, pero a juzgar por el devenir de nuestro mundo, parece que la historia es el basurero del que se desentierran los monstruos. Sino cómo se explica que el fascismo esté regresando. Cómo es posible que en algunas naciones del llamado Occidente la única solución ante el reto planetario al que nos enfrentamos (demográfico, ecológico, social, político y económico) sea la violencia y el odio a lo distinto. Cómo puede ser que Estados Unidos esté actualmente dirigido por un fascista.

Manos al cielo y exclamaciones: eso no es fascismo, el fascismo es muy distinto, hoy día debemos llamarle nacional populismo de derechas. El problema que tenemos de memoria histórica resulta colosal. Recordamos la última fase del fascismo o el nazismo, pero somos incapaces de recuperar la expresión de ese movimiento cuando nación en los años 20 del siglo pasado. Entonces se parecía al fantasma que hoy recorre Europa.

El fascismo antes del fascismo

Partidos como el Frente Nacional en Francia, el UKIP en Gran Bretaña o Alternativa por Alemania son la expresión política de una ideología basada en el miedo, que ya estaba latente antes de que esos partidos aparecieran. En un interesante artículo publicado por el director de Vilaweb, Vicent Partal, se nos explica que 49 de las 50 ciudades del planeta (la excepción es Singapur) en las que mejor se vive, están protegidas del llamado mundo en vías de desarrollo o tercer mundo por un muro. Palestina, el mar mediterráneo con avanzadillas en Ceuta y Melilla, el sur de los Estados Unidos o la barrera norte australiana son algunas de esas murallas del odio que, sorpresa, no fueron construidas por partidos filofascistas; por mucho que sean ellos los mayores defensores de tales aberraciones.

Igual que los muros, las ideas que consideran al que es diferente como una amenaza y que al mismo tiempo ensalzan a los que son como uno mismo cual héroes, ya estaban metidas en nuestra sociedad desde antes de que los partidos de extrema derecha empezaran a articularse como opciones políticas ganadoras. Fue la democracia neoliberal la que ante la crisis global del cambio de milenio, no supo (en pasado porque el mundo empieza a entrar en los minutos de descuento) dar otra respuesta que no fuera el aislacionismo o los drones.

El neofascismo en Europa

Así llegamos hasta el día de hoy con un problema doble: por un lado la mentalidad fascista que recorre Occidente y que se ampara en la seguridad como mayor argumento, y por otro lado unos partidos fascistas en auge. Luego puede sacarse a pasear el apartado justificativo que se tenga, pero a grandes rasgos, somos cada vez más fascistas y tenemos los partidos que nos merecemos, porque preferimos la opción fácil de palabra vacía que asomarnos al abismo de la realidad compleja.

Si en la primera parte del problema hasta los partidos tradicionales han empezado a empaparse de ciertas ideas pertenecientes a esta terrible ideología, en el segundo, el día futuro en el que los partidos de extrema derecha sean mayoría en el Viejo Continente es cada vez más factible; más cuando la primera potencia mundial y Rusia están encabezadas por dos hombres que parecen simpatizar con esta corriente político social.

Si traducimos las ideas a números, como en una brillante infografía de Yorokobu titulada «La extrema derecha nacional populista«, vemos que esos partidos, antes de la Guerra de Irak, apenas tenían representación democrática. En la actualidad, la mayoría de ellos alcanza en Europa cifras al entorno del 10% de la representación electoral. En los casos más preocupantes, sus votantes llegan hasta el 21%, como en Francia o en Dinamarca, o hasta el 37% como en Polonia.

Nacionalistas, antimiinmigración, antislam, antieuropeos y antieuro, éstas son las cinco características en las que coinciden los partidos fascistas de nueva cuña. Existen otros ítems en los que no todos las formaciones de extrema derecha coinciden como lo son el tradicionalismo, la religión y la filiación prorusa. Es de suponer que un partido que cumpla al menos la mitad de esos rasgos debería entrar en la lista de partidos fascistas europeos.

El fascismo en España

En dos ocasiones he escuchado la misma canción: en España no hay partidos fascistas porque el 15M supuso un freno, una canalización de la angustia social por la izquierda. Se lo he escuchado decir al rapero catalán Pau Llonch y se lo he escuchado también a Juan Carlos Monedero. Si dos tipos de su talla intelectual y a los que tengo mucho respeto lo dicen, tendrán sus motivos para creerlo. Sin embargo y volviendo al principio, es un error de mirada pensar que en España no hay partidos fascistas porque la movilización social de izquierdas ha sabido detenerlos. En realidad y si echamos la vista atrás y situándonos en el primer tercio del siglo XX, descubrimos que en España los partidos de este tipo representados entonces por la Falange de las JONS, nunca tuvieron peso alguno. Atención al dato: en las elecciones de 1936 la formación creada por José Antonio Primo obtuvo la gloriosa cifra de 6.800 votos.

Por aquel entonces entre la UGT y la CNT sumaban más de 2 millones de afiliados en un país con una población de aproximadamente 25 millones de habitantes. Si asumimos las cifras máximas más exageradas de afiliados a la Falange, 80.000 miembros, la posibilidad que tenías de levantarte una mañana del 36 y ver un fascista eran infinitesimalmente bajas en comparación con las que tenías que coincidir con un sindicalista socialista o anarquista.

Con todo esto (y sin contar militantes de partidos políticos de izquierdas y democráticos, y de otros sindicatos del mismo carácter), en España nos tragamos 40 años de dictadura fascista. Otra vez se puede sacar a pasear el aparato justificatorio, pero se mire por donde se mire el franquismo era una forma del fascismo.

Es cierto, el 15M ayudó a que la protesta social no se fuera por donde no debía. Pese a esto deberíamos preocuparnos y mucho del fascismo latente que existe en España, y vigilar con lupa sus posibles válvulas de escape. A saber: un partido en el gobierno que cumple 5 de los 8 rasgos achacados a los partidos de extrema derecha europeos y unas fuerzas de la ley que no tienen ningún reparo en manifestarse en contra de sus legítimos representantes.

Ya pasó una vez y no está escrito en ningún sitio que no pueda volver a suceder.

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