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Pirrónicos contra académicos

En la gran disputa de los pirrónicos contra los académicos siempre surge un bar de tapas almeriense lleno de las fotos de las películas de Berlanga

Antonio Guerrero
Antonio Guerrero
Antonio Guerrero colecciona miradas, entre otras cosas. Prefiere las miradas zurdas antes que las diestras. Nació en Huelva en 1971 y reside en Almería. Estudió relaciones laborales y la licenciatura de Filosofía.
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análisis

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Era de esperar. En un momento determinado todos los pirrónicos acompañados de su maestro decidieron dirigirse a la puerta de la academia donde estaban los neoplatónicos, un local muy mono en la Avenida del Mediterráneo. Pirrón, que era muy atrevido, fue el primero en proferir gritos. Entre sus expresiones salieron artefactos como: no creemos en los dogmas, no apostaremos nunca por discursos vacios, aseveró. 

Arcesilao, que llevaba poco tiempo en Almería, salió apresurado y sofocado desde el interior de las instalaciones. Le habían dicho que esta provincia era tranquila y que era fácil montar una academia y vivir de la docencia. Muy asustado de que pudiera llegar a pasar algo se atrevió a responder: nosotros somos escépticos, más que vosotros, dijo en voz alta.

A lo que Pirrón le dijo: mentira, vuestro escepticismo se confunde con los dogmas. Nosotros predicamos un sano escepticismo sin manchas y lejos de la academia, sentenció. Puede que por el fulgor de lo que estaba aconteciendo alguien tuvo la maravillosa idea de avisar a seguridad. Y precisamente apareció en ese justo instante un joven alto y muy serio, un poco calvo, que afirmó haber estudiado filosofía: a ver amigos, no se trata que sigáis con vuestras viejas disputas.

El escepticismo es el origen de la filosofía y da igual que nos conduzca a la calle o a la academia. Este invento de la filosofía debe estar en los dos lugares, dijo con rotundidad. ¿Y tú quién eres?, preguntó Pirrón. Pues un vigilante de seguridad ¿pasa algo?, respondió con fuerza.  ¿Un vigilante de seguridad que sabe de filosofía?, pregunto ahora Arcesilao.  Pues sí. También se tocar la flauta.

Si le parece bien ahora la saco y se la enseño, frivolizó. Un poco después apreció una patrulla de la policía local que venía de la jefatura: ¿qué ocurre aquí?, dijo el agente. Nada, que nos íbamos ahora todos a ese bar de enfrente. Cuando digo a todos me refiero a nosotros, a Arcesilao y al vigilante, anunció con una mueca. Si, dijeron todos los presentes a la vez y comenzaron a caminar.

Al poco la academia se quedó vacía, al igual que la calle. En el bar de enfrente, el típico bar almeriense de tapas, estaban todos filosofando. El dueño del establecimiento era un gran amante de las películas de Berlanga. Tenía fotos por todas las paredes que retrataban las grandes escenas de sus obras, acaso ese mismo momento.

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