Desde hace largos días, en el Perú, resuenan los resultados del escrutinio de las actas y votos emitidos durante la “segunda vuelta” en el proceso de elecciones a la presidencia de la República: falta, sin embargo, todavía, la respuesta del Jurado Nacional de Elecciones a todos los pedidos de nulidad y a las diversas apelaciones de actas electorales observadas.
Si una ha leído y escuchado los mensajes cruzados entre las candidaturas, pero sobre todo las opiniones, miedos y pasiones que han circulado entre la ciudadanía, esta segunda vuelta era entre “la democracia” y “el comunismo”, entre “la paz” y “el terrorismo”, entre “la propiedad privada” y “otra Venezuela”.
Los resultados del escrutinio señalan que el candidato “comunista”, “terruco” y que “hará del Perú otra Venezuela” ha obtenido amplísimas mayorías en los diez distritos (pertenecientes a provincias, y éstas a Departamentos) más pobres del Perú, en los que entre el 76% y el 81% de la población vive en situación de pobreza extrema, y que la candidata “demócrata”, que “salvará al Perú del comunismo” (como ella misma dijo en uno de sus spot de campaña) ha obtenido holgadas mayorías en los diez distritos menos pobres del Perú, situados entre Lima, Arequipa y Moquegua (entre 0 y 1% de población en situación de pobreza).
Más allá de quiénes son Pedro Castillo y Keiko Fujimori, en realidad, uno y otra han sido y son aquello que la ciudadanía ha querido hacer de cada cual: para una parte del Perú ha sido necesario construir a un candidato libertador de tres siglos de invisibilidad y de otros dos de… de invisibilidad también, y para otra parte del Perú ha sido necesario construir al mismo candidato como al monstruo comunista y terrorista que podía arrastrar al Perú al aislamiento económico internacional. Para esta otra parte de la población ha sido necesario construir a la candidata como libertadora del país frente a la amenaza del abismo, y para la mayoría, dentro de esta segunda parte, ha sido necesario construir a la candidata como continuadora: porque cuando las cosas no cambian, tal vez algún día la suerte propia es la que puede cambiar.
Desde que América fue lo que los conquistadores quisieron que fuera, hasta que los Estados Unidos decidieron qué era democracia, qué era dictadura, qué era comunismo, y qué era desarrollo en América Latina pasaron siglos de colonialidad. Colonialidad que significa desigualdad entre distintos, apropiación y uso privado de lo público, y apropiación de los cuerpos de las mujeres. Colonialidad que significa que lo público de uso privado -es decir, el Estado- está en las capitales, pero ausente en las provincias, pobladas de invisibles.
Ni Pedro Castillo ni Keiko Fujimori llegaron a la segunda vuelta con cifras dignas de ser representantes de la ciudadanía (18,9% el primero y 13,4% de los votos totales la segunda), pero lo cierto es que en este momento son la fotografía de la polaridad, de la distancia, de la inexistencia de un Perú a ojos del otro: el más pequeño, por cierto.
Las cifras macroeconómicas del Perú siguen siendo, en Abril de 2021, excelentes: la exportación ha crecido sustancialmente y también la inversión internacional, pero los niveles de violencia contra las mujeres dispararon las cifras de desaparecidas hasta 12.000 desde el inicio de la pandemia, la pobreza creció afectando al 30% de la población ya en agosto de 2020, y según OSIPTEL en Lima Metropolitana 9 de cada 10 hogares tienen acceso a Internet, pero solo 4 de cada 10 en las zonas rurales, con las consecuencias que eso ha tenido y tiene en el derecho a la educación de la población en edad escolar: las futuras generaciones el país.
Hace casi dos siglos, en sus “Peregrinaciones de una Paria” Flora Tristán ya decía que “cuando la totalidad de los ciudadanos sepa leer y escribir, cuando los periódicos penetren hasta la choza del indio, encontrando en el pueblo jueces, cuya censura habréis de temer y cuyos sufragios debéis buscar, adquiriréis las virtudes que os faltan”
El Perú es un país diverso, eminentemente pobre, en el que la mayoría no existe: como en el siglo XVI, como en el siglo XIX, como cuando a fines del siglo XX le aparecieron casi setenta mil muertos que nunca habían nacido. Es muy significativo que el lugar del Perú en el que más votos ha obtenido el candidato “terruco” haya sido el pueblo más golpeado por el terrorismo de los años 80: Uchuraccay. La persistencia de una minoría peruana en defender “el estereotipo de la ingenuidad indígena”, tal vez, ya no pueda seguir siendo la clave del mantenimiento de la colonialidad en el siglo XXI en el Perú.
Toca, ahora, aceptar la realidad y sobre todo mucha implicación ciudadana para la fiscalización de cualquiera de los dos proyectos políticos, sabiéndose iguales todas y todos los ciudadanos, aunque sean distintos.
Toca ahora mirar la fotografía de más de la mitad del territorio invisible, de la mayor parte de la población invisible, pensar los excelentísimos recursos del país, ajustar públicamente los engranajes del Estado y ser, de verdad, por fin, un Perú moderno que sepa, pueda y quiera mirarse a sí mismo queriéndose.