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Persigue tus sueños, pueden llegar a ser realidad

Félix Lareki Garmendia
Félix Lareki Garmendia
Licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad de Bilbao. Su carrera profesional fundamentalmente la ha desarrollado en Xerox España S.A.U.. Exprofesor de la Escuela Superior Universitaria de Marketing en la Cámara de Comercio de Bilbao, del Master de Marketing y de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad del País Vasco UPV - EHU. Durante 8 años ha estado en política en el País Vasco. Vicepresidente de la Asociación Internacional Aulamar para personas discapacitadas para el disfrute de la navegación a vela. Tiene publicados varios libros con ESIC Editorial. Su lema es “pasión por el arte y las personas”, lector empedernido, escritor y analista social.
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En aquella época los balones de futbol tenían una cuerda –un cordón de cuero- que mantenía la cubierta del balón apretada y hacía que por la válvula de inflado no se escapara el aire. Tenía dos grandes inconvenientes, uno era que cuando llovía y se jugaba en campo de barro, el balón podía llegar a pesar más de dos kilos, lo que dificultaba mucho el juego pues más que un balón parecía una piedra y otra es que cuando uno le daba a la pelota en un rechace con la cabeza y coincidía en la zona de la cuerda, le dejaba a uno “frito” con la frente marcada y la consciencia tocada.

Yo me ponía de portero, pues era el puesto que me gustaba, Euskadi siempre ha sido una buena cantera de guardametas, tenía 12 años y el deseo inmenso de jugar a futbol en el equipo de mi ciudad, la Real Sociedad cuidando la portería para defender m i tierra y los colores blanquiazules. Mi objetivo es que la pelota no traspasara la línea de gol para lo que me empleaba con todas mis fuerzas. Los postes eran piedras situadas en una campa donde a veces iban corderitos a comer. Tenía unas rodilleras que me prestaba un amigo del colegio y que impedían que mis rodillas quedaran marcadas, estaba orgulloso de tenerlas, así me sentía más guardameta todavía. En cualquier caso consideraba una herida necesaria si quería ser como los jugadores que aparecían en el álbum de cromos de una fábrica de chocolates. Coleccionaba jugadores de futbol y ciclistas al igual que muchos amigos míos. Futbol y ciclismo, pero siempre tiraba mucho más lo primero, además es lo que más se hablaba en un país de postguerra en el que había mucho que silenciar.

Uno terminaba el entrenamiento, normalmente lleno de barro o con heridas en las rodillas, manos y caderas, contando con las pocas veces que habían traspasado mi portería improvisada-llevaba un registro al efecto-, mis amigos y yo nos acercábamos a una fábrica de gas cercana, ya muy viejita  que a los pocos años la quitaron, rodeada de magníficos manzanos que casi siempre estaban bien vigilados por el casero de turno, lo que nos obligaba la mayor de las veces a salir huyendo con los bolsillos llenos de “txanas” –manzanas en euskera-, para no ser apresados.

En el peor de los casos denunciados a la guardia civil, lo que limitaba el castigo a una fuerte reprimenda por parte de nuestros padres, es decir una gran bofetada que me dejaba la cara marcada durante la siguiente semana o en el peor de los casos sin paga semanal, lo que impedía saborear el magnífico polo de dos reales de cada domingo.

Volar y volar, soñar

Todas estas cosas siguen llenando mis sueños intermitentes, aunque a veces algo deformados. Ahora que estoy algo pasadito en años pues han transcurrido alguno desde dichas andanzas, sigo soñando y despertándome de forma habitual, como así lo he reconocido muchas veces en presencia de amigos y gente conocida.

Son frecuentes los muchos sobresaltos mientras duermo. Lo hago plácidamente, después los recuerdo. Ahora pienso que mis sueños se cumplieron, después de jugar con el C.D Pasajes y ser el portero menos goleado de Gipuzkoa, me ficho la Real Sociedad en juveniles. Mis sueños se hicieron realidad. Fue una pasada que recordaré mientras viva.

Eso quizá derivó en la asiduidad para soñar de modo frecuente. Hay uno que se repite con frecuencia hoy todavía, forma parte de mis sueños estrella y se lo deseo contar.

Aparezco volando por encima de una plantación de manzanos en un viaje de ingravidez  que a veces concluye con una caída precipitada y no prevista sobre algunos de ellos. Lo de volar quizá tendría alguna relación con mis sueños por surcar los aires y explorar espacios abiertos, dominando a la naturaleza.  

Los sueños casi siempre son maravillosos y tienen una alta dosis de aventura e imaginación, salgo corriendo, me elevo y diviso como las cosas abajo van perdiendo tamaño, las luces se alejan y surco los aires henchido de felicidad, sabiendo que esto no lo puede hacer cualquier persona de mi barrio. Me he dado cuenta de que no paso nada de frío, aunque el día este un poco al “ralentí” y no suba de los 10 graditos.

Mientras vuelo me hago cientos de preguntas, aunque la más recurrente es saber cómo puedo elevarme de esa manera con solo quererlo. Coger carrerilla y ya está. La mayor parte de mis vuelos sobrevuelan la antigua fábrica de gas, próximo a donde jugábamos al futbol. Otras veces ha pesar del impulso que tomo, no consigo elevarme y concluyo encima de un matorral. Es también la pregunta que me hago, porqué unos días sí y otros no. Quizás sea como la vida misma, unas veces conseguimos nuestros propósitos y otras no, casi siempre pienso, es una cuestión de entrenamiento. Seguro que sí.

Esta misma noche ya con mis muchos añitos, ha regresado el sueño intermitente, me ha costado comenzar a volar y siempre que aprendo, vuelvo a retroceder, al igual que siempre. Será porque hacía tiempo que no lo intentaba. A veces el solo impulso es suficiente, casi siempre tengo que hacerlo para coger una determinada altura que me permita superar las copas de los manzanos. Veo la campa donde entrenábamos, bueno la verdad es que no la veo, pues construyeron la parroquia del barrio, que se llama de la Sagrada Familia. Tampoco en los sueños más recientes veo la fábrica de gas y si una gran urbanización de chalés adosados. Recuerdo mis sueños de niño para hacerme portero de futbol y adivino qué sorpresa me hubiera llevado si hubiera sabido que al final lo conseguiría y a los 17 años pude jugar de guardameta del equipo de mi ciudad después de dos años de competir con otro club más modesto. A veces también sueño con paradas “divinas”.

Nunca llegué a profesional, pues abandoné el equipo de mi ciudad Donostia el último año de juveniles, los estudios apremiaban pero seguí soñando y pude mejorar los despegues, volar cada día con más seguridad, lo que me permitía saborear con fruición las ricas manzanas, las que estaban altas, bueno a decir verdad, algunas con gusanos, entonces se comenzaban a usar fungicidas y esas cosas y los manzanos estaban en lozanía. Al final mi amor por el deporte y la buena forma física ha conseguido que los aterrizajes de mis vuelos no sean tan catastróficos como al principio me ocurría.

Esta noche he vuelto a soñar, cosa que sigo realizando con frecuencia, además gozo de la ventaja que aunque me despierte en pleno sueño vuelvo al punto en el que lo abandoné. Esta noche no tuve suerte con el aterrizaje y me he dado una piña de espanto. Sigo sin aprender después de los años transcurridos. Cuando me he despertado mi mujer me ha dicho que estaba un tanto alterado por la noche, incluso proferí algunos gritos en voz alta, pero ella está ya muy acostumbrada.

Los sueños y la realidad se dan la mano

Es posible que me esté ocurriendo como al más normal de los humanos que no aprenden a pesar de las experiencias vividas, buenas y malas. Pero continúo. Obstinadamente continúo.

Siempre me hago la misma pregunta, como es posible con lo que esta cayendo en lo político, en la sociedad, en las necesidades de la gente, no se sueñe lo suficiente para hacer realidad los sueños.

Quizás la continuidad de mis sueños a un pasado que no volverá, me está indicando que la solución está por venir si ponemos empeño. Que los sueños pueden ser una realidad, que soñar solo es una cuestión de práctica y que la realidad puede ser tan hermosa como queramos imaginarla si nos lo empeñamos.

Una sola noche hace escasos días, soñé extrañamente con un ejército de muertos, estaban todos alineados en la carretera, salían renqueantes de los hospitales y de las residencias de ancianos, se acercaban a la orilla del mar, se recostaban en la playa, entonces dejaban de moverse. Me desperté sobresaltado y pude acordarme no sin cierta confusión que estábamos en tiempos de epidemia y teniendo en cuenta que no se rezar, les deseé lo mejor. También me percaté que debo cuidarme de ciertos peligros.

Me volví a dormir henchido de tristeza y dolor, sabiendo que vivo puedo atisbar todavía un futuro de vida y esperanza. Que merece la pena seguir soñando e imaginándonos una sociedad más justa, para construir un futuro mejor.

Ahora también sueño con la idea de los años que me restan por vivir y de cómo serán y del papel que me tocará interpretar. Por eso con frecuencia aprieto el acelerador de mi rugiente moto Honda Shadow 750 y me pierdo por los caminos intentando encontrar respuestas detrás de cada curva, con mis canas al aire.

Son las 7 de la mañana, me he incorporado para orinar. Me he levantado con bastante pereza, he visto rastros de pisadas sucias de tierra y hierbas en el pasillo. A los pies de  mi cama había una cesta llena de manzanas. En el baño junto al papel de wáter he visto una cuerda de balón, llena de barro.

Me he quedado petrificado y he pensado ¿Cómo es posible?, e inmediatamente he susurrado, los sueños pueden llegar a ser realidad.

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