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Pero qué quieren los catalanes (i II)

Jordi Sedó
Jordi Sedó
Filólogo y maestro. Su formación es fundamentalmente lingüística. Domina siete idiomas y, profesionalmente, se ha dedicado a la enseñanza, a la sociolingüística y a la lingüística. Se inició en la docencia en un centro suizo y, posteriormente, ejerció en diferentes localidades de Cataluña. Hoy, ya jubilado de las aulas, se dedica a escribir, mayormente libros y artículos periodísticos, da conferencias y es el juez de paz de la localidad donde reside. Su obra escrita abarca los campos de la lingüística, la sociolingüística, la educación y el comentario político. También ha escrito varios libros de narrativa.
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análisis

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En la primera parte de este artículo, intenté explicar algunas de las razones que mueven a los catalanes a considerar que el Estado español no nos sirve y que es por eso que una parte muy sustancial de los ciudadanos queremos que se respete nuestro derecho a la autodeterminación. En esta segunda parte, intentaré apuntar algunas razones más en esa misma dirección.

A todo lo que expliqué en la primera parte, que ya es mucho, podemos sumar unas cuantas cosas más, como, por ejemplo, lo que nos muestra, al echar un simple vistazo, un mapa de resultados electorales, donde, sufragio tras sufragio, queda bien claro que partidos que suelen ser mayoritarios en la España de lengua castellana, devienen residuales en ciertos territorios. Alguna cosa debe de fallar en esta democracia cuando, sistemáticamente, como consecuencia de la aritmética parlamentaria, los catalanes tenemos que tragarnos unos gobiernos cuyos partidos, en Cataluña, tienen un apoyo muy minoritario cundo no, pírrico.

Pero hay más. También está la cuestión fiscal. Que un territorio que representa el 20% del PIB estatal muestre su solidaridad con los otros territorios me parece razonable. Cuando esa solidaridad implica que el primero caiga en la balanza fiscal hasta profundidades inimaginables y que, a causa de eso, muestre unos déficits en infraestructuras que luego le pasan factura en forma de deficiencias en los servicios que otras comunidades no sufren, me parece inasumible.

La cuestión de las balanzas fiscales es muy controvertida y los economistas no se ponen de acuerdo en cuál es el método más justo para presentar los números, pero aun en el caso de que utilicemos el método que dé el resultado menos lesivo para Cataluña, incluso así, las diferencias son tan sustanciales que no se puede por menos que rechazar de plano esas cotas de solidaridad tan elevadas.

Si además de eso, resulta que el aparato del Estado persigue con un encono absolutamente febril todas y cada una de las leyes, resoluciones y reglamentos que aprueba el Parlamento catalán, haciendo una interpretación fraudulenta de la Constitución, de tal manera que leyes tan razonables como la de pobreza energética, por ejemplo, y tantas otras son impugnadas y anuladas; si se atreve a entrar en el Parlamento catalán para intervenir de manera directa en la elección del presidente de la Generalitat como hizo con Carles Puigdemont cesándole, luego con Jordi Sánchez y, más tarde con Jordi Turull impidiendo que se produjeran las correspondientes investiduras encarcelándoles y, últimamente, con Joaquim Torra, a quien tarde o temprano decidirán inhabilitar por algo tan banal como haberse negado a retirar una pancarta; si se imponen durísimas penas de cárcel a los miembros de nuestro gobierno democráticamente elegido por cargos que, en ninguna parte de Europa, han sido considerados suficientes como para conceder la extradición de los que optaron por el exilio; si, además, la judicatura se muestra tan reacia a acatar, como es su obligación, la sentencia del TJUE sobre el nombramiento de Oriol Junqueras como diputado europeo; si se produce todo eso y muchas otras cosas más que no detallaré porque sería imposible ser exhaustivo, es cuando, definitivamente, concluimos que no vale la pena pertenecer a ese Estado y que, con la construcción de uno nuevo, sólo podemos salir ganando.

Un Corredor Mediterráneo que no acaba de llegar, ante el cual se ha llegado a priorizar el Corredor Central para que no favorezca a Cataluña, a pesar de ser éste mucho menos útil; la imposibilidad de volar a determinados destinos sin tener que pasar por Barajas; el estado lamentable de las Cercanías de RENFE; tener un estatuto que, por obra y gracia del Tribunal Constitucional, no fue votado por la ciudadanía como las demás comunidades, las presiones que sufrieron determinadas empresas para que se marcharan de Cataluña a raíz del 1-O; jactarse, la mismísima vicepresidenta del gobierno, Sra. Sáenz de Santamaría, de haber “descabezado” –dijo– la cúpula del independentismo, con un desprecio absoluto por la separación de poderes; la Operación Cataluña llevada a cabo desde las cloacas del Estado; las brutales agresiones del día en que se celebró el referéndum no autorizado; la intolerable judicialización de la política y la intolerable politización de la Justicia; el ninguneo del clamor popular de más de dos millones de catalanes que quieren ser escuchados en las urnas y que están dispuestos a aceptar el resultado democráticamente sea cual sea… No sigo para no cansar.

A pesar de que, efectivamente, existen más agravios, éstas son razones más que suficientes, creo, como para que una parte muy significativa de los catalanes dejemos de plantearnos que el Estado español no es más que una rémora que hay que sacudirse de encima cuanto antes. Porque es que, además, tenemos que soportar que se nos tilde de insolidarios, de supremacistas, de nazis y no sé de cuantas cosas más y, encima, encajar que cuando la policía del Estado que sostenemos también con nuestros impuestos acudió, desde distintas partes de España, a agredirnos con una brutalidad intolerable, lo hiciera al dudosamente profesional grito de “¡A por ellos!”. Simplemente indignante.

Y es que todo lo catalán le parece poco asumible a este Estado. Fíjense ustedes en la paradoja: según ese españolismo nacionalista, centralista y excluyente, que se cree dueño de las esencias patrias, que es el que representan los partidos mayoritarios españoles, resulta que los catalanes tenemos la obligación de considerarnos tan españoles como un extremeño, un castellano o un cántabro. Sin embargo, aquello que es genuinamente catalán no se puede esgrimir como genuinamente español porque parece que atenta contra las esencias del Estado. ¿Puede existir mayor contradicción?

¿Qué es eso de apropiarse de la españolidad de esta manera? Españoles, o lo somos todos por igual –también los catalanes–, con nuestra lengua, nuestra cultura, nuestra idiosincrasia, nuestras costumbres y nuestra particular manera de concebir el mundo a cuestas y en pie de igualdad con los españoles de matriz castellana o ya pueden quedarse con ella para ustedes solos. Si Cataluña es España, tienen que aceptar que esta tierra y sus ciudadanos somos como somos y que tenemos derecho a ser como somos por mucho que no guste. O nos aceptan así o no nos interesa pertenecer a un Estado que nos quiere cambiar a su gusto obviando nuestra voluntad. Son muchos los catalanes que abominan de este Estado y que, sin embargo, se sentirían contentos siendo españoles si ello no llevara consigo haber de renunciar a una parte de su catalanidad.

Continúen ustedes tomando nota, por favor.

¿Pero qué quieren los catalanes? (I)

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3 COMENTARIOS

  1. Para chupar del bote o devolver la millonada que debéis al “estado” español , de eso nada no?
    Yo pienso que me voy a auto determinar cualquier día también. Le parece bien?

    • Devolver la millonada, dice… La millonada que el Estado presta a los catalanes (con intereses) con el dinero que se lleva de los impuestos de los catalanes. Te tienes que reír.

      • En los libros Las Cuentas y los cuentos del Nacionalismo, y Con el Permiso de Kafka, creo que rebaten sobradamente, y con claridad, los argumentos del nacionalismo catalán, que no se sostienen de ninguna manera. Mi pregunta sería, ¿es un movimiento nacionalista o es fascismo?, tengo dudas a la vista de lo que reflexiona sobre estos dos movimientos, Juval Noah Harari.

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