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Pedro Sánchez ya gobierna como un llanero solitario

Aitor Esteban acusa al Gobierno de tomar decisiones sin contar con nadie en las grandes cuestiones de Estado

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análisis

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Algunos partidos con representación parlamentaria conocieron el contenido del paquete de medidas para tiempos de guerra el domingo a las once de la noche, cuando los españolitos se acostaban para ir a trabajar al día siguiente. Otros se enteraron por la mañana y por los papeles. La forma de hacer política de Pedro Sánchez, con nocturnidad y alevosía, ha pasado en poco tiempo del presidencialismo yanqui al cesarismo rampante. O como dice Aitor Esteban: el presidente se comporta ya como un “llanero solitario” sin contar con nadie.

Ayer lunes, el ministro de Presidencia, Félix Bolaños, telefoneó a los portavoces de PP, ERC, Cs, PNV y Más País para explicarles por encima las líneas generales del real decreto ley. Así lo explica el propio Esteban: “Contactar. Estrictamente eso: contactar. Hemos tenido una conversación telefónica de cinco minutos hoy lunes a la mañana. Ahora estoy informándome a través de los medios sobre lo que ha explicado el presidente en su conferencia”, aseguraba el líder vasco en un mensaje en Twitter. Lamentable forma de proceder del Gobierno.

No se puede negar que el decreto de medidas urgentes para paliar la crisis energética derivada de la guerra en Ucrania es sin duda positivo. Más de 6.000 millones de euros en ayudas directas y rebajas de impuestos, una bonificación mínima de 20 céntimos por litro de combustible para todos los ciudadanos, subvención de la factura de la luz y otra inyección de 10.000 millones para financiar proyectos mediante créditos ICO son iniciativas que van en la buena dirección. Otras fórmulas como ampliar los ERTE para proteger los puestos de trabajo amenazados y evitar despidos indiscriminados; prohibir una subida de los alquileres por encima del 2 por ciento; aumentar el Ingreso Mínimo Vital un 15 por ciento; y extender el bono social eléctrico a otras 600.000 familias demuestran que este Gobierno sigue teniendo buena intención y no se ha olvidado de las clases más humildes en medio de una crisis galopante, la originada por la guerra, que llega sobre otra, la pandemia mundial.

Moncloa ha reaccionado como se esperaba con una política social progresista acompañada de inversiones directas a sectores seriamente dañados como el transporte, la ganadería, la agricultura y la pesca, una actitud muy diferente a la doctrina neoliberal a calzón quitado que aplicó Mariano Rajoy tras la crisis de 2008, cuando se dedicó a repartir dinero a los bancos, más de 100.000 millones de euros de los que el Estado no ha recuperado ni el 14 por ciento. Por tanto, nada que objetar al contenido del real decreto, lleva el tinte socialista, refuerza las políticas de protección social y es sensible al sufrimiento de un pueblo cada día más asustado ante la creciente amenaza nuclear de Putin.

Cuestión distinta es que a Sánchez le hayan faltado reflejos, ya que esas mismas medidas podría haberlas adoptado hace un mes. Así se hubiese evitado la furiosa huelga del sindicato de camioneros, el desabastecimiento de los supermercados que ha generado gran alarma social y la ruina de los sectores primarios esenciales para mantener algo tan básico y elemental como la cadena alimentaria de un país. Por desgracia, la parsimonia y la absurda arrogancia sanchista se han traducido en un agravamiento del hambre de los españoles. Los partidos políticos, los sindicatos, la patronal, las oenegés y hasta Cáritas le decían por activa y por pasiva que el país ya no aguantaba más, que se sentara a negociar un gran pacto de Estado y que se bajara del Falcon un momento para ver la realidad de la calle desde abajo, no desde el cielo. Erróneamente, el líder socialista decidió esperar a la cumbre europea y pactar las medidas de choque con los demás socios de la UE. Así llegamos a un punto crítico, cuando la leche empezó a escasear y las empresas lácteas tuvieron que arrojar miles de litros de producto recién ordeñado a las alcantarillas. Mientras Sánchez se jugaba un póker en Bruselas a cara de perro, soltándole el humo del cigarrillo en los ojos a Ursula von der Leyen, la gasolina y el gas se ponían por las nubes, la luz se convertía en un producto de lujo y el país se le iba al garete distópicamente. Es obvio que el jefe del Ejecutivo esperó demasiado, y en esa espera arrogante las ciudades y los pueblos se le infestaron con banderas de Vox.

Al final (eso lo hizo bien) tuvo que dar un puñetazo encima de la mesa de la Comisión Europea, montar el teatrillo del gobernante que se levanta de la reunión muy despechado y amenazar con que, o se concedía la “excepción ibérica” para controlar el disparatado precio de la energía (evitando una rebelión popular de chalecos amarillos en España), o rompía la baraja de los 27. Esta vez (milagrosamente) el órdago in extremis le salió redondo y pudo traerse para Madrid un acuerdo jugoso que da oxígeno a la economía nacional y vida a las familias españolas completamente asfixiadas por la crisis. Ahora bien, pese al éxito, mañana Sánchez tendrá que someter su plan a la confianza del Congreso de los Diputados, un trágala deprisa y corriendo sin apenas tiempo para debatir y sin que las fuerzas políticas tengan toda la información para sacar conclusiones. “En estos decretos se mezclan tantas medidas que alguno puede estar dudoso con algunas pero otras le parecen necesarias. Mañana hay que votar sí o no. No tienes más remedio que tirar para adelante”.

Sánchez podía haberse trabajado todo este asunto de la crisis energética de Ucrania de otra manera, con más talante y talento, con más respeto a las demás fuerzas políticas que se mostraron dispuestas a echar una mano en el Parlamento, pero decidió optar por el camino felipista, o sea el viejo cesarismo, y cabalgar a su bola como un “llanero solitario”, tal como dice el acertado y metafórico Esteban. El colmo de la prepotencia ha sido ese reconocimiento apresurado de la autonomía para el Sáhara bajo soberanía de Marruecos, un brusco viraje en política exterior que altera la tradicional posición de España respecto al conflicto, se salta las resoluciones de la ONU sobre el derecho a la autodeterminación de la nación saharaui –dejando tirado a ese pueblo hermanado con España por lazos culturales e históricos–, y de paso genera una crisis diplomática innecesaria con Argelia. El Sáhara era otro gran asunto de Estado pero, una vez más, Sánchez decidió no contar con nadie. El presidente firmó el documento con el sátrapa marroquí, por su cuenta y riesgo, y optó por escribir la historia él solito. Ni una mala consulta con la oposición, ni una somera comparecencia en la Cortes, todo tirando del apolillado rodillo socialista. Típico de comportamiento bonapartista. Lo malo es que, aunque Sánchez no quiera verlo porque cabalga solo y debe estar cegado por el espejismo y el polvo de una España yerma, los tiempos de la mayoría absoluta ya pasaron y él no es Felipe González. Aunque últimamente esté echando canas, a la manera de gran patriarca Copito de Nieve, y ya solo le falte decir aquello de “por consiguiente”.

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