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Pasa y sin embargo, no discurre

Joan Martí
Joan Martí
Licenciado en filosofía por la Universidad de Barcelona.
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análisis

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Nuestro pasado no existe como algo fijado para siempre, sino como algo continuamente transformado por nuestros actos del presente que le confieren sentido o, por el contrario, se lo niegan. El movimiento hacia delante es indispensable para mantener nuestro equilibrio, pero para que este movimiento no sea ilusorio debemos confirmarlo con nuestro trabajo.

El tiempo, gran destructor, justifica nuestra desesperación y nuestra rebelión contra la estructura insensata e inmutable del mundo. Otra manera de proceder es aceptando nuestra suerte, precisamente porque es la condición misma, porque en nosotros el ángel y la bestia no pueden separarse. Si no estuviéramos condenados al tiempo y por lo tanto, a la destrucción gradual de la muerte, no seríamos humanos.

El presente es la única dimensión del tiempo que nos da una cita real con el mundo. Sólo en el presente y haciendo uso de nuestra libertad responsable, podemos intervenir en la realidad empírica del mundo tal como nos es dado; podemos actuar sobre él, transformarlo. Esto nos resulta imposible si se trata del pasado, no está ahí y el mundo futuro tampoco. Actuar sólo es posible ahora.

Son muchos los que saben exactamente lo que deberían haber hecho ayer o el último año, o lo que querrían hacer mañana o dentro de un año. Pero mientras dejen pasar el presente sin actuar no cambiará absolutamente nada en el mundo.

Debemos señalar que, contrariamente a lo que se dice a menudo, no vivimos el presente bajo la forma de un instante concreto. Sabemos que nuestro tiempo fluye y se esfuma porque en todo momento tenemos un pasado en tanto que hay algo que ya no tenemos. Sin embargo, no vivimos el presente como un transcurso concreto;  si así fuera, ya no tendríamos la posibilidad de comprender, pensar, expresar o realizar nada. Yo sería incapaz de enunciar una frase y ustedes no podrían comprender ninguna. No; vivimos el presente bajo la forma de una “pequeña duración” que, propiamente hablando, no transcurre,  que en cierto modo llevamos con nosotros a lo largo del tiempo, el encuentro del futuro. Pasa y sin embargo, no discurre.

Por ello este “tiempo de la naturaleza”, que es el tiempo de la ciencia, con su única relación “antes-después”, solo admite la relación causal y no una decisión libre, que se sitúa en un presente. De la superposición o más bien, de la fusión de dos tiempos esencialmente tan distintos, derivan la complejidad infinita y el carácter irreductiblemente problemático de la condición humana. El determinismo, que reina sobre la sucesión sin presente de los “antes” y los “después” en el tiempo natural, sigue siendo para el sujeto humano que actúa libremente “ahora”, una obligación restrictiva y, a la vez,  la condición de toda decisión acertada.

El hombre no es nunca completamente libre, nunca empieza del todo el juego; no conoce un primer comienzo ya que el tiempo del “antes” y del “después” está invariablemente allí. Con su causalidad apremiante. Pero sin esa causalidad el hombre no podría tomar ninguna decisión porque sería incapaz de prever sus consecuencias.

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