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“Pareciera que solo nos reconocemos humanos después de un desastre”

Edgar Borges, caraqueño afincado en España, publica ‘Enjambres’, una novela con tintes distópicos donde profundiza en la soledad, el miedo, los recuerdos, demonios nunca derrotados y temores siempre presentes

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análisis

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Remitámonos al conocido refrán: algo tendrá el agua cuando la bendicen. Si un Premio Nobel de Literatura como Peter Handke o un serio candidato a conseguirlo más pronto que tarde, español para más señas, como es el barcelonés Enrique Vila-Matas, han alabado la escritura del venezolano Edgar Borges (Caracas, 1966), afincado en España desde hace años, es porque algo poderoso lleva en sus entrañas. De la literatura de este autor versátil que abarca distintos géneros emana un efluvio a sinceridad y misterio, a honda reflexión por la esencia de la existencia en sí y una profunda preocupación por la física que mantiene siempre al ser humano sobre el alambre aunque nadie dé un céntimo por su equilibrio.

Inquieto e inconformista, Borges busca siempre nuevos registros y en su nueva novela, Enjambres (Altamarea Ediciones), vuelve a demostrarlo después de su impactante La niña del salto. Una plaga de insectos voladores azota una inconcreta ciudad en un presente difuso. En plena huida de la sinrazón y el delirio colectivo, cinco jóvenes buscan refugio en una casa en el interior de un bosque. Allí, todo se confabula en un clima onírico y nebuloso: la soledad, el miedo, los recuerdos, demonios nunca derrotados y temores siempre presentes. Borges consigue que sus novelas se queden en nuestro cerebro mucho después de haber leído sus últimas líneas, como el buen café galopa por nuestras venas horas después del último sorbo.

“Me gusta el apocalipsis que crean los poetas, pero no el que inventan los poderes”

Después de su exitosa y conmovedora La niña del salto, en Enjambres da un giro de 180 grados y apuesta por una historia completamente diferente, una distopía en toda regla. ¿Sentía necesidad de este cambio de registro o la historia le llegó sola, de forma natural?

Llevaba tiempo con la necesidad de contar una historia sobre el rompimiento de las relaciones sociales. Yo no sé si Enjambres es una distopía, en realidad nunca escribo pensando en clasificaciones. Lo que sí puedo decir es que se trata de la historia que más me ha inspirado un hecho real. Desde hace algún tiempo venía prestando especial atención a las discusiones que acontecían en la calle o detrás de las paredes de un piso. Esos hechos presenciales sumados a los enfrentamientos en las redes sociales, me hicieron pensar en una novela donde la sociedad se rompiera dispuesta a enfrentarse en una batalla de “todos contra todos”. De esa observación constante nace el libro, en el primer capítulo el narrador dice: «A partir de las siete de la tarde se profundizaban las guerras urbanas. Sin motivo aparente, cualquier grupo le podía declarar la guerra a otro; el enemigo podía estar en un edificio, en una raza, en un sexo o en una opinión”.

Enjambres llega en un estado global de excepcionalidad, en jaque por una pandemia que evidencia la fragilidad del ser humano. ¿Considera que ha tenido algo de premonitoria su historia en cierto sentido, aunque en ella la amenaza provenga para los humanos de una plaga de insectos y no de un virus?

En la novela la plaga de insectos es una metáfora, pero, en cierto sentido, todo hecho que nos afecta de manera colectiva termina siendo interpretado de distintas formas. Aunque sea en la soledad, cada uno de los afectados asocia la situación con un detalle de su historia personal. Nuestra mirada trasciende cuando somos capaces de vincular nuestra sensibilidad con la de los demás. Por eso me interesaba que, en la novela, más allá del conflicto colectivo, se sintiera la mirada de María José. Necesitaba que el narrador caminara, de algún modo, a partir de la sensibilidad que cada situación iba despertando en ese personaje.

“Todo hecho que nos afecta de manera colectiva termina siendo interpretado de distintas formas”

¿Tienen todas las distopías algo de premonitorias?

Cuando escribimos damos forma a lo invisible; en ese tránsito entre la nada y la creación es posible que el escritor, aún sin saberlo, tropiece con las huellas de lo que está por ocurrir.

¿Por qué la circunstancia que peor combate el ser humano es el miedo?

“El miedo a la soledad es una traición a uno mismo”, dice Cioran. Quizá en esa frase podamos encontrar algunas claves. Salimos a buscar en el exterior todo aquello que no hemos identificado en nosotros; pero ante cada descubrimiento nos paraliza el miedo. El miedo a lo desconocido podría tener relación con el instinto de supervivencia, pero también al miedo lo fortalece la educación que recibimos basada en paradigmas. La noción de verdad la relacionamos con la realidad que nos cuenta el poder, y en ese recorrido, caracterizado por aprender normas, nos perdemos las verdades que tienen que ver con la naturaleza y nuestra relación con el todo. Hemos sido educados para obedecer, a partir de ahí tendremos miedo a todo aquello que ocurra fuera de los manuales de enseñanza.

En cualquier estado de excepción al que se enfrenta el hombre, el caos se abre paso siempre, por mucha cordura que intente imponer pese a las circunstancias extremas que vive. ¿Por qué esto es así y no impera todo lo contrario: el orden y la sensatez?

¿Qué tendría que ser primero, la conciencia o la norma? ¿Una conciencia liberada necesitaría de normas? ¿Normas sencillas de convivencia o normas pensadas para orientar todo propósito y recorrido? ¿Necesitamos de normas para moldear la conducta humana? ¿Quién y para qué nos quiere moldear? ¿Por más que lo eduquen se siente el ser humano ajeno a esta forma de realidad condicionada? Para estas y otras muchas preguntas no tengo respuestas. Dice el narrador de Enjambres sobre María José (personaje vital de la novela): “Quiso tener los treinta mil pequeños ojos de una libélula para ver más allá de la realidad adulta. Pero ella, que tanto le gustaba fantasear, solo tenía dos ojos y un profundo temor del juego que llevaba en mente Adolfo”. Adolfo es el dueño del juego en la casa del bosque. Es probable que entre los ojos y la imaginación se hallen las respuestas. O más preguntas, nunca se sabe.

En su novela, cinco amigos se confinan en una casa en medio de un bosque perdido, a salvo de la autoridad corrupta y de una sociedad en proceso de desintegración. Tan apocalíptico como real, visto lo visto en las últimas semanas en todo el mundo, ¿no cree?

Robert Walser escribe en el inicio de su novela Jakob von Gunten: «Aquí se aprende muy poco, falta personal docente y nosotros, los muchachos del Instituto Benjamenta, jamás llegaremos a nada; es decir, que el día de mañana seremos todos gente muy modesta y subordinada». La realidad nos alcanza y más aún cuando es dirigida. Me gusta el apocalipsis que crean los poetas, pero no el que inventan los poderes. Si analizamos el proceso de la pandemia, pasamos del miedo a la reiteración de que “más nunca volveremos a la normalidad”, dando por hecho que la normalidad anterior era un ideal de justicia y bienestar colectivo. Sin embargo, han pasado a otra fase, ahora la reiteración es otra, nos están marcando las directrices de esa “nueva normalidad”. Y no hablo de las normas lógicas de salud pública, intento hacerme preguntas sobre “los gurúes” del orden mundial que ya marcan las líneas de la nueva realidad. Me parece inaudito que minuto a minuto nos repitan que “más nunca la vida será la misma” como si tuviéramos que entender que lo que se nos viene encima será peor. La obligación de los políticos es gestionar soluciones que siempre lleven a la sociedad a una vida mejor. Si aceptamos que los poderes nos fabriquen el apocalipsis, nuestra rutina será un continuo detonante de pesadillas. La vida tenemos que defenderla sin sacrificar su plenitud.

La distopía es un género literario excepcional que tiene verdaderas obras maestras de la literatura universal. ¿Le ha dado cierto vértigo esta premisa a la hora de abordar su novela?

Es cierto que se han creado grandes obras distópicas, pero cuando una idea trastoca tu día a día no hay parámetros que te detengan.

Los cinco amigos recluidos en esa casa de campo empiezan a analizar sus propios fantasmas, expectativas ante la vida y temores ante la muerte. ¿Es en lo excepcional cuando el ser humano se encuentra verdaderamente a sí mismo?

La soledad sería el camino para ese encuentro con lo que desconocemos de nosotros mismos; es un estado complejo sobre todo cuando venimos del ruido. La soledad como elección es un reconocimiento interior placentero; habría que ver qué resultados tendría una soledad impuesta, que es la que tienen los cinco amigos de Enjambres, pues han sido sus padres quienes le han impuesto esa huida del caos. Lo excepcional nos enfrenta a nuestros temores, porque derriba suelos y certezas. Es como un martillo que de pronto rompe el cristal de nuestros paradigmas. Es una oportunidad para crear una nueva realidad, pero también es una vía para que otros nos la impongan.

“Si aceptamos que los poderes nos fabriquen el apocalipsis, nuestra rutina será un continuo detonante de pesadillas”

¿Y qué es lo que el ser humano ve cuando se mira hacia dentro en estas condiciones?

La nada.

Elige una frase de su admirado y amigo Peter Handke, Premio Nobel de Literatura 2019, para presentar Enjambres. “El contraluz engaña, amplía, reduce. Un gato se convierte en un zorro, un perro lobo se reduce a un caniche, un niño se convierte en un monstruo, un monstruo, en un niño pequeño”. ¿Es entonces la realidad sólo una apreciación puntual del ser humano en un momento determinado de su existencia?

Sí, y la apreciación siempre va a depender del contraluz. Por ello hay que tener los sentidos despejados para identificar lo que respira detrás de toda forma.

En Enjambres crea un ambiente asfixiante, con una ola de calor en pleno diciembre. ¿Nos está dando avisos urgentes la naturaleza y no estamos sabiendo leer sus S.O.S.?

Eso creo, la naturaleza nos está diciendo que no hemos tenido la humildad para comprender que nosotros también somos un bien de la ecología. Somos otro bien de la ecología, pero no el único. Este divorcio entre la realidad social (hoy virtual) y la realidad natural es la brecha que nos amenaza. Hemos fabricado una velocidad que nos puede desalojar de la tierra.

Al comienzo de la novela, el padre de una de las protagonistas le dice que “en estos tiempos nadie protege a nadie”. ¿La solidaridad es lo primero que se pierde entre los seres humanos cuando llegan los momentos más excepcionales, o sucede todo lo contrario, precisamente es la que los salva?

Pareciera que solo nos reconocemos humanos después de un desastre; ojalá no tengamos que caer hasta las catacumbas para aprender a pensar en los otros. Enjambres se desarrolla en un escenario extremo en donde cada quien le puso al miedo el rostro de su vecino más cercano. El enemigo invisible de siempre ha tomado forma; el grado de sospecha será lo que determine quién ataca primero. Las crisis alimentan monstruos y profundizan sensibilidades; la solidaridad no es una herramienta que vendan en la ferretería, es una convicción que, en menor o mayor grado, se pondrá en práctica tanto en tiempos de estabilidad como en tiempos de tragedias.

Este padre, a diferencia de su hija, se entrega al rezo desconsolado cuando la ausencia de certezas desaparecen en un mundo repleto de monstruos y peligros. ¿Es la religión el último reducto o la primera rendición?

Creo que en toda crisis para unos la religión es el último reducto y para otros la primera rendición. También en fracciones de segundos pudiera ser ambas posibilidades en la vida de una misma persona. En Enjambres para el padre es el último reducto, sabe que en el abismo no hay otra rama a donde aferrarse, no tiene mirada para encontrar o inventarse otra salvación. En cambio, María José, la hija, ha dinamitado la enseñanza religiosa aceptando correr sobre la nada. Busca desesperada algo que la sostenga entre la infancia y la vida adulta. Si abandonas una rama tienes que conseguir otra, a menos que no sientas vértigo de asumir que debajo de todo suelo solo hay vacío.

Una última pregunta en estos tiempos de desafíos colosales e incertidumbres, a la que quizá usted responde en la propia trama de Enjambres: ¿queda lugar para la esperanza?

Creo que va siendo hora de no esperar más, sino de hacer, participar en el diseño de una nueva realidad que nazca en el micromundo de cada individuo. Nos han demorado las oportunidades a base de esperanzas; el mayor desafío sería aprender a defender nuestra ubicación en el presente.

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