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Parademocracia

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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La Pintada

Noche cerrada. Al fondo, junto a la entrada del pueblo, sobre el puente que cubre el riachuelo, un coche aparcado. La tenue luz de la ceniza de un cigarro encendido, delata al conductor que hace guardia. Está allí por si ve que algún coche se acerca por el acceso, desde la autovía, avisar a los que están en la entrada del pueblo para que se escondan. Allí, dos chavales, uno de ellos el hijo del alcalde, escriben con un spray en la pared exterior del frontón. Otros dos, encaramados en la fuente, provistos de una pequeña maza, golpean con cuidado la bola de alabastro que corona el picacho. Por fin parece que la bola se ha soltado. Con cuidado, la bajan al suelo. Los de la pintada del frontón ya han acabado su “obra maestra”.

Las cosas no van bien para el alcalde. En cada pleno, se presentan algunos vecinos que insistentemente le exigen que explique de dónde salió el dinero para derribar su antiguo caserón destartalado, ajado y lleno manchas de humedad y construir el moderno chalet en el que ahora vive. De dónde salió el dinero para cambiar su destartalado Simca 1200 de más de treinta y cinco años por su flamante Mercedes GLA. De dónde saca el dinero para el tren de vida que lleva si sigue trabajando en su puesto de carretillero de Gambafresh. La situación ha pasado de una cierta incomodidad, cuando apenas eran seis o siete vecinos los que protestaban, a ser un verdadero problema porque ya casi no puede salir a la calle. Sus compañeros de trabajo se apartan cuando llega. Sus vecinos de toda la vida, le han retirado el saludo y los plenos se han convertido en una verdadera pesadilla en la que, todos los días, se tiene que presentar la Guardia Civil para proteger su integridad. Legalmente, nada pueden hacerle. Todo lo que ha hecho está dentro de las normas dictadas por el consistorio. Otra cosa es que pierda las elecciones, que tal y como está el patio, cada día lo ve más factible, y la nueva corporación acabe restableciendo una legalidad más acorde con la moral y con el entorno. Los gerentes de la Urbanización Monte-Pinar ya le han amenazado con que si se paralizan las obras, todo el pueblo sabrá lo que sospechan: que el alcalde y sus cuatro concejales fueron “untados” para legalizar unas viviendas que rompen el entorno, que no respetan la más mínima normativa ecológica y que traerán poco beneficio al pueblo y si muchos gastos al ayuntamiento y quebraderos de cabeza.

Comentando la situación en casa, durante la comida, a su hijo Felipe se le ocurrió un plan que nunca falla. Lo mejor para evitar los problemas es que la gente mire hacia otro lado y convierta en preocupación algo que les llegue dentro y que no tenga nada que ver con el alcalde. 

Es domingo por la mañana. Tocan a misa. La gente anda revuelta. La bola de la fuente, símbolo del pueblo, ha desaparecido y una gran pintada en color rojo, rompe el gris de la facha del frontón: “Valdorros, ni pa juntos, ni pa solos” han pintado. Todos saben quiénes son los culpables de tamaña afrenta. Todos saben que no deben consentirlo. En la homilía de hoy, Don Arturo ha acusado a los del pueblo aledaño de ser los responsables de haberse llevado la bola. Y también de la pintada, de la que asegura es una declaración de guerra.

Acabada la misa, en un pispás, se organizan los coches y una caravana de treinta vehículos se dirigen al pueblo aledaño. Su intención es la de recuperar la bola por cualquier medio. Y de paso darles una lección que nunca olvidarán. Piensan hacer un boquete en el silo con dinamita.

La mañana es fresca y el rocío ha impregnado de lágrimas los jardines contiguos al frontón. Es domingo. Hace una semana que provocaron una gran grieta en el granero del pueblo cercano. La bola no apareció y los vecinos de la villa confinante, han prometido venganza. Todos están en alerta. Ya nadie se acuerda de la casa o del coche del alcalde.

 


Parademocracia

 

Hay situaciones en las que uno no entiende como siendo todo tan claro, los demás no lo ven. Yo no me siento especialmente español, ni castellano, ni burgalés, ni valhorrense. Es verdad que me gusta mi pueblo como al que más y que daría casi cualquier cosa por poder vivir allí. Es verdad que me he sentido herido cuando, en algún viaje fuera de España, me han tratado con desprecio por ser oriundo de aquí o cuando me han etiquetado como torero o flamenco. Pero no siento ese ardor que veo en alguna de mis amistades. Un ardor que les nubla el intelecto y que les lleva a olvidar que su situación laboral es tan miserable que tienen que trabajar doce horas diarias para llevar a casa 600 míseros euros, o peor, que teniendo cincuenta y tantos años y estando en paro, nunca van a volver a trabajar y cuando les llegue la jubilación, no van a tener ni para comprar medicinas. No puedo entender que no vean que sus hijos, esos que han estudiado y malviven mirando el cielo o sirviendo hamburguesas en el Burger King o los que están ahora estudiando con el esfuerzo de tener que dejar de comer bien para poder pagar la matrículas, jamás van a poder llegar a jubilarse porque ninguno de ellos no habrán cotizado lo suficiente. No puedo entender que gente “normal” supuestamente de izquierdas no entiendan que lo que está pasando aquí tiene poco que ver con la independencia de una parte del territorio y mucho con salvaguardar al establishment de los que han incitado a que los derechos laborales se hayan ido a la mierda, que paguemos impuestos para salvar los desmanes de los banqueros y para llenar los bolsillos de los amigos en lugar de para tener una educación o una sanidad pública y universal.

Porque, como decía Julio Anguita, algunos de los que estos días están poniendo la puñetera banderita en sus balcones, no son fascistas por sacar la bandera, sino porque sólo la sacan para oprimir. Son gentes que han pasado de puntillas por los problemas de esta estafa que han llamado crisis. O directamente se han beneficiado de ella. Gentes a las que les importa un comino los desahucios, la pobreza, los desmanes y abusos de ciertos empresaurios. Son fascistas porque nunca sacaron esa bandera para pedir pan, trabajo y dignidad, sino porque, para ellos, España sólo es su bandera y su himno. Una gran nación vacía de personas, que cabe en una puñetera caja de zapatos.

Es por eso que me duele en el alma que las gentes de bien que están sufriendo en sus propias carnes el paro, la pobreza, la falta de vivienda, la insolidaridad, la prepotencia de los bancos, los abusos de la eléctricas, el robo de algunos políticos, la falta de servicios públicos, las faltas de ayuda a la dependencia, la inestabilidad laboral, el abuso en los contratos de trabajo, las jornadas interminables, los salarios de miseria, la falta de derechos, de vacaciones, de futuro, amparen y se comporten como esos fascistas patriotas de hojalata y crean que su principal problema es si los catalanes votan irse o que España se rompe. Lo importante de un frasco de colonia cara, no es el frasco, sino la colonia. Si ya no hay perfume, ¿para qué coño queremos el frasco?

Como tampoco entiendo que no vean lo que está pasando. Quizá sea porque siempre fueron más de quedarse en casa viendo el fútbol que de ir a reclamar derechos y libertades. Porque siempre creyeron que la corrupción está mal aunque que salir a protestar por ella resulta tedioso y además hay que dedicarle tiempo. Tiempo en el que hay que dejar de ver cómo Nadal gana su partido o el partido de balonmano de la selección o el de Curling. Quizá se explique porque siempre han tenido tiempo para irse al bar a tomarse unas cervezas con los amigos pero nunca para bajarse al centro a luchar contra los abusos, contra la pobreza, contra el paro, los desahucios o los derechos laborales. Quizá por todo eso no ven lo que se nos viene encima. Quizá porque siempre fueron de los que siempre se apuntan los primeros a una subida de sueldo o a que se les mejore las condiciones laborales pero nunca hicieron una huelga. Quizá porque opinan que los sindicatos no valen para nada, no son conscientes de que, apoyar a los que usan la bandera como señuelo, a los que les importa una mierda Cataluña (ellos tienen su dinero a salvo en paraísos fiscales) a los que, lo que de verdad les importa, es mantener sus chanchullos, sus cohechos y sus mordidas, es apoyar el fascismo y la Parademocracia.

Y lo que es aún peor, no ven que lo que se avecina está a punto de acabar, de nuevo, en una lucha entre hermanos. Una lucha en la que, en nombre de una patria y de una bandera vacía de personas y llena de estupideces y conceptos con los que no sólo no comemos sino con los que, además, nos quitan la comida, se acabará de nuevo con una España sumida en la miseria, uncida por el yugo, clavada por las flechas, ciega por estar cara al sol y muerta de hambre porque los buitres no dejan ni la carroña.

El hombre siempre tropieza dos veces en la misma piedra y si es español además va erguido, mirando al frente, sin muletas y cuando ve la piedra, espera a que el vecino se la quite.

 

Salud, república, laicidad y más escuelas.

 

Y colirio, mucho colirio.

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