Cuento de Navidad

Desde la ventana, repasa el espacio infinito que se postra ante ella. Tejados de todos los colores, predominantemente rojizos, antenas, chimeneas humeantes y secas, terrazas cubiertas por toldos, bares y piscinas invisibles tras los setos, rascacielos que parecen vencerse uno frente a otro, lejos, la punta de una torre de comunicaciones, el inmenso cielo beige, o más bien, la capa de mierda que cubre la atmósfera en un día frío y despejado del mes de diciembre. Abajo, las decenas de personas que van y vienen como hormigas, los coches, las luces rojas de los semáforos o las verdes, los atascos, los cláxones que pitan, uno que saca la cabeza por la ventanilla y parece soltar improperios al conductor asuso, los escaparates, los rótulos luminosos idénticos, genéricos a cualquier ciudad de occidente: McDonald’s, Sturbuks, Dunkin’Donuts, Stradivarius, Sfera, Zara, Rodilla, Ginos, Levis,…

Desde el otro lado de la habitación, una voz apagada levita su nombre. Se vuelve. Se acerca. Le acaricia la cara con cuidado y una sonrisa triste.

-Me hace daño la mascarilla- le susurra una voz exigua.

-Ya lo se cariño- le contesta mientras una lágrima asoma por las pestañas.

Le rehace el nudo de la goma.

– ¿Mejor?

-El enfermo asiente levemente y vuelve a cerrar los ojos. Le besa dulcemente en la frente y vuelve a la ventana.

Estas serán unas navidades distintas. Lejos de manteles de hilo, de grandes floreros, de cubiertos de plata, de mariscos y caviares, de Cinco Jotas cortados tan finamente que podrías ver al comensal de enfrente a través de sus lascas, de cochinillos y besugos dorados al horno, de pulardas y capones rellenos de foie, del bullicio general de amigos y sobrinos.

Este año y esta noche, la pasarán solos. Él postrado en una cama junto a sueros, antibióticos y goteos varios que cuelgan a su alrededor y que violentan su cuerpo a través de una aguja clavada permanentemente en el cuello.

Ella, ni cenará. Lleva días sin apetito ni ganas de vivir. Baja a la cafetería del hospital por inercia, pide lo primero que ve, mueve la comida con el tenedor sin apenas llevársela a la boca, piensa, llora, recuerda, devuelve la bandeja casi intacta y vuelve a la habitación a seguir llorando, a seguir recordando, a mirar por la ventana los tejados, las plazas, los coches, las hormigas humanas, …

– ¡Que perra es la vida! – piensa. Mientras hubo posibles, los sobrinos rondaban la casa como las hienas rondan la muerte. Ahora ya ni les ve. Todos están muy ocupados. Los amigos, resultaron que no eran amigos y que sólo venían por sus fiestas, por sus platos llenos de comida, por sus amistades que no eran amistades.

Llega la noche. En el cuarto junto al control de enfermería, se oye al personal con algarabía. No quiere y no puede seguir allí. Necesita respirar. Ahora que las calles están vacías, puede pasear y pensar. Y llorar a gusto sin que la gente se le quede mirando. Camina despacio entre los soportales de una plaza rectangular. Los bares y las casetas están cerrados. Se pregunta que serán esas cajas de cartón que hay en el suelo, impidiendo el paso bajo los dinteles. Según va acercándose ve que no está sola. Una docena de personas duermen entre los cartones. Algunos acompañados de perros. Otros de tetrabriks de vino. ¡Nunca, antes, había sido consciente de que hubiera gente durmiendo en la calle!, Ahora, la realidad le abofetea.

¿Qué pasará cuando se acabe el hospital? ¿Dónde irá ella? Están arruinados. No tiene oficio ni edad para buscar trabajo (aunque tampoco sabría dónde ni qué buscar). ¿Acabará entre cartones como toda esa gente de la plaza?

Despacio, vuelve a la habitación. Se acerca a la cabecera. El enfermo dormita. Desengancha el tubo del oxígeno de la pared, tapa los agujeros de la mascarilla, y la aprieta con fuerza sobre la cara. Él abre los ojos y la mira con placidez. Ya no respira. Se tumba en la cama acurrucándose junto a su cuerpo, le toma la mano e ingiere una caja entera de Valium. Cierra los ojos y espera a que la Nochebuena sea eterna.

 


Pague, reclame y ya veremos

Antes que nada, advertir al lector que hoy la historia, no está relacionado con el artículo.

 

Me han embargado 119 euros de mi cuenta corriente. Ha sido el Ayuntamiento de Valladolid por aparcar en una zona Azul (que no sabía que lo era cuando sucedió). Lo curioso del caso es que nunca tuvieron el detalle de notificarme la sanción, pero sí han tenido la “amabilidad” de notificarme que iban a embargarme la cuenta.

Tengo una amiga en Madrid, a la que el Ayuntamiento le reclama una cantidad de dinero importante para ella (2360 euros) por no haber pagado en su momento las plusvalías de la vivienda heredada, y en la que vive. Cantidad que no puede hacer frente de ninguna manera porque su situación es muy delicada. Es uno de esos ciudadanos que, a pesar de trabajar, no puede afrontar ningún pago extraordinario. Además de los 2360 euros, que son de multa por retraso, debe pagar las plusvalías.

Otra amiga a la que el Ayuntamiento de Valdemoro la embarga también la cuenta porque no han pagado el segundo pago del IBI de un piso que tiene con su ex-marido, que es al que le corresponde el pago y que, como no encuentran de dónde quitárselo, le buscan en el patrimonio de ella.

Se supone que la administración está al servicio del ciudadano, pero no es verdad. La administración es una máquina engrasada que tritura todo aquello que se le pone entre sus rodamientos. No atienden a razones ni están para hacerse cargo de los casos particulares ni mucho menos de las razones de humanidad.

No me quejo de la sanción. Si aparqué en zona regulada, a pesar de no estar señalizada, lo normal es que me multen. Lo que ya no es tan normal es que no hayan sido capaces de notificarme que he sido multado, pero si lo sean de mandarme escrito del embargo. Llevo veinticinco años viviendo en el mismo lugar.

Mi amiga no se queja de las plusvalías (aunque sinceramente yo no puedo entender que tengas que pagar por un supuesto aumento de valor de un bien que no has vendido y que necesitas para vivir). Se queja de que, una vez perdido el tiempo yendo y viniendo a la oficina de recaudación del Ayuntamiento le digan que los plazos no pueden amoldarse a su situación económica, sino que debe hacerlo conforme a normativa y que, de no hacerlo, sufrirá las consecuencias.

La otra amiga, la de Valdemoro, se queja de lo mismo. No son capaces de notificarla que su ex- no ha pagado el recibo y ni quieren saber de su situación, ni les importa, porque ya han cobrado. Aunque eso le suponga a ella tener que pedir prestado para acabar el mes.

En este camino de cambio emprendido por algunos ayuntamientos, entre los que se encuentran el de Madrid y Valladolid, uno de los más urgentes a realizar debería ser el de la humanización de la administración. No puede ser eso de “primero pague” y luego reclame. No. Primero reclamo y luego, cuando se haya estudiado concienzudamente la situación, pagaré o me exonerarán de hacerlo.

Es curioso porque los ayuntamientos pequeños, que no pueden permitirse tener empleados, están dejando que las diputaciones les cobren sus impuestos y sucede lo mismo. Hace un par de años, en mi pueblo, se equivocaron en la lectura del contador del agua y me emitieron un recibo de 970 euros. Asustado, llamé a la Diputación provincial de Burgos y su respuesta fue, “pague usted para que no tenga recargo” y luego reclame al Ayuntamiento. Menos mal que en Valdorros nos conocemos todos, era verano, y pude acudir al ayuntamiento en su horario de oficina, dónde el alcalde, tras explicarle el caso, amablemente me solucionó el problema, evitando el pago y el recargo.

Es evidente que la Alcaldesa de Madrid o el Alcalde de Valladolid o Valdemoro no están para esas cosas. Pero a diferencia del de Valdorros dónde sólo hay una secretaria 1 hora, una vez a la semana, estos tienen cientos de funcionarios que se supone que están no sólo para emitir los recibos sino para solucionar este tipo de problemas.

Y aquí es dónde volvemos a otro problema principal. La falta de justicia en este país por la lentitud de la misma. Debería haber juzgados de guardia, que sólo se dedicaran a eso, a los casos de paralización de decisiones administrativas erróneas e injustas. Porque los ayuntamientos, y la administración en general, se valen de la lentitud de la justicia, del coste de la misma, del silencio administrativo que usan como guillotina de la legalidad para la indefensión del ciudadano, para ejercer como apisonadoras sobre sus administrados.

Como siempre, el que tiene posibles acaba luchando contra la administración, y ganando, y el que no, acaba siendo aplastado con muchas probabilidades de que lo sea, además, injustamente.

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Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.

1 COMENTARIO

  1. Demoledor relato. Como demoledora es la realidad.
    Del contenido del artículo qué decir si es lo habitual. El «primero pague y luego reclame» es tan nefasto en la Administración como lo es en las empresas privadas no tener un interlocutor que atienda tus reclamaciones.

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