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Pablo Iglesias quiere ser un hombre de estado… monárquico

Domingo Sanz
Domingo Sanz
Nacido 1951, Madrid. Casado. Dos hijos y tres nietos. Cursando el antiguo Preu, asesinato de Enrique Ruano y la canción de Maria del Mar Bonet. Ciencias Políticas. Cárcel y todo eso, 1970-71. Licenciado en 1973 y de la mili en 1975. Director comercial empresa privada industrial hasta de 1975 a 1979. Traslado a Mallorca. de 1980 a 1996 gerente y finanzas en CC.OO. de Baleares. De 1996 hasta 2016, gerente empresa propia de informática educativa: pipoclub.com Actualmente jubilado pero implicado, escribiendo desde verano de 2015.
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análisis

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No hay como las comparaciones sin pies ni cabeza para que, a partir de ese momento, se dispare una especie de resorte cada vez que lo actual recuerda los elementos falazmente comparados por los demagogos.

Ya no abusan tanto, pero aún escuchamos lo del “golpe de estado” en las voces de los mismos que compararon las ametralladoras de Tejero y los tanques de Milans con los votantes catalanes del 1 de octubre de 2017.

Lo único que está probado es que, tanto el 23-F de 1981 como el 1-O de más de 36 años después, quienes pusieron en peligro vidas ajenas y libertades de todos vestían uniforme e iban armados.

Esa comparación aberrante en boca de los líderes del PP, de Ciudadanos, de Vox por descontado, pero también de algunos relevantes del PSOE, es la causa de que febrero de 1981 y todo lo que rodeó aquel tiempo regresen cada dos por tres a la memoria.

A pesar de que la Constitución se había aprobado en diciembre de 1978, vivíamos momentos muy inestables dentro de la compleja Transición, propiciados en gran medida desde La Zarzuela.

El rey de entonces, Juan Carlos I, por motivos que quizás nunca confesarán quienes los conozcan, había perdido la confianza en un presidente Suárez que ya no era quien él nombró para sustituir a Arias Navarro, sino el triunfador en dos elecciones generales. Pero el rey consiguió que dimitiera.

Primeras preguntas para hoy con el pasado llamando a la puerta:

¿Está pidiendo Pablo Iglesias que el rey vuelva a decidir el nombre del presidente del gobierno?

¿Está acaso insinuando que el pueblo español no sabe votar, y los políticos elegidos, se supone que todos menos él, no saben pactar, y que una monarquía sigue siendo necesaria para poner orden?

Orden, no nos engañemos, desde la amenaza de autoritarismo, y hasta de dictadura, que es lo que en España siempre ha representado cualquier rey.

El cinismo dibujado en las “críticas” sonreídas de los tertulianos de las cloacas y otros espacios de la derecha españolista no necesitan palabras y deberían ser suficientes para un buen entendedor.

Pero si eso no sirviera, las manifiestas dificultades para defender la ocurrencia que no son capaces de disimular ni los analistas más próximos a Podemos deberían ser una señal de alarma definitiva para que Iglesias corrigiera.

Es muy difícil, pero nunca es tarde para una primera vez.

Regresemos a algunos de los momentos que han cultivado la bomba de deficiencias que ha terminado por estallar y llenarnos de mierda.

Felipe González venía de triunfar en septiembre de la crisis interna que él mismo provocó en el PSOE en mayo, tras la derrota en las urnas del 1 de marzo de 1979. Mientras, el PCE había mejorado los resultados de 1977.

Las tensiones internas en UCD beneficiaban al PSOE, por una parte, y a los franquistas en fase de reconversión de Alianza Popular.

El PSOE había roto con los históricos en 1974 en el exilio (Suresnes) y en el segundo congreso de 1979 eliminó el marxismo de los estatutos.

Fueran cuales fueran los movimientos entre bambalinas que implicaron a dirigentes del PSOE en las intrigas del rey previas al 23-F, sí hay un consenso bastante amplio en que las relaciones entre Felipe González y el hoy emérito iban sobre ruedas.

Uno seguía siendo republicano y disfrutó de ocho años seguidos de mayorías absolutas en el Congreso para hacer su política sin excusas y no incumplir los estatutos.

El otro era un monarca restaurado por el asesino de masas Francisco Franco para que de ninguna manera regresara la República. Por supuesto, fuera cual fuera la voluntad del pueblo español.

Una interpretación parcial, pero plausible, de nuestro desastre presente podría consistir en que, sin las intrigas del rey que acabaron con Suárez, el PSOE de González no habría ganado nunca las elecciones generales.

Lo de Tejero y Milans, bueno, un riesgo colateral.

De regreso al presente, Pablo Iglesias es un político que cada vez recuerda más al Felipe González de los años 70. También por el personalismo a la hora de abordar las crisis internas en sus partidos.

El de Podemos aparece en TV declarando que va a solicitar al rey que se implique a favor de un gobierno de coalición, en lugar de declarar que lo que va a comunicarle es que la República será su objetivo prioritario desde este mismo momento.

Aunque solo sea por pragmatismo, que esto “es el mercado”, no los principios.

Sirve perfectamente un Pablo Iglesias en La Zarzuela, a solas con SM y sin dejar que le interrumpa:

“La Monarquía no da más de sí, majestad.

¿Disfrutó SM de aquel Juego de Tronos?

¿Estaría SM dispuesto a ser presidente de la República?

Si SM abdicara inmediatamente haría, al menos, cuatro grandes favores a esta España en una crisis de las de verdad.

En primer lugar, le ahorraría la división inevitable tras un referéndum sobre la forma de Estado que, a su vez, ante la resistencia a convocarlo de los partidos beneficiados, será fuente de inestabilidad política in crescendo.

En segundo lugar, ayudaría a la imprescindible creación de una derecha española democrática, en tanto que antifranquista, como la catalana o la vasca. ¿Porque supongo que SM no defiende el franquismo?

Además, con SM abdicada por propia iniciativa se romperían, por desaparición de la excusa, los vínculos franquistas que aún comparten muchos militares, un verdadero peligro para vidas, haciendas y libertades, que coincide cada día en conciliábulos fuera de control y se entrena con maniobras amenazantes, como son las declaraciones individuales o los manifiestos colectivos de apoyo a SM. Para pasar lista cada cierto tiempo, y por si hay que pasar a mayores.

Por último, la ausencia definitiva de SM abriría un paréntesis en el conflicto con Catalunya. Sobre esto, seguro que SM no necesita que me extienda”.

Pero no, Pablo Iglesias, solo busca, renuncia tras renuncia hasta conquistar el vacío, una coalición para navegar aguas turbulentas que ya, sin conseguirla, tiene agarrotado todavía más a un Podemos que podría estallar si se terminan convocando las del 10 de noviembre.

Solo para evitar este peligro, si fuera capaz de intuirlo, votará un gobierno monocolor PSOE sin condiciones, y pasando a la oposición al día siguiente. Para este viaje, no hacía falta tanto teatro.

Iglesias podría haber decidido ser el primer HERE (Hombre de Estado Republicano en España) y causar sensación.

El Iglesias de hoy, igual que el González de ayer, buscando en medio de sus respectivos fracasos la alianza conveniente con el rey contra el Sánchez de hoy y el Suárez de ayer, respectivamente.

Un político del PSOE y otro de UCD, ambos indeseables para dos borbones peligrosos, hijo y padre, y para dos políticos también otros, uno de Podemos y otro del PSOE, pero prepotentes ambos y con ganas de mandar donde los haya.

Me temo que esta vez el hueso en el que pincha Iglesias es más duro que el que pinchó González. Y el borbón, aún menos confiable.

Aunque los momentos históricos son siempre distintos, los viajes sin retorno hacia cada fracaso se parecen todos demasiado.

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