Lo ocurrido  en la noche del 26J debería hacer a Pablo Iglesias y Alberto Garzón asumir responsabilidades de inmediato, pero debería además provocar que Iglesias desmontara su tinglado, su tómbola y su feria ambulante de demagogias confusas y difusas.

No es para menos si tenemos en cuanta  que el objetivo inicial era “asaltar el cielo”, aunque después reconociera que había comprendido que había que llamar antes a la puerta.

No es para menos si tenemos en cuenta que Podemos comenzó a fraguarse como alternativa política hace ahora cinco años en medio de una indignación sin precedentes provocada por una crisis que ha mermado considerablemente el horizonte vital de las clases medias y los trabajadores de España. Y lo hizo de una manera en principio transversal. Iglesias, hinchado por su soberbia intelectual sin medida, fue el líder que promovió que aquello pasara por su frío laboratorio para convertirlo en un relato político que ahora hace aguas llevándose por el camino la IU de Alberto Garzón, “el enterrador”.

Pocos pedirán ahora la dimisión de Pablo Iglesias, pero lo cierto es que las tensiones internas en la formación morada comenzarán pronto a aflorar. Se mire por donde se mire es un batacazo absoluto perder más de un millón de votos después de haberse presentado a las elecciones en la llamada confluencia con IU.

Podemos perdió el Norte posible para un fenómeno político de ese tipo el día que abandonó definitivamente el concepto de la transversalidad siguiendo el juego de sombras chinescas encabezado por Iglesias en contra del criterio de Iñigo Errejón, que a partir de ahora (por cierto) y poco a poco irá asomando la cabeza. Si la transversalidad de Podemos era poco creíble al principio lo fue aún menos cuando abrazó de una forma evidente a los comunistas de IU. Al tiempo, los comunistas de IU perdieron su sitio cuando aceptaron el abrazo populista. El roto ha sido tan monumental que extraña ver a esta hora como ni Iglesias ni Garzón han presentado su dimisión.

Por el camino se queda la posibilidad de abrir espacios nuevos para el debate, más pedagógicos que populistas, espacios auténticamente transversales donde se profundice en la democracia, las alternativas sociales y el patriotismo. Pablo Iglesias ha usado ese espacio de una forma oportunista ocupándolo con un populismo casposo por más sonriente que se quiera poner. Ha fracasado y debe desmontar su tómbola de gangas políticas de un tiempo absolutamente viejo y añejo, como ha quedado demostrado.

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