Solo los reyezuelos, los dictadores y sátrapas, los nacionalistas exacerbados, los engreídos ambiciosos de poder, los mercenarios y los seres abyectos y descerebrados que buscan imponer su religión, desean y les gusta la guerra; porque quien ama la vida aborrece el desastre humano que implica todo conflicto armado. Hay quién argumenta, para justificarla, que gracias a la guerra se han desarrollado técnicas y tecnologías que han permitido el avance de las sociedades. Entelequia que se replica fácilmente: ¿la ciencia y tecnología solo avanza gracias a la guerra? Quizá la guerra acelere la investigación en algunos ámbitos; pero, ¿es moralmente aceptable ese aumento de conocimiento, a costa de la muerte de millones de personas?
Sin duda que no, como tampoco la justifica esa otra afirmación de que la guerra es un arte — Sun Tzu— por las estrategias que se ponen en práctica para conseguir un objetivo; convertidas en oráculo en el ámbito empresarial, al que se traslada la frialdad de unas tácticas que no toman en cuenta el valor de la vida de los que caen o pierden su trabajo, en pos de del beneficio espurio, del poder o el territorio y riqueza ajenos.
No. La muerte, producir la muerte, no es un arte; porque matar es un acto inmoral que acaba con los sueños, emociones, deseos, sentimientos y las lícitas ambiciones del que pierde la vida; por la codicia de quién desata el conflicto armado. Y es aquí cuando se produce la colisión moral: ¿es lícito defenderse ante el ataque de un loco expansionista? O, ¿hay que aceptar sin réplica el deseo de quien nos agrede por la fuerza?
Dudas que enfrentan la reacción natural de defenderse de la agresión, con el pacifismo que postula que todo conflicto siempre puede resolverse de forma pacífica entre las partes. Pero, ¿qué sucede cuando un sátrapa inspirado en un pasado feudal que nunca volverá, bombardea tu casa y mata a tus familiares y amigos de manera inesperada? Gandhi, desarrollo su filosofía de lucha pasiva no ante una guerra, sino frente un régimen dictatorial mediante la no colaboración con él opresor de su pueblo. En este marco sobre el modo de repeler la agresión, es donde surge el concepto de la disuasión que da sentido a la existencia de la OTAN. Meter miedo con lo que te puedo hacer, que remite a las dos bombas atómicas lanzadas sobre Japón que puso fin a la II Guerra Mundial, y abrió el tiempo de la llamada Guerra fría.
Hoy, la decisión de un nuevo pequeño Zar, reverdece el concepto de guerra fría y, con él, a una organización como la OTAN, qué desde la caída del régimen soviético venía perdiendo sentido, en la idea de que ya no aparecería un nuevo enemigo que justificara su existencia. Pero ese enemigo ha reaparecido recordándonos que los locos siempre están ahí esperando su oportunidad, dispuestos a desatar una guerra. Cuando un déspota no acepta el diálogo si no la dan lo que quiere, el pacifismo se queda sin espacio dejando una sola diatriba: ¿disuasión o guerra abierta?
