Si su Comité Federal no lo remedia tras las elecciones vascas y gallegas, Pedro Sánchez y el PSOE habrán perdido la oportunidad de liderar, por primera vez en nuestra aún reciente democracia una Oposición determinante, con capacidad legislativa y de bloqueo y, lo que es más importante, poder suficiente para enmendar los Presupuestos Generales del Estado y evitar que Rajoy vuelva a endosar a los trabajadores y clases más desfavorecidas la factura de los recortes exigidos por la derecha europea que ordena y manda en las instituciones comunitarias.

Sánchez sigue sin haber entendido qué papel juega Ciudadanos en el nuevo tablero político español, y que el objetivo último de la ruta Rivera no es otro que afianzar el viejo bipartidismo reservándose para sí un estable espacio moderador en el que se ve siempre habilitado manteniendo una horquilla entre veinte y cincuenta diputados. Y, de paso, cerrar la puerta a cualquier opción de Gobierno que incluya a las denominadas fuerzas del cambio, de las que el partido naranja -admítase de una vez- no forma parte. Hasta que la dirección socialista no entienda esta realidad, el PSOE tendrá muy difícil encontrar su ubicación en el tablero.

Sánchez hizo gala de una enorme bisoñez política cuando, en su desmedida ambición personal, cayó como un pardillo en la trampa tendida por el líder de la nueva derecha española en la breve Legislatura anterior. Rivera convenció al candoroso secretario general de los socialistas para que se levantara -a hurtadillas- de la mesa convocada por Alberto Garzón y subscribiera el Pacto del Abrazo (del oso) con el absurdo argumento de que la mera posibilidad de apartar a Mariano Rajoy de La Moncloa sería una oferta que el resto de la oposición no podría rechazar. Sabiamente cegado por los cantos de sirena del joven líder catalán, Sánchez no vio que el objetivo era precisamente el contrario, alejar del Ejecutivo cualquier alianza de corte rupturista con las políticas que tanto sufrimiento y desigualdad han traído -sobre todo- al Sur de Europa, y, de paso, hacerse un currículo negociador a ambos lados de la cámara que higienizara su calculado pacto con los aliados naturales del Partido Popular.

En tan desmedida ambición y falta de visión, Sánchez prácticamente firmó un documento en blanco ante el joven piquete naranja y neoliberal en el que, sin sopesarlo, renunció a las principales medidas regeneracionistas que reclaman expulsar al PP del Gobierno, y que pueden resumirse -más allá de los oportunos ítems regeneracionistas y anticorrupción- en tres medidas esenciales. A saber: derogación de la reforma laboral que ha terminado con los derechos y fuerza negociadora de los trabajadores –al punto de convertir la enfermedad en causa de despido-, la Ley Wert que hace de la educación de calidad un artículo de lujo solo para privilegiados, y de la retrógrada y neofascista Ley Mordaza, que posibilita el uso de los agentes del orden como policía política y, entre otras lindezas, persigue y castiga a quien documente y denuncie sus abusos y agresiones. Dicho de otra forma, en su onanista fantasía presidencial, Pedro Sánchez aparcó la necesidad de desmantelar los pilares básicos del legado mariano, perfectamente resumido en los celebrados lemas “¡que se jodan!” y “¡que soy compañero, coño!”. Como preveía la muy estudiada ruta Rivera, se alejó de un pacto de Gobierno acorde a la que pudo ser una mayoría parlamentaria de las que ahora sí reivindica como “fuerzas del cambio”.

El resultado de su desmedido sueño monclovita es tan lamentable como -doblemente- histórico. El electorado renovó con dureza el castigo al PSOE por no reivindicarse de forma creíble como la fuerza que lidere el cambio que la mayoría reclama, y volvió a penalizar a los socialistas con cinco escaños menos de los humillantes noventa obtenidos el 20D. A su izquierda también hubo reproches, sí, pero menos, pues lo cierto es que la suma de Podemos, las confluencias e Izquierda Unida apenas varió a efectos parlamentarios, al perder solo tres diputados y mantenerse como una poderosa alternativa al liderazgo del PSOE frente a la derecha parlamentaria que encarnan, al alimón, PP y Ciudadanos.

Ahora, sin siquiera tener el valor de decirlo, Sánchez pretende articular un nuevo acuerdo, esta vez sí, con las antes denostadas fuerzas del cambio, que concite la abstención de Ciudadanos a fuer de excluir del Gobierno a los miembros de Unidos Podemos, y, de nuevo, con el básico e impreciso programa de expulsar al PP del Ejecutivo. Un reto imposible de lograr. Hace tiempo que Ciudadanos no oculta que su principal razón de ser como actor de la política nacional es evitar que Podemos y las confluencias lleguen a ser opción de Gobierno o con influencia real sobre la acción legislativa de Las Cortes. Pensar que con solo ochenta y cinco diputados se puede aspirar a presidir el Ejecutivo es algo que sólo cabe en la mente de alguien tan ingenuo como Pedro Sánchez.

El problema es que el aún líder socialista es plenamente consciente de que en el momento en que Rajoy logre ser investido Presidente, sus días como secretario general del PSOE habrán llegado a su fin, y ha optado por alargar la interinidad del actual Gobierno y, con, ella, la suya propia. Para lograrlo, todo su equipo mediático, al galope de los cuatro jinetes del Apocalipsis socialista (César Luena, Antonio Hernando, Óscar López y el sempiterno Rafael Simancas) y el agregado Patxi López, no han escatimado un solo segundo de radio o televisión para introducir en el imaginario del electorado la falsa idea de que la abstención es un apoyo explícito al Partido Popular. Arrastrando al PSOE a unas nuevas elecciones en las que Sánchez aspira a repetir candidatura gracias a la secular e impostada paz interna que caracteriza a los socialistas en periodo electoral.

Pero lo cierto es que Mariano Rajoy ha logrado -y volverá a hacerlo, qué duda cabe, tras el 25 de septiembre- articular una mayoría parlamentaria que, sin ser absoluta, es la única en condiciones de plantear una investidura. Empero, sin terceras mediante, un Gobierno presidido por Mariano Rajoy se verá sometido a un fuerte control del Hemiciclo (algo inédito hasta la fecha), e incluso se verá forzado a gestionar leyes que el PP nunca promovería por sí mismo. O, mejor aún, desde La Moncloa podrá sentir cómo el Congreso deroga sus reformas más perniciosas para la ciudadanía. Será, además, un Gabinete susceptible de ser cesado mediante moción de censura una vez que la estabilidad legislativa permita a los socialistas renovar (con o sin Pedro Sánchez) su liderazgo y su proyecto. Conviene no olvidar que Sánchez carece de un mandato político propio, toda vez que su secretaria general proviene de un Congreso Extraordinario cuya función era llevar a término el proyecto encabezado por Alfredo Pérez Rubalcaba en el XXXVIII Congreso, expirado en febrero de este mismo año.

En la actual tesitura, resulta más plausible que el PSOE concite mayorías parlamentarias liderando la Oposición, una vez que es poco creíble que hoy pueda hacerlo para desalojar a Mariano Rajoy de La Moncloa. Una Oposición fuerte, responsable y con la fuerza suficiente para impedir las veleidades autoritarias y neoliberales del PP (y de Ciudadanos) será la mejor tarjeta de presentación del PSOE para concurrir de nuevo a las urnas. Una hoja de servicios que la ciudadanía podrá evaluar y agradecer, y de la que en este momento Pedro Sánchez, y con él todos los socialistas, carecen.

Sin embargo, si Sánchez opta por arrastar al PSOE a unas terceras elecciones manteniendo su interinidad, y es algo que ya reflejan los primeros sondeos, se arriesga a que el Partido Popular y Ciudadanos amplíen más su mayoría en Las Cortes y a que la izquierda se vea en un papel de Oposición tan vociferante como irrelevante y poco decisorio.

Pedro Sánchez ostenta el dudoso honor de ser el único candidato socialista que no pone su cargo a disposición del partido tras no una, sino dos, severas y humillantes derrotas electorales (Rubalcaba se sometió al XXXVIII Congreso solo unas semanas después del desastre de Noviembre de 2011), y está a un paso de perder la oportunidad de liderar la que, por primera vez, sería una Oposición con capacidad de marcar el ritmo legislativo del Gobierno. Apostar por un pacto de gobernabilidad imposible (al menos mientras el derecho a decidir forme parte de los condicionantes y Podemos siga sin definir su estrategia nacional) supone renunciar explícitamente a una –corta- Legislatura en la que el Parlamento tendrá más poder que el propio Ejecutivo. ¿Están seguros los dizque estrategas de la dirección socialista que volverá a darse un escenario como este? ¿De verdad creen Sánchez y los suyos que sin programa y sin currículo opositor darán la vuelta al tablero?

Tal vez haya llegado el momento de que el Comité Federal del PSOE abandone su actual cobardía, haga valer la democracia interna del partido socialista y ponga en su sitio al secretario general interino. Siempre será mejor un Gobierno del PP con una mayoría exigua y condicionada por una Oposición fuerte y determinante -que, hay que insistir, podrá hasta enmendar los Presupuestos Generales o cesar a Rajoy pasado un año- que unas terceras elecciones que empoderen de nuevo a la derecha por otros cuatro interminables y temibles años.

1 COMENTARIO

  1. Dando por supuesto, (Que es mucho suponer), que Pedro Sanchez esté dispuesto a modificar desde el congreso las políticas neoliberales impuestas por la dictadura financiera en la que se ha convertido la UE y aceptadas con gusto en la última década por el tripartidismo, durará al frente del PSOE el tiempo que le lleve al mayordomo de Carlos Slim ordenar a su pupila aventajada Susana Díaz hacerse cargo del partido y frenar cualquier iniciativa en ese sentido. Por suerte El tiempo de elegir entre lo malo y lo menos malo irá pasando y el PSOE pagará un precio altísimo por haber vendido hace ya mucho tiempo su alma al diablo. Por desgracia entonces ya será tarde para cambiar el rumbo de un país que se dirige directo al abismo.

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