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Olof Palme: La pasión política por la ética de las convicciones

María José Vicente
María José Vicente
Departamento de Ciencia Política y de la Administración Facultad de Ciencias Políticas y Sociología
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análisis

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OLOF PALME: La pasión política por la ética de las convicciones

Estocolmo, año 2020. En Holländargatan 16 se detiene, por un instante, el ruido del centro de la capital sueca y los suecos aprovechan sus bancos para descansar y reponer fuerzas tomando un pequeño ágape antes de reincorporarse al trabajo. Es una zona cuidada, de jardines frondosos y muy verdes que forman parte del espacio público de la Iglesia de Adolf Fredrik, en la cual podemos encontrar un mausoleo en memoria de Descartes. En esos jardines en los que impera el silencio, a pesar del bullicio constante de idas y venidas de gente a todas horas, una inscripción tallada en piedra, siempre acompañada de muchas flores, nos recuerda que aquí yace Olof Palme, asesinado el 28 de febrero de 1986 a sólo una manzana de este lugar, en la esquina de Tunnelgatan con Sveavägen en el acceso a la Estación de Metro de Hötorget y a pocos metros de donde se encuentra la sede del Partido Socialdemócrata sueco. En esta sede, en su cuarta planta, se ubica hoy el Centro Internacional Olof Palme, un lugar de trabajo basado en el espíritu de Olof Palme por la democracia, los derechos humanos y la paz y con programas activos en cooperación internacional. 

No puedo escribir desde la consciencia sobre un hecho histórico que me pasó desapercibido. Tenía 3 años de edad y confieso no haber conocido más sobre este trágico suceso y sus implicaciones hasta que me fui a terminar la carrera (Statsvetenskap) en la Universidad de Estocolmo. En uno de los viajes hacia el país, una señora estaba sentada al lado mío y me sonreía muy amablemente pero no me hablaba. Quiso hacer una petición a la azafata del avión comercial que operaba desde Alicante, en una compañía aerolínea danesa que hoy ya no existe, pero la azafata le hablaba en inglés. A mi acompañante, frustrada, le cambió el color de la cara cuando me dispuse a ayudarla. Intenté hablarle en sueco y no me seguía, hasta que me dijo “Soy chilena, si habla español se lo agradeceré. Soy negada con los idiomas aunque prefiero el sueco al inglés”. Esa frase fue el primer paso a una larga conversación que duró todo el trayecto. Ella pertenecía a la comunidad de chilenos que trabajaba en la Administración Pública chilena, sin adscripción partidaria pero siendo servidores públicos, cuando se fraguó el Golpe de Estado de Pinochet en 1973. Olof Palme, como Primer Ministro, dio protección y apoyo a padres y a menores que llegaron con sus padres o familiares (ya que sus progenitores habían sido asesinados por la dictadura de Pinochet). Era un miembro más de una larga lista de refugiados políticos que encontró amparo, proyecto de vida y dignidad en un país tan diferente al suyo como es Suecia.

Elegido Primer Ministro en octubre de 1969, llegó a un acuerdo de cooperación cultural y técnica con Chile desde la Agencia Sueca para el Desarrollo y contó con la colaboración del embajador Harald Edelstam tratando de salvar muchas vidas entre los funcionarios e intelectuales perseguidos, lo que le valió ser declarado persona non grata por el dictador, en diciembre de 1973, aunque no por ello dejó de denunciar en la ONU y en todas las instancias internacionales los atropellos de los derechos humanos ocurridos en Chile. Esto alimentó la teoría de que la DINA anduvo detrás de su asesinato en 1986, al registrarse que dos asesinos profesionales de este grupo paramilitar chileno se encontraban en Estocolmo la semana previa a su asesinato. 

Joakim Palme, su hijo mayor, Profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Uppsala, ha documentado los intentos que hubo de asesinarle y relata, entre otros, un intento en Madrid, en una reunión de la Internacional Socialista en 1976, cuando los servicios secretos chilenos prepararon un atentado que no les salió bien. En esa época eran conocidos los escritos de Olof Palme y de Willy Brandt a favor de reformar las Naciones Unidas en pro de los valores de la democracia, de los derechos humanos y de una política activa de desarme. En esta política contra la desigualdad y a favor del desarme trabajó con Alva Myrdal, que en 1982 conseguía el Premio Nobel de la Paz.

Muchos recordarán las famosas huchas que sacó a la calle para ayudar a los españoles exiliados pidiendo abiertamente “För Spaniens frihet” (“Para la libertad de España”). Su objetivo era recoger fondos destinados a los partidos de oposición a la dictadura. Cierta prensa española, un mes antes del fallecimiento de Franco, se refirió a estas colectas como “actuaciones de Palme contra España” o “a favor de los terroristas”.  No era nuevo para los suecos que su líder se embarcara en una aventura así contra la dictadura franquista. En 1967, siendo Primer Ministro Tage Erlander, se hizo una campaña publicitaria institucional muy activa desde el Gobierno para impedir el turismo sueco a España: “Piensa en lo que haces; con tu dinero apoyas una dictadura”. 

Palme confesaba sentir un cariño especial por España; hablaba español y tenía en su despacho de Primer Ministro la portada de “El País” sobre el 23-F. En 2017, el Profesor Mårten Palme -su hijo mediano, de quien se despidió a la salida del cine minutos antes de su asesinato- me preguntaba por Felipe González: “Mi padre le apreciaba mucho” y quien atribuye a González una frase que trasladó a su padre cuando eligió Suecia como uno de sus primeros viajes oficiales siendo presidente del Gobierno tras su triunfo electoral de octubre de 1982, en el mismo mes que Palme era reelegido: “Quiero para España lo que tú consigues para Suecia”. 

En esta semana, en la que la Fiscalía sueca se ha pronunciado sobre la autoría de su asesinato poniendo fin a las investigaciones que han durado 34 años, vemos movilizaciones en la zona de Hötorget como la decepción por parte de sus hijos que han llegado a decir públicamente que no ha habido calidad en el proceso. Por todo ello, resulta inevitable recordar que Palme era un líder incómodo que condenaba los desmanes de dictaduras tanto de derecha como de izquierda (apoyaría la Primavera de Praga frente a Moscú y a los dirigentes checoslovacos los definiría como “criaturas de la dictadura”). Su identidad política la conformaba, sobre todo, la “tercera vía” entre el capitalismo norteamericano y el comunismo soviético. Luchó contra las dictaduras latinoamericanas y abrió las puertas de Suecia a los refugiados políticos.  Denunció la actuación de EEUU en la Guerra de Vietnam (llegó a denunciar la crueldad de los bombardeos a Hanoi y los asoció al bombardeo de Guernica). Se sublevó internacionalmente contra las armas nucleares y la política del apartheid en Sudáfrica. Medió en la ONU en la guerra entre Irán e Iraq. Defendió el derecho del pueblo palestino a tener su propio Estado. 

Su Estado de Bienestar era paradigma de libertad, igualdad, solidaridad y justicia social, centrando sus objetivos en reducir la desigualdad en los ingresos de las diferentes clases sociales (sus opositores lo criticarían como un “traidor a la causa burguesa”) como de conseguir el pleno empleo, al tiempo que promover la eficiencia y el crecimiento económico. Las más altas tasas de ingresos  familiares disponibles (después de impuestos y transferencias) y de políticas sociales más amplias se dieron, a nivel mundial, en Suecia, yendo Finlandia y Noruega por detrás. 

La «Comisión Palme» fue un informe unánime basado en reflexiones de los países del Este y Oeste; se presentó como «Seguridad Común» ante las Naciones Unidas y censuraba, entre otros, el papel de Occidente en África y llamaba a las potencias para llevar a cabo un trabajo en común destinado a lograr la desnuclearización, granjeándose la enemistad de la industria armamentista, que veía en él una ofensa a sus intereses económicos.  

Defendió e hizo cumplir las reglas del derecho internacional y alcanzó cotas de popularidad muy elevadas por la buena opinión pública en su país en torno a su figura. Era un socialdemócrata clásico, un líder carismático que aspiraba a acabar con la pobreza y que ennobleció la práctica del poder público hasta niveles nunca vistos. Vivía cerca del céntrico Gamla Stan (“ciudad vieja”), en el casco histórico de Estocolmo y los suecos le recuerdan paseando por las calles, sin escolta y saludando a los transeúntes que se encontraba a su paso. Palme creía en lo que defendía y lo hacía de forma apasionada. Dirigentes de la época le recuerdan siendo duro en los debates “no porque fuera duro, sino porque creía en lo que decía y pensaba”. Así era como le recordaba Anna Lindh, la activista socialdemócrata que fue también asesinada siendo ministra en 2003.  

Palme jugó, así, un papel muy importante en el escenario político internacional. Suecia, a pesar de ser un país pequeño, se situó en un buen puesto a escala mundial; primero por su modelo paradigmático e idílico de Bienestar y después, por su solidaridad con los países que atravesaban grandes injusticias sociales. 

Tras largos años de teorías apuntando en diversas direcciones, incluso con revelaciones en su momento del escritor Stieg Larsson (conocido en España por la saga ‘Millennium’) haciendo entrega a la policía sueca de documentos que trataban de probar la autoría de grupos ligados al apartheid sudafricano, en 2010 el Parlamento sueco aprobó que los delitos graves como el asesinato no prescribiesen, evitando de esta manera el archivo automático del “caso Palme” que se iba a producir en 2011. 

De sus hijos con Lisbeth, Mårten, el Profesor en Estocolmo, resalta su humanidad haciendo de la política una vocación de servicio dentro y fuera de los despachos y bromea: “Es que no hubiera podido estar encerrado en ninguna parte” y recuerda que, de pequeño, jugaba los fines de semana al hockey sobre hielo con sus compañeros de colegio y a su padre, siendo ya Primer Ministro, le gustaba acercarse al final de cada partido con dos termos grandes de chocolate caliente: uno para cada equipo que jugaba y sonriente decía “si queda algo de chocolate en el otro termo, compartan; la idea es compartir”. 

Su cercanía y política de calle le hizo evitar a toda costa llevar escolta. Le gustaba caminar por su ciudad, escuchar y conversar y hacía cola en los sitios, como se recuerda la noche en que hizo cola en el cine para ver con su mujer una película y a la salida fue cuando se perpetró su triste final. A Joakim, el Profesor en Uppsala, en una simple conversación, cuando se habla de esta cercanía en el trato de su padre y a su rechazo de hacer uso de ninguna prerrogativa en su condición de Primer Ministro, corta de forma tajante la continuidad de la frase: “¿Pero cómo iba a querer tener privilegios? Por supuesto, no llevaba escolta, seguía viviendo donde siempre y hacía cola ¡como todo el mundo!”. 

Olof Palme queda, para la Historia, como un ejemplo claro de que la ética de las convicciones puede ir de la mano de la ética de la responsabilidad y de que hay otra manera de entender y de ejercer la política en el compromiso por la sociedad que se quiere construir y en la preocupación por las próximas generaciones.

María José Vicente es Profesora de Ciencias Políticas y de la Administración de la Universidad Complutense de Madrid 

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