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Olga Amarís Duarte: “La guerra es un absurdo donde los protagonistas, de un bando u otro, siempre acaban convirtiéndose en víctimas”

La escritora y filósofa reflexiona sobre la sinrazón de todos los conflictos bélicos en ‘Fractales de una guerra en primavera’

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análisis

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La escritora y filósofa Olga Amarís Duarte (Madrid, 1979) tuvo la necesidad de crear el libro Fractales de una guerra en primavera (Huso-Cumbres, 2023) pensando en Ucrania y en todas las guerras que nos urge detener. Obra enmarcada dentro de la colección «Palabras hilanderas», se presenta este próximo martes 14 de marzo, a las 20 horas, en el Ateneo de Madrid. La autora compartirá diálogo con Miguel Ángel Moratinos, Alto Representante de Naciones Unidas para la Alianza de Civilizaciones.

¿Qué cuenta Fractales de una guerra en primavera? 

Si ocurriese que los libros tuvieran como misión contar una sola cosa, Fractales de una guerra en primavera contaría, sin duda, que la guerra es un absurdo en donde los protagonistas, ya sean de un bando u otro, siempre acaban convirtiéndose en víctimas. En siete escenas dramatizadas, el absurdo va cobrando forma y dejando al descubierto una red de seres humanos despojados de su voluntad y reducidos a ser marionetas de un destino armado hasta los dientes. Voraz, pero tuerto. De ahí la mala puntería y la irremediable mala suerte. La guerra que aquí se presenta es ese embudo en donde las posibles soluciones siempre son las peores. 

Su libro viene dentro de la colección Palabras hilanderas. ¿Lo definirías dentro de algún género literario o eso no le importa?

Supongo que podría definirse como un texto teatral precedido por una reflexión sobre el concepto filosófico de la guerra. Aunque lo cierto es que soy reacia a incidir en esos cortes terminológicos y tiendo a preferir las experiencias creativas que atraviesan géneros y que residen en lo periférico, en el lugar de cruce. Percibo una urgencia en los últimos tiempos por parcelar el saber, por levantar fronteras entre las disciplinas, incluso dentro de las propias disciplinas; en suma, por colonizar el conocimiento. Todos sabemos que el pensamiento, por naturaleza, es atómico y poliforme. De ahí que la literatura, y en general el arte, no se dejen clasificar en esos ordenamientos que pretenden reducir la riqueza de la diversidad a una simple oposición de contrarios. 

Dice que la guerra no es arte, ni es política, ni es justa ni legítima. ¿Nos intentan vender la necesidad de valorar una guerra? 

Eso sería un gesto muy amable. Pero en la práctica sucede algo bien distinto. Al ciudadano medio no se le pide en ningún momento que haga una valoración sobre la necesidad o no necesidad de entrar en una guerra. Las decisiones ya están tomadas de antemano. Al ciudadano tan sólo se le convence de la urgencia de aceptar un inexistente, un espejismo que, a fuerza de repetición, se convierte en una amenaza primordial para él. La abstracción de la guerra es el peor peligro, porque puede adquirir cualquier forma. Incluso las más increíble o disparatada.  Convierte en natural, en apremiante, aquello que no existe más que en los mensajes adoctrinadores de una maquinaria propagandística que ya decidió que la guerra era un mal necesario. Por ello se hace tan importante, especialmente en tiempos de confusión, no cejar nunca en el ejercicio libre y autónomo de reflexión. Incluso cuando el pensamiento nos arrastre a pensar lo impensable. 

¿Somos guerreros por naturaleza o no conocemos otra forma de educación? 

La primera lección que deberíamos aprender consistiría en alejarnos del discurso romántico y glorificador de la guerra. La segunda, tal vez, entender que en las guerras actuales ya no luchan guerreros, sino soldados. El guerrero era un individuo que, de forma voluntaria, y en plena consciencia de la responsabilidad de sus actos, guiado por un decálogo moral y espiritual muy sofisticado, se enfrentaba al enemigo, es decir, a otro guerrero. No entra dentro del concepto de “guerrero” la posibilidad de matar a civiles, ni de violar a mujeres y menores ni de tirar una bomba atómica desde un bombardero sabiendo que tal acción supondrá la destrucción de ciudades enteras y el acabamiento de vidas inocentes. En la obra de Ernest Hemingway encontramos espléndidos ejemplos de los protagonistas de las guerras actuales. Hay estudios que demuestran que la mayoría de soldados, en una continua atmósfera de violencia, son capaces de despojarse de su humanidad para convertirse en criminales. La diada soldado-asesino tiene mucho que ver con esa furia de destrucción aprendida en la guerra, en esa escuela de la infamia, y mucho menos con un reducto arcaico y primitivo de nuestra naturaleza bestial. El animal no puede ser cruel porque no se considera a sí mismo un sujeto agresor. La crueldad necesita ese estado de consciencia que nos hace espectadores del mal que, con toda intencionalidad, estamos perpetrando. Se puede educar para la paz, pero también para la guerra. Igual de importante me parece fomentar el primer camino que acabar, cuanto antes, con la educación que sigue incidiendo en el odio y en el miedo a un supuesto enemigo. 

¿Qué memoria queda en las víctimas de un conflicto armado? 

Si partimos del hecho de que la experiencia bélica es, para la víctima, la negación, la carencia absoluta de todo lo primordial, una herida incurable, entonces la única memoria posible es la desmemoria. La disociación que se produce entre el pasado armado y el presente en aparente paz obliga a este tipo de anestesia-amnesia. Los relatos bélicos aburren, no son apropiados en la atmósfera de reconstrucción. La víctima, por pudor, para encajar en “los nuevos tiempos”, calla. También para evitar el dolor de tener que recordar, volver a pasar por el corazón, la experiencia traumática una vez que ha constatado que no sirvió para nada. María Zambrano dice que la historia no superada es como un fantasma. Siempre acaba por retornar. Fractales de una guerra en primavera retoma esas historias anónimas para que no se pierdan, para que no pensemos que nunca existieron.

¿La guerra es una zancadilla a la civilización? 

Sin lugar a dudas. Resulta muy revelador que, en muchos idiomas, incluido el español, se hable de “los caídos en guerra”, haciendo énfasis en esa imagen de una piedra que nos empuja una y otra vez al traspiés. La guerra es el fracaso de la cultura, de la tradición, de la política y de la posibilidad de establecer una comunicación efectiva por los medios humanos. El filósofo alemán Karl Jaspers lo llamaría un mundo que se revela sin fondo. Y porque no tiene fondo, no tiene fundamentos. La destrucción de la ciudad, de la polis, y de la casa, centro ético del ser, marca la erradicación de aquellos lugares en donde los actos y las palabras del ciudadano son semillas que germinan en un bien común. En resumen, en la guerra se acaba con el principio de individualización tan importante en nuestras democracias que hace que el sujeto pueda ser libre para crear su historia, y no esté obligado, simplemente, a padecerla. 

¿Qué le llevó a escribir este libro?

Este libro fue mi respuesta urgente a la incomprensión de una guerra, la de Ucrania, que, como cualquier otra guerra, podía y debía haber sido evitada. Buscando razones para entender lo que estaba ocurriendo en nuestro mundo, me fui encontrando con causas incomprensibles, con historias escindidas por completo de la lógica de las relaciones humanas y con relatos de vida inenarrables en los únicos términos cívicos que son aceptables en el siglo XXI. En este sentido, este libro no pretende hacer una reparación, sino una constatación del absurdo, como ya mencioné. Mi esposo y mi familia política son de Ucrania. Se podría decir que mis hijos y yo nos sentimos medio ucranianos, aunque pongo en duda que las entrañas sepan de sentimientos de arraigo a una nación. Este libro es, de igual manera, mi humilde contribución en agradecimiento hacia todas las ucranianas y todos los ucranianos que vinieron a compartir conmigo sus testimonios y sus admirables ejemplos de valentía, hospitalidad y resistencia.

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Fractales de una guerra en primavera

Olga Amarís Duarte

Huso Editorial

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