Los vecinos la localidad toledana de Val de Santo Domingo se preguntan «¿Hasta dónde tenemos que aguantar»? a causa de las agresiones, amenazas y palizas que están sufriendo en las últimas fechas. Esta inseguridad en la comarca de Torrijos ya fue la causa por la que miles de vecinos se manifestaron.

R.B de 40 años, se encuentra ingresado en el Hospital de Toledo tras recibir una brutal paliza de la mano de, al menos, cuatro hombres por defender a su sobrina.

«Ella no tenía que haber vivido esto, mi sobrina no tenía por qué haber vivido esto», se lamenta una y otra vez R.B, con un codo roto, un bulto, una brecha en la cabeza, contusiones por todo el cuerpo, los dientes sueltos y la cara prácticamente desfigurada.

«Estaba en el bar de mi hermano jugando al mus, la barra la atendía mi sobrina. Aprovecharon que aparentemente estaba sola para intentar despistarle, primero entraron un grupo de mujeres que ella no conocía con niños. Cuando iba a atenderlas se percató de que al grupo se habían sumado algunas mujeres más con niños también, éstas últimas pertenecían a los que tenían prohibida la entrada en el bar. Mi sobrina intentó disuadirles para que se fueran, ellas se le encararon, se pusieron a discutir mientras me avisó por el móvil nerviosa. Cuando salí al bar le estaban rodeando, pegando y zarandeando. Me fui inmediatamente a por ellas. Mi sobrina tiene 25 años. Y ellas tenían la entrada prohibida en el bar. Al salir yo, obviamente, el tercio de la pelea cambió. Puse a mi sobrina a salvo y me encaré a ellas, mientras se abalanzaban sobre mí al grito de maltratador de mujeres, abusón y racista. Al poco estaban marchándose con la amenaza de que bajarían los suyos a vengarles. Y así fue, en pocos minutos allí estaban, no nos había dado tiempo a digerir lo que habíamos vivido, entraron en el bar y empezaron a romperlo todo y a tirarme taburetes encima. Mi sobrina, y las pocas personas que había en el bar, tuvieron que encerrarse en la tienda de al lado y llamar desde allí a la Guardia Civil, mientras les golpeaban las puertas y les instaban a salir para ser machacados bajo todo tipo de amenazas. No sé cuántos eran ni cuántos golpes me dieron, pero sí sé que estaban totalmente fuera de sí, fuera de control. No sé cuándo se hartaron de pegarme, no sé cuándo dieron su venganza por satisfecha. Quizás fuera en el momento en el que yo prácticamente había ya perdido el conocimiento o quizás fuera al escuchar las sirenas de la Guardia Civil o de la ambulancia. Sólo recuerdo a mi sobrina diciéndome: “¡pensé que te mataban!” y abrí los ojos en la cama del hospital».

¿Cuál era la causa por la que esta gente tenía prohibida la entrada al bar?, preguntamos a R.B., quien nos responde con la resignación de quien sabe que no hay solución al problema.

«Tenían prohibida la entrada en el bar exactamente para evitar que esto pasara. Era la única forma que creíamos que teníamos de protegernos. Si lo cuento no es para los míos se preocupen por mí, es para seguir protegiendo a mi sobrina que hoy tiene miedo de salir a la calle en su pueblo, en nuestro pueblo y la verdad es que no sé hasta dónde vamos a tener que aguantar».  dice R.B con voz dolorida y rota de dolor.

No es la primera vez que en este medio nos hacemos eco del miedo con el que conviven los vecinos de esta comarca en los últimos años. Y razón no les falta.

«El bar del pueblo era un lugar en que entrabas a tomarte una caña y podías salir a fumar e incluso marcharte dejando el dinero en la barra, o tu bolso en la silla sin ningún temor hasta que llegaron ellos, por eso tenían prohibida la entrada en el bar. Llegaban, se sentaban en las mesas, montaban jaleos con los niños y robaban lo que podían. Unas veces al despiste y otras descaradamente, por eso tenían prohibida la entrada en el bar», comenta un vecino a Diario16.

No era el primer problema que creaban en el pueblo, ya que estos okupas llevan años viviendo de conflictos y amedrentando al pueblo con sus ilícitas formas de ganarse la vida.

«Los primeros en llegar fueron los padres, hace unos años ocuparon uno de los numerosos chalets que la crisis inmobiliaria había dejado en el limbo en nuestro pueblo. Después fueron llegando sus hijas e hijos (tienen 11) con sus maridos y mujeres y respectivos descendientes y ocuparon algunas viviendas más. Lejos de venir a integrarse, como ha habido algunos otros casos de ocupación en la zona, e incluso en el pueblo, han venido a convertir nuestras calles en su propia ciudad sin ley».

Las palizas y los robos no son el único problema, sino que los vecinos callan ante el estado de pánico en el que viven. «Han pasado muchas cosas que todos sabemos y que no se pueden demostrar, y otras que, aunque se han demostrado, no han podido solucionar el problema. Son muchos en número y viven como les da la gana, nos han desvalijado el pueblo y se ríen en nuestra cara, al final, era cuestión de tiempo que algo así pasara, todos lo veíamos venir, pero no sabíamos a quién le iba a tocar», continúa relatando R. B con la voz cada vez más triste.

«Hartos de vivir con miedo»: los vecinos de la comarca de Torrijos se manifiestan contra la inseguridad y la delincuencia

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