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¡Oh, Democracia!

Resistencia XIX

Antonio Periánez Orihuela
Antonio Periánez Orihuela
Maestro de Primera Enseñanza. Licenciado en Filosofía y Letras (Historia del Arte) Doctor en Comunicación Audiovisual. Tesis: La Imagen de Andalucía en el Cine Español (1940-1960) Diplomado por la Universidad de Valladolid. Historia y Estética Cinematográfica. Colaborador varios años del Periódico Comarcal, "El Condado".
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análisis

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Federico García Lorca pasó un tiempo en Nueva York coincidiendo con el Crack de 1929, la gran Crisis del Capitalismo, y nos ha dejado uno de los libros más renovadores de la poesía española, “Poeta en Nueva York”. Federico refleja en sus versos muchas de las cosas que vio en aquellos días de la terrible crisis humanitaria producida en los barrios pobres de la ciudad de los Rascacielos, además conoció en profundidad la estética de Walt Whitman autor de “Hojas de hierba”. Whitman es de los poetas líricos más importantes de habla inglesa, en su obra cantó a la Naturaleza, el Amor, la Vida, la Muchedumbre y a la Democracia de la que dice: “Para ti este canto mío, ¡oh, Democracia, para servirte, esposa mía!/Para ti, para ti, yo he trinado estos cantos”. Julio Cortázar escribe, mucho más tarde, sobre Libertad y Democracia, y entre otras cosas recordamos:”…porque esa es la naturaleza misma del clisé y del estereotipo: anteponer un lugar común a una vivencia, una convención a una reflexión, una piedra opaca a un pájaro vivo”. Y Tomás Ibáñez escribe no hace tanto tiempo:”También para analizar la Democracia hay que ir a los “hechos mismos”. Sin embargo, los medios de comunicación difunden cantos de alabanza al sistema, también la mayoría de nuestros políticos, incluso los de derecha, se atreven a mitificarla o, más bien, a santificarla.

Trabajo y tiempo le ha costado al sistema capitalista, pero ha logrado meternos a todos en el mismo saco, digo esto, porque hasta tal punto hemos mordido el anzuelo que en la actualidad el que se atreve a poner en tela de juicio el sistema democrático, no es considerado sólo como un simple disidente, más bien, se acerca a lo aberrante, al sacrilegio. No importa que Alonso Quijano, nos advirtiera que “Cada uno es hijo de sus obras”, pero estos que defienden la Democracia como la culminación del progreso lógico de la Humanidad o del proceso consensuado entre iguales, dicen no aceptar la duda de escoger entre la libertad y la opresión.

Este es uno de los principios del chantaje, comparar situaciones y contextos diferentes, cuando se habla de democracia se falsean demasiadas cosas, dado que esos valores defendidos ya vienen dados por el sistema que se defiende. No es sólo que somos hijos de nuestras obras, sino que nuestras obras son el producto de la vida social que vivimos, “ese es el único “lugar” desde el que se habla y se vive”. Somos parte del mismo sistema y nos ha forjado el mismo proceso, si en nuestras relaciones sociales vemos una causa moral, no es otra que la creada por el sistema que vivimos, formamos las ramas y las hojas del único tronco conocido. Es muy sencillo, había amos porque había esclavos, señores porque había siervos, hoy no somos tan distintos, somos parte de un presente y cada uno tiene que valorar el grado de explotación al que se siente sometido.

La moral ateniense la compartían tanto Sócrates, como sus esclavos. Nosotros aceptamos los valores absurdos de la Bolsa, como aceptamos el yate por el Caribe, como aceptamos el humilde ventilador en el piso de 40 metros y 40 grados, donde se achicharran unos mocosos delante de un plato de salchichas con kétchup. Friedrich Nietzsche, el filósofo alemán, nos habla de dos tipos de hombres con distinto sentido de la moral, decía Federico que había una moral del esclavo y una moral del amo. Me permito dudar demasiadas cosas. Estas discusiones mejor no tenerlas, pero una señorita de mi pueblo, de aquellas del ropero parroquial, me dijo una vez que los “pobres eran felices con su pobreza, porque no aspiraban a otras cosas, ni sabían más”. Siempre tengo un recuerdo para la artista María Jiménez, sobre todo, cuando cantaba con su estilo personal, lo de: “yo no entiendo las cosas de las clases sociales”. En Vetusta, la urbe inventada en la “Regenta” por Leopoldo Alas “Clarín”, el autor cuenta como en el espacio urbano de la ciudad iban apareciendo unas torres distintas de las tradicionales, torres que irritaban al Arcipreste, ya que “Hasta aquellas chimeneas delgadas, largas, como monumentos de una idolatría, parecían parodias de las agujas de las iglesias”.

Somos lo que leemos, lo que escuchamos, lo que el sistema nos pone delante de nuestros ojos; en la escuela, en el cine, en la almohada donde reposamos la cabeza. Nuestra perspectiva no alcanzará otros horizontes, si no lo descubrimos, si no lo construimos, es un régimen, una estructura cerrada, hecha, nos define la moral que nos amamanta desde la cuna. Los cambios prometidos por el sistema siempre nos dejan en el mismo sitio, pero un cambio en profundidad no se ha producido todavía, la historia demostró que se puede, aunque sólo resultó un amago, una prueba. De este lado, los cambios que se producen son un refresco para el sistema, una manera de apaciguar al personal con promesas que no se cumplen, a veces, porque no se pueden cumplir. El sistema fue modelando sus procedimientos hasta infiltrarse en la raíz de lo edificado. Al parecer, el cristianismo condenaba el cobro de intereses, pero los comerciantes del Medievo utilizaban la letra de cambio, también lo hacían en las ciudades italianas del Quattrocento. Interesa echar un vistazo a las teorías de E. Stiglitz, premio Nobel de economía, sobre la Globalización, aclaran la implicación del FMI en este proceso y el perjuicio causado a los países pobres. Las ideas económicas, como las morales, se ajustan a su tiempo.

Precisemos. La cuestión no es sólo económica, ni cultural, ni de verbenas, ni de ferias, ni de tiendas abiertas, incluidos los domingos y fiestas de guardar, para que el personal se crea que su libertad consiste en comprar lo que se le antoje y abarrote las arcas del capital. Un sistema abarca hasta el último rincón de la casa más humilde, no sólo las cuestiones económicas, ni artísticas, ni religiosas, somos nosotros mismos y, si me apuran, nuestros pensamientos. Sobre esto podemos seguir en otra ocasión, ahora volvamos a Galgraith que defiende la inutilidad de los que pretenden separar economía y política: “Es una pantalla que oculta la realidad del poder y de las motivaciones económicas”.

No hace falta que retomemos la idea del “hilo conductor” para utilizar como principio que el baluarte del capitalismo es la Democracia, es la pantalla que sirve de parapeto, de escudo protector a los que, por vergüenza o por convicción nos hablan de Estado de Derecho, de Igualdad ante la Ley y de otras zarandajas. Nos invitan cada cierto tiempo a la posibilidad de escoger entre este y otro partido político, entre este y otro líder, entre este y no sé cual programa que no se podrá cumplir, por miles de razones del sistema. El programa democrático, el voto para hacerlo realidad, si es posible, nunca incluye cuestiones como, nacionalizar la Banca, gestión empresas que dejan dinero y cosas parecidas. Bueno, es que estamos en un sistema, de propiedad privada, de libre mercado, de lo que hoy se dice como Neocapitalismo, Neoliberalismo y que, además, se llama democrático, porque tienes la ventaja de poder cambiar sin moverte de tu sitio. La mayoría de las residencias donde han muerto miles de personas eran privadas, la Sanidad se privatiza para ganancia de las empresas, parte de la Enseñanza está en manos privadas para que ganen dinero las empresas. Democracia, ¿dos formas de moral o explotado y explotador? Mucho me temo que la salida de la crisis y la entrada en la otra, sea democrática.

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