Octubre 2017

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Pronto se cumplirá el primer aniversario de los hechos de Octubre que cronológicamente enumerados de forma escéptica, transcurrieron así:

El día uno, se celebra el referéndum con la pregunta: «Voleu que Catalunya sigui un estat independent en forma de República ?»

El día tres, huelga general.

El día diez, en una sesión en el Parlamento de Catalunya, Carles Puigdemont, hizo una declaración parcial de independencia, a la espera de una mediación internacional.

El día veintisiete, a las tres de la tarde veintisiete minutos, el Parlamento de Catalunya aprobó la declaración que proclama la Republica Catalana.

Conviene o se debería analizar de forma objetiva y honrada, además de comprobar si los errores cometidos, sirven de frustración o de reconocimiento agradable con una cierta dosis de humor, todos los acontecimientos antes expuestos, orientados por tres observaciones: la de Aristóteles, la de Ferlosio y la del valor del error en la evolución.

Primero. Como Anscombe, citando a Bradley, nos recuerda que el moralismo es malo para el pensamiento. Y quizás una de las razones por las que Aristóteles pensaba tan bien es por lo poco moralista que era. Como Anscombe recalca, el punto de partida del silogismo práctico es siempre un deseo, o algo deseado. Aunque Aristóteles formula a veces la premisa empleando la palabra (conviene), esta palabra ha de ser entendida en su sentido usual (conviene que los atletas se entrenen frecuentemente, conviene mantener el peso, dejar de fumar o limpiarse los dientes antes de acostarse, conviene revisar los frenos del coche cada diez mil kilómetros, etc.) y no en el rebuscado sentido que los filósofos morales suelen dar a «debería».

Segundo. Sánchez Ferlosio cuando escribe: “El escrúpulo de la objetividad es incluso anterior a la honradez: es condición de posibilidad de ésta: quien no lo tenga no puede ni tan siquiera aspirar a ser honrado”.

Tercero. Agradecer a la evolución el hecho de habernos distinguido con la capacidad de encontrar agradable el reconocimiento de errores en nuestro sistema cognitivo. Aprendemos mediante la generalización de hechos particulares, extrayendo normas de observaciones sistemáticas y mediante ensayo y error. Y funciona más o menos bien la mayoría de las veces, pero por fuerza acaba produciendo errores. Y evidenciar errores en las normas nos parece gracioso. Nuestra «fragilidad cognitiva» es para nosotros un objeto de burla amable. No nos deprimimos al equivocarnos; si lo hiciéramos no habríamos llegado hasta aquí.

Y en la otra orilla, tras lo acontecido, gritaron: “Negarlo todo era genial. Era lo mejor. Negar era incluso mejor que fumar. Como señala un personaje de la novela “La Información”, de Martin Amis.

Pero seamos al menos una vez lo suficientemente inconscientes como para no batirnos en retirada. Todo lo han hecho, sabiamente.

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