Es evidente que un nuevo registro político ha llegado en los últimos tiempos a la esfera política y lo ha hecho para quedarse. La distribución del voto del ciudadano en una dispar variedad de partidos ha hecho que la posibilidad de que uno de ellos alcance la mayoría parlamentaria pase a ser un retazo del pasado y una utopía en el futuro. En el presente, por lo pronto, es una consecuencia. Y la consecuencia trae la necesidad de la conversación, el diálogo, los pactos, y en la que, la ideología partidista de cada uno de los pactantes tendría que quedar en segundo plano en función de lo primordial, que es en todo momento, forjar de la mejor manera la convivencia y el desarrollo social y económico de los ciudadanos. ¿Pero hasta que punto somos capaces, no sólo los partidos políticos, sino también los ciudadanos, de dejar a un lado nuestros ideales en función de esa noción primera?
Acostumbrados como hemos estado a mayorías absolutas, hemos concebido la premisa de que esa es la única forma de construir una economía y una sociedad solida y emergente. Todo lo demás nos parece débil, insostenible y con márgenes de desconfianza. Como en otros casos, esto es solo producto de esa costumbre aceptada durante décadas porque había derivado siempre en esa línea, pero ahora, la situación ha procreado otro vericueto que nos ha cogido por sorpresa, el cual no hemos analizado en toda su medida, debido sobre todo a lo expresado con anterioridad: el hábito instruido durante años sobre la mayoría absoluta.
Probablemente, el cambio de mentalidad, y en la misma medida, la secuencia necesaria para procrear y aceptar en las mentes de los ciudadanos este nuevo registro del paisaje político, lo traerá el paso del tiempo, la necesidad de concebir formas de acuerdos que acabarán por admitir que las mayorías absolutas pertenecen a un tiempo pasado, como las cabinas telefónicas o el fax, pero mientras tanto todo nos parece estrafalario, inadecuado, nos produce desconfianza. Sin embargo, la posibilidad de conferir acuerdos o márgenes que constituyan una única línea o un único frente que es el progreso social, económico y de convivencia de los ciudadanos, entre diferentes partidos políticos, o mejor dicho, entre ideologías diferentes, o incluso, siendo de idéntica ideología pero con parámetros dispares, puede proporcionar al ciudadano la visión elocuente de la realidad a la cual los actores principales de cada partido sean capaces de aceptar que lo primordial es el ciudadano y en ningún caso la supremacía ideología y el narcisismo de partido.
Lo que es evidente es que, en una u otra manera, el actual paisaje forjará nuevas pautas a asumir.