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Nuestra policía y la historia de un país en bragas

Sonia Vivas Rivera
Sonia Vivas Rivera
Nació en Barcelona en el año 1978. Hija de una familia de emigrantes extremeños. Pedagoga y educadora, policía vocacional. Cursó master en ciencias forenses y se especializó en derechos contra las libertades fundamentales liderando el servicio de delitos de odio pionero en Baleares. Residente en Palma de Mallorca, entiende la seguridad pública como un servicio al ciudadano en comunión con los derechos humanos. Mujer, feminista, lesbiana y de izquierdas. Concejala de Justicia Social, Feminismo y LGTBi del Ayuntamiento del Palma de Mallorca
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análisis

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Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad en este país son algo así como el mono ese, al que visten de seda, pero que cuando le quitan la ropa no es más que un primate común y cualquiera con el cuerpo lleno de pelo, entregado a la costumbre de andarse siempre por las ramas.

Ya sé que el refrán habla de una mona y no de un mono, pero en ocasiones me gusta más emplear el masculino genérico, que como ya se sabe engloba a todo el mundo, y de paso dejamos de hablar siempre de féminas cuando de algo negativo, feo o ridículo se trata.

La enorme falacia con la que hemos construido nuestra realidad democrática habla de cómo unas organizaciones de “orden público” que atentaron contra las libertades y que tenían la represión como primer objetivo a la sombra y el cobijo de la bandera, se acostaron tremendamente fascistas y se despertaron a la mañana siguiente adalides de las libertades y de la lucha por la igualdad. Es decir, que nos cuentan sin pudor que las policías como Instituciones de Régimen, pasaron, por ejemplo, de detener a homosexuales, a luchar por los derechos de éstos de manera concienzuda, sabedores de que la diversidad, como decía Lorca en su “Soneto de amor oscuro”, era amor y naturaleza.

Las Fuerzas de Seguridad en España, son el espacio virgen por el que campan con plena autoridad muchos enamorados de una época pasada que les parece mejor que la actual, entre otras cosas porque las fechorías de los uniformados no eran investigadas y cualquier imbécil sin diagnosticar podía tener su cuota de poder en un Estado intervenido por las armas y el miedo.

El hecho de que, a día de hoy, en plena democracia de boca llena y corazón hueco, no haya manera ni forma alguna de que la ciudadanía acceda al interior de las organizaciones policiales, que paga y sostiene con el dinero de sus impuestos, y que no se tengan herramientas para saber de procesos, de expedientes, de quejas y del funcionamiento de lo que es un servicio público más, pone de relevancia que los cuarteles son espacios opacos y ocultos a la mirada de todos.

Esta falta de transparencia revela un gran miedo de la Institución a ser controlada y ese miedo, a su vez, nos narra de manera clara, que quizás exista una falta de buen hacer en determinadas cuestiones que nos afectan a todos y por ello, en lugar de arreglarlo, prefieren ocultarlo y hacer ver que el mecanismo es poco menos que inmejorable y perfecto.

Hoy las cosas han cambiado de puertas para afuera debido al lavado de cara que le han hecho y le hacen, de manera constante, a las Instituciones de seguridad, los partidos políticos de Régimen, que son esos a los que no se califica como antisistema.

Pero la realidad, aunque dista del pasado, es que no se han transformado lo suficiente las mentalidades policiales y que las identidades siguen construyéndose sobre estereotipos y prejuicios hacia lo diferente, y esto, estimados lectores y lectoras, es un cáncer en estado de metástasis que tarde o temprano hará que el sistema entre en colapso.

Para ilustrar lo que digo basta ver de qué manera la derecha de cara más reaccionaria, la díscola hermana gemela de la gaviota naranja, bebe de los votos de las Fuerzas de Seguridad porque con su discurso en clave verde como la bilis, representa la voz silenciada hasta antes de ayer, por incorrecta, de muchos Policías y Guardias Civiles.

Muchos servidores públicos se afilian ahora a un partido que piensa que los extranjeros son en su mayoría un atajo de delincuentes, que muchas mujeres son unas mentirosas compulsivas y denuncian a sus maridos inventándose las palizas porque en realidad quieren quitarles la casa, los niños y el perro y que los gais y lesbianas podemos follar con quien queramos, porque llevamos el vicio dentro, pero que nuestras relaciones de afecto y vida nunca deben ser consideradas matrimonios.

Esa derecha que prostituye el verde esperanza y la cultura contenida en el diccionario que muchos tenemos en algún estante o cajón, ha sido parida entre terribles contracciones y dolores en el fango infecto de una cochiquera de diestra corrupción sin precedentes y viene a pudrir, con la carcoma de la mentira y el odio, todo lo que a su paso toque, poniendo su ojo certero en nuestros cuerpos de seguridad. El problema es que lo hace porque por alguna razón sabe y tiene claro que allí, su sed de votos y afiliados puede calmarse y ser satisfecha.

Y yo me pregunto ¿Por qué la derecha siempre busca a las policías para representar sus demandas? Hay cosas que no han cambiado ni tanto.

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