Corría el siglo XVII cuando ya se utilizaba el término ‘’nostalgia de la inmigración’’. El primero en hacerlo fue el médico suizo Johann Höfer después de realizar un estudio con un grupo de soldados que lejos de casa presentaban episodios de depresión, insomnio, falta de apetito, ansiedad y en los casos más extremos fiebre. La conclusión de Hofer fue tan directa como lógica: la lejanía del hogar provocaba estos síntomas, los mismos que desaparecían siempre que los soldados regresaban a casa.

Para nadie es un secreto que la inmigración ha existido desde el principio de los tiempos y que cada fenómeno migratorio se produce con un objetivo de mejora y en busca de un crecimiento no solo económico. El beneficio que supone el emigrar abarca muchos aspectos y se enfoca como la solución a un problema, y en ese sentido, la premisa podría ser muy simple: se emigra porque se piensa que se va a lograr una mejora. La otra cara de la moneda puede ser muy dura y empieza desde que se toma la decisión de dejar el hogar y a los seres queridos.

Según explican los psicólogos toda persona que llega a un nuevo destino siente la presión de tener que adaptarse lo más rápido posible a su nuevo ambiente. Refieren los expertos que cada inmigrante carga consigo una »mochila psicológica» que puede ser muy pesada para los inmigrantes más vulnerables. Se produce un estrés inevitable y surge la ansiedad de querer hacerlo todo rápido, hasta aquí el tema puede ser controlable, el problema empieza a degenerar cuando la ansiedad y el nerviosismo se hacen crónicos. Cuando ya se ha tomado la decisión, el camino que ha de recorrer el inmigrante es largo y empieza con el shock cultural que se produce al llegar a la nueva casa, pasando por las etapas de emoción y entusiasmo hasta llegar a la adaptación o el rechazo al nuevo destino.

A pesar de que se considera que el »síndrome de Ulises» no es un trastorno de la mente sino un cuadro de estrés agudo en situaciones límite, si una persona es vulnerable su carga será muy pesada y al estrés, somatización, depresión, ansiedad, insomnio y hasta fiebre, se sumarán los sentimientos de culpa por dejar el hogar así como una angustiante sensación de soledad. En ese caso, se debe acudir a un terapeuta antes de que estos síntomas avancen hasta llegar a desórdenes mentales, cuadros depresivos y ansiosos que pueden incluso llegar hasta la esquizofrenia que según estudios realizados por la prestigiosa revista American Journal of Psychiatry puede tener como una de sus causas principales una experiencia de inmigración ya sea personal o familiar. Con esto queda claro que la nostalgia del emigrante puede afectar no solo a la persona que deja la casa.

Los castellanos llamamos nostalgia a ese sentimiento nuestro tan denso y tan profundo que, algunas veces, nos forma un asfixiante nudo en la garganta y, otras, fuerza a nuestros ojos a brotar manantiales de lágrimas. Cuando la sentimos, nos aprieta toda la habitación del alma, nos ahoga y nos hace querer regresar a ninguna parte. Los gallegos, desde siempre, la tratamos como a una buena amiga a la que nos hemos atrevido a rebautizar con el nombre de morriña… Nosotros somos así, cariñosos hasta para camuflar el dolor… y es que, durante generaciones, no nos ha quedado más remedio que buscar consuelo a aquel forzoso Hacer las Américas en Alemania , al menos, por medio de un vocabulario afable con el que aliviar las heridas.

Después de una bancarrota de mi empresa llegó el embargo de todos mis bienes; la crisis económica de España devoraba a muchos autónomos dejando a familias enteras con menores a cargo en el umbral de la extrema pobreza la precariedad que teníamos en España era de desahucio en desahucio. Los niños perdieron la infancia hasta el extremo de que mi niña con 10 años me decía «vámonos de España papá, vivimos en la extrema pobreza en una casa que se cae el techo con inquilinos no deseados: cucarachas y ratones».

Querida Morriña

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