¿Cómo no nos va a doler, si le hemos visto luchar y sufrir y tenemos la certeza de que es el mejor?
No me gustan los buenos principios, como reza el dicho gitano. Y Rafael Nadal empezó fenomenal en su partido contra Djokovic. Le ganaba 5-0 y se lo estaba comiendo.
Los comentaristas estaban eufóricos y ya daban el éxito por hecho de Rafa para avanzar el penúltimo paso hacia su catorceavo Roland Garros.
Pero confieso que tuve un mal pálpito, que pensé que Djokovic estaba muy entero y estaba jugando a largo plazo, a no cansarse al principio, y aprovechar el cansancio físico de Rafael Nadal a largo.
Y quedó demostrado que esa era su estrategia, una estrategia perfectamente elegida, pero moralmente injusta.
Rafael Nadal con dolores, lesionado, cuanto más tiempo se prolongase el partido más iba a sufrir el maravilloso tenista español.
Y así sucedió: lo que tenía planeado Djokovic. A Nadal le vencieron más sus propios sufrimientos físicos y mentales que la raqueta del serbio.
Nadal es un deportista absolutamente ejemplar, una persona absolutamente ejemplar, en la que todos deberíamos mirarnos como si fuese un espejo.
Si todos fuésemos como Nadal el mundo sería infinitamente más maravilloso.
Y por eso nos dolió tanto, verlo derrotado por el buzo de carne en el que se encastra nuestra alma.
Es grande Nadal, el más grande. Y desde aquí le aplaudimos, le deseamos lo mejor; ojalá el año que viene consiga su catorceavo Roland Garros.
Tigre Tigre
