En Bolivia, según las noticias que me llegan de allá, muchos hospitales han colapsado y ya no atienden más pacientes. Ya no reciben. Y una vez más, es la zona más rica del país, el Departamento de Santa Cruz, la más contaminada, la que presenta el mayor número de casos, más del 60% de los que se han diagnosticado en todo el país. El colapso aumentará sin duda la mortalidad, pero no los números, porque morirá gente en la calle, en sus casas, sin nadie que les atienda, ante la impotencia de sus seres queridos.

Mucho se habla en España, y lo utiliza de forma mezquina la oposición, de que han muerto a causa de la covid-19 muchas más personas de las que cuantifica la estadística. Una estadística oficial que, no se olvide, refleja en todo el mundo, y en eso en ningún momento hubo engaño, el número de fallecidos con diagnóstico por PCR, único parámetro medianamente objetivo para poder establecer comparaciones entre países y verificar la gravedad de la pandemia en los diferentes territorios. Y digo medianamente objetivo porque, a pesar de ser una prueba de alto valor de precisión, si no existe en los centros sanitarios, no se puede realizar y minusvalora la incidencia de la enfermedad.

Y es que, claro, en España faltaron pruebas diagnósticas, como tantas otras cosas. No sé si aquí tenemos patria, pero de lo que estoy seguro es de que carecemos de soberanía, o esta es muy débil a causa de la deslocalización de bienes esenciales, por culpa de las políticas neoliberales que se han venido practicando y que, a falta de nuevo presupuesto, y quizás también con este, visto los pactos, seguiremos padeciendo. Alzamos banderas que compramos a los chinos en sus tiendas y a sus fabricantes. En estos días desembarcan millones de guantes made in China, meses después de que comenzaran a hacer falta, porque aquí no teníamos fábricas, como antes llegaron mascarillas o gente del pueblo tuvo que confeccionar batas con bolsas de basura para los profesionales que se jugaban la vida en las urgencias hospitalarias.

 En España, insisto, faltaron pruebas diagnósticas, pero también otros elementos que se consideran fundamentales, como equipos de protección para los profesionales sanitarios del sistema público, que han combatido la pandemia casi a pecho descubierto, demostrando un patriotismo tan fuera de toda duda que no han tenido necesidad de incorporar banderita alguna a sus mascarillas. Pero también, ojo, ha fallado la protección a otros profesionales de todo tipo que ejercían actividades denominadas esenciales por el gobierno para superar la emergencia sanitaria, profesionales a los que en ningún momento, ni antes ni ahora, se les ofreció protección alguna sino que se buscaran la vida como buenamente pudieran: farmacéuticos, fruteros, pescaderos, carniceros, cajeras de supermercado… Muchos pagaron con su vida, con diagnóstico de PCR o no. Y es que en este país que algunos llaman patria, parece que quienes carecemos de nómina en la empresa España S.A. no somos españoles y nos la tenemos que apañar como podamos, aunque, eso sí, de caer enfermos podríamos utilizar unos servicios sanitarios que creíamos excelentes y que ahora hemos comprobado que eran muy mejorables, ante el deterioro de las políticas públicas de atención sanitaria, también víctimas de esa ideología antipatriota llamada neoliberalismo. La realidad no es otra que quienes han acusado al gobierno estatal de esconder muertos son los responsables de que muchos de ellos hayan fallecido. Porque fueron ellos, no se olvide, quienes aplicaron, y quienes aplicarían de regresarar al poder, esas políticas neoliberales antagonistas de cualquier sentimiento patriota verdadero, un sentimiento que no entiendo si no lleva aparejado el dolor y el compromiso con los más débiles de sus compatriotas. Poe ejemplo, con esos habitantes del barrio más pobre de España, las Tres Mil Viviendas de Sevilla, a donde sus Majestades los Reyes acudirán para lavar la imagen que están dando en los últimos meses. Que vayan allí a dejar la mierda y vestirse de limpio es sintomatológico de para qué sirve un pobre en este país. Porque, que yo sepa, no acuden a  llevar la leche y el aceite que han recolectado entre la nobleza hispana.

Tan seguro es que ha habido más víctimas de la pandemia de las que contabilizan las estadísticas como que muchos otros compatriotas, que no padecían la covid-19, fallecieron a causa de la falta de atención de un sistema colapsado. No, no todo ha sido coronavirus. Ha habido muchas personas que han caído víctimas del sistema. Por problemas cardiovasculares, por otras enfermedades respiratorias, por patologías psiquiátricas… La atención a la cronicidad se esfumó, se pospusieron consultas, se aplazaron intervenciones…todo se lo tragó el coronavirus. Y esto tiene que ver con un sistema sanitario que nos ha mostrado sus debilidades: falta de recursos, externalización de servicios y, sobre todo, por una óptica anticuada, obsoleta, de su atención, todavía enfocada a una concepción aguda de la enfermedad, lo que ha conducido a una debilitación progresiva de la atención primaria, bastante pobre ya de por sí en cuanto a su capacidad de generar portadas en la prensa, algo esencial para políticos ascensores y figurones, y a una escandalosa ausencia de auténtica multidisciplinariedad en su ejercicio, que conduce a que se trate la salud del siglo XXI con políticas organizativas y presupuestarias de mediados del XX.

La derecha española tendría que callar muchas cosas, porque buena parte de lo que ha sucedido se debe a las políticas que ellos implantaron y continúan implantando, y renovando, en comunidades que ellos gobiernan, como Madrid, auténtica zona cero de la pandemia, auténtico dolor de cabeza para todo el país.

Europa pecó de soberbia, de subestimar lo que venía de Asía. La soberbia es endémica en este continente abrumado por el envejecimiento, el miedo y la decadencia, y sus epidemiólogos no iban a ser diferentes. No lo vieron venir, no lo vimos venir, porque la soberbia ciega. A partir de ahí, un virus extremadamente contagioso puso en jaque un sistema que creíamos más fuerte de lo que era, y lo hemos pagado muy caro. Pero no todo fue, es, coronavirus. Las políticas neoliberales han matado a mucha gente, de covid-19 y de muchas otras cosas. Y si no aprendemos la lección, lo que venga será aún peor, se llame o no se llame coronavirus. Porque si persistimos en el modelo económico que ha imperado, la contaminación, la destrucción medioambiental, el turismo y un sistema sanitario escasamente financiado y anticuado en su concepto, conformarán una mezcla explosiva, una fórmula magistral mortal para la supervivencia de la especie. Ojalá se aprenda la lección y se enfrente con valentía el futuro. En caso contrario, más pronto que tarde veremos a nuestros muertos en la calle, como ahora en Bolivia, como antes en Ecuador. La infamia no tiene fronteras.

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Manuel Machuca, farmacéutico y escritor, es doctor en Farmacia por la Universidad de Sevilla y profesor en el Master de Atención Farmacéutica y Farmacoterapia de la Universidad San Jorge de Zaragoza. Ha sido presidente y fundador de la Sociedad Española de Optimización de la Farmacoterapia (SEDOF), de 2012 a 2016 y de la Organización de Farmacéuticos Ibero- Latinoamericanos (OFIL, de 2010 a 2012. Ha impartido conferencias y cursos sobre optimización de la Farmacoterapia en Polonia, Suiza, Portugal, España y en 16 países de América Latina. Es académico correspondiente de la Academia peruana de Farmacia y profesor honorario de la Universidad de Buenos Aires. Ha publicado decenas de artículos científicos en polaco, portugués, inglés y español. Como escritor ha publicado cuatro novelas, una de las cuales fue finalista del Premio Ateneo de Sevilla de novela en 2015, y participado en varias antologías de relatos. Aquel viernes de julio (Editorial Anantes, 2015) El guacamayo rojo (Editorial Anantes, 2014) Tres mil viajes al sur (Editorial Anantes, 2016) Tres muertos (Ediciones La isla de Siltolá, 2019)

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