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“No podréis conmigo porque soy idiota”

Juan Antonio Molina
Juan Antonio Molina
PREMIOS Premio Internacional de Poesía “Desiderio Macías Silva.” México Premio Internacional de Poesía “Videncia.” Cuba. Premio de Poesía “Dunas y sal.” España. Premio de Poesía “Noches del Baratillo.” España. OBRA IMPRESA Penélope y las horas sin retorno. Instituto Cultural de Aguascalientes. México. Todos los días sin tu nombre. Editorial Carrión Moreno. Sevilla. El origen mitológico de Andalucía. Editorial Almuzara. Córdoba. Socialismo en tiempos difíciles. Izana ediciones. Madrid. Breve historia de la gastronomía andaluza. Editorial Castillejo. Sevilla. La cocina sevillana. Editorial Castillejo. Sevilla. La cocina musulmana de occidente. Editorial Castillejo. Sevilla.
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análisis

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La frase más inteligente que se ha dicho últimamente en España es la de Ernesto Sevilla, sobre las críticas a los Goya: “No podréis conmigo porque soy idiota.” No es chanza ni ocurrencia sino una aguda descripción del trance político, social e histórico que vive nuestro país. El caudillismo que se fundó al grito de “muera la inteligencia” jamás se ausentó del solar hispano. La deriva autoritaria que ha tomado el régimen del 78 no se puede ya conceptuar de falta de algún desarrollo de derechos cívicos o déficits en la calidad de algunas libertades, sino en la implantación ideológica y metafísica de un reflujo democrático severo de carácter autoritario y, lo más grave, que no es de índole transitoria sino definitiva ya que el poder lo considera volver a la normalidad que había sido perturbada por los usos y valores propios de la democracia.

Y en ese contexto autoritario, las víctimas tienen que ser los culpables y el placebo la cura y, por ello, el panorama posdemocrático que padecemos con un Poder Judicial beligerante y connivente en el ámbito político, la instrumentación de leyes especiales como la “ley mordaza” o el “delito de odio” al objeto de constreñir las libertades y derechos ciudadanos para, de esta forma, reconducir el malestar cívico, la disidencia política y la protesta democrática hacia la siniestra poterna del delito. Esta aceleración del vértigo autoritario ya sin paliativos nos muestran los ijares de un régimen de poder que se ha venido reproduciendo históricamente a través de unas minorías organizadas ajenas al escrutinio de la voluntad popular. Es muy llamativo que Ortega se lamentara hace casi cien años de los mismos males que hoy nos inquietan al afirmar que en vez de la renovación periódica del tesoro de ideas vitales, de modo de coexistencia, de empresas unitivas, el Poder Público fue triturando la convivencia española y cesado de su fuerza nacional casi exclusivamente para fines privados; al cabo del tiempo la mayor parte de los españoles se preguntaban por qué vivían juntos, cuando no se va hacia delante, cuando no se mira al futuro; el Poder Público no ofrece nada para hacer entusiasta colaboración.

Y en el ámbito de esta normalidad llena de anormalidades democráticas impuestas por el poder quizá sea lo más significativo la uniformidad en cuanto a criterio e ideas que conforman una vida pública sin alternativas reales, con una inclinación casi sin matices a los postulados conservadores. Esta carencia supone una anatematización de la centralidad ciudadana como base de poder que, como dijo Norberto Bobbio, no se manifiesta en el hecho de votar, sino por elegir entre ideologías y modelos sociales antagónicos. La intolerancia estructural del Estado de la Transición a la calidad democrática y a las políticas progresistas o de transformación social es la consecuencia de tener como intereses universales los de las minorías organizadas, dejando, por ello, a las mayorías sociales en el ostracismo. La izquierda del Estado desnaturaliza su sujeto histórico. En los momentos críticos, justo cuando su base social más la necesitaba, la izquierda se centró en los “oprimidos cool”, priorizando sus políticas de identidad frente a los conflictos de redistribución que sufrían las clases populares. El descontento de los ignorados, cuya presencia era solo discursiva, fue canalizado, finalmente, por un populismo de derechas que ha estabilizado la precariedad de los penúltimos a base de la exclusión de los últimos.

Sin pensamiento crítico, sin horizontes alternativos, sin compromiso intelectual, la mediocre burocracia de los partidos de izquierda sólo aspira a conservar las migajas suntuosas del poder convirtiéndose en un clamoroso silencio.

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