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¿No ha de haber un espíritu valiente?

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análisis

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Nos parte el corazón la noticia de que al emérito no le dejan volver a Sanxenxo a disfrutar de otro fin de semana en su querida España. Por Dios santo, estamos hablando de un pobre anciano que quiere pasar un fin de semana distrayéndose un poco con su modesta afición por las regatas, acompañado de sus amigos y de unas tazas de ribeiro, un caldiño gallego y unas humildes sardinas asadas. Quizás también unos gambones para hacerlos a la plancha, si están de oferta en “Dia”. “¿Otra vez aquí? pero si estuviste hace nada” parece decirle con desdén su ingrata familia. Convendrán conmigo en que es muy duro que a los ochenta y cuatro años vayas a ver a la familia con toda la ilusión y el cariño del mundo, y ésta te reciba con tan áspero trato y desapego, cuando no desdén.

Para un pequeño capricho que quiere darse el hombre, van y se lo chafan. Después de ahorrar de nuevo, con mil sacrificios, los casi doscientos mil eurillos para pagar el viaje de ida y la vuelta en un modesto avión privado, sin más lujo que un almanaque  pegado con cinta aislante, un raído tresillo, unos serijos y un botijo colgado de una escarpia, ahora tiene que decirles a los del avión y a sus amigos que no va porque su hijo no le deja. ¿Es justo estar toda la vida trabajando, deslomándose por su familia y por España para esto? Tanto sacrificio, tanta ejemplaridad, tantas privaciones para dejarles una peseta, para que ahora te traten así. No hay derecho. No hace falta  recordar su legendaria austeridad, su filantropía, su escaso o nulo apego por el dinero y los vicios mundanos, que ha sido la seña de identidad de su largo reinado. Por su, desde muy joven, inclinación a la virtud en general y a la castidad en particular, muchas veces le han comparado con un monje cartujo, pero él, con una humilde sonrisa ha rechazado tal comparación.

Por eso, para pasar desapercibido, su gran obsesión, ha contratado un avión corriente y moliente, mucho más barato que el que hubiera apalabrado cualquier rey de la chatarra o del ladrillo. Él no hubiera consentido otra cosa porque, como venimos diciendo, si algo ha caracterizado siempre a este providencial monarca es su sobriedad, y sobre todo su moderación. Nunca ha tenido nada suyo, ni ha gastado un céntimo de las arcas públicas para satisfacciones personales. Y si lo ha hecho alguna vez, ha sido para dar ejemplo a todos los españoles  de lo que no se debe hacer. Como un buen padre comprometido con la educación de sus hijos, ha trabajado duro para inculcarnos en nuestras jóvenes y alocadas molleras, sus valores superiores de la moderación,  la sobriedad y la austeridad.

Porque, qué padre como es debido, un padre de orden, no se sacrificaría por sus hijos hasta el punto de, por ejemplo, aunque no beba, llegar una noche a casa borracho como una mosca del vino, dando voces y patadas al mobiliario para mostrar de primera mano las peligrosas consecuencias que acarrrea el consumo abusivo de alcohol. Y qué padre responsable y comprometido con la educación de sus hijos no rompería la hucha familiar y se gastaría en una noche todos los ahorros cerrando un puticlub para su uso exclusivo. Y todo ello para que sus hijos abominen para siempre de tan execrable acto. Qué buen padre no haría lo que fuera, incluso defraudar a Hacienda, llevarse el dinero ajeno a cuentas en Suiza, crear un entramado de sociedades fantasma y fundaciones más opacas que la tela asfáltica operando en paraísos fiscales para hacer ver a sus hijos, y por extensión a todos nosotros, que ese no es, de ninguna manera, el camino a seguir. Él mismo emérito ya clamó como un Moisés en el Sinaí, en uno de sus mensajes de nochebuena, que “nadie está por encima de la ley, la justicia es igual para todos”. Pero, por si había algún hijo pródigo entre su grey, hizo como que no cumplía sus obligaciones fiscales con Hacienda, como que delinquía, para que sus hijos vieran las consecuencias de sus actos, y  quedara claro que con la ley no se juega, y el que la hace la paga.

Todo, naturalmente, era una simulación, puro simbolismo. Pero los rojos, quién si no, siempre tan malpensados, no entendieron, no pillaron lo que el emérito,  en su infinita bondad, quería transmitir. Y llevados por su mala sombra, dieron por hecho que todas las aleccionadoras tropelías que cometía eran de verdad. Y protestaron, y pidieron que se creara una comisión de investigación para esclarecer las responsabilidades del emérito en varias supuestas tramas delictivas. Estos rojos son la monda, siempre pidiendo, que si luz y taquígrafos, que si justicia caiga quien caiga, que si no sé qué, el caso es pedir, que parece que les ha hecho la boca un fraile.

Uno de estos rojos, llevado por su fanatismo, su radicalismo y sectarismo le metió la alcachofa del micrófono hasta los mismos hocicos de don Juan Carlos para preguntarle si iba a dar explicaciones. Y el emérito con su señorío, su desparpajo y campechanía habitual le espetó con una sonrisa al desvergonzado periodista:“¿Explicaciones de qué?.  Bien hecho don Juan Carlos, pero qué se habrá creído ése?. La siempre desleal y levantisca izquierda siempre metiendo el dedo en el ojo, siempre buscando el modo de encenagar, de manchar la inmaculada conducta pública y privada que siempre ha observado el que fuera jefe del Estado durante casi cuarenta años.

Los españoles de bien, como Luis María Ansón y otros grandes periodistas que a diario escriben en El Mundo, La Razón y en ABC, los tres pilares de la información veraz e independiente, cuyo lema ha sido siempre la imparcialidad, la equidistancia, la objetividad y ecuanimidad, amén de la neutralidad,  siempre han defendido al emérito. Luis María Ansón un día se volvió loco y se atrevió a decir que en algunas cosejas “se había equivocado o había sido mal aconsejado”. Seguro que fue mal aconsejado por algún desleal cortesano, porque  de otra manera no se explica que un ser con tantas y tan grandes virtudes pueda equivocarse haciendo, a sabiendas, algo reprochable.

Y ya que hablamos de Luis María Ansón, maestro de periodistas, escritor, poeta y académico de la lengua de gran trayectoria, monárquico de los pies a la cabeza,  hombre de bien y español ejemplar, conviene recordar ahora un artículo suyo titulado  “Pablo Iglesias, la verdad de los años salvajes”  publicado el nueve de mayo de este año en “El Cultural” suplemento cultural del diario El Mundo, donde reconoce “el acoso antidemocrático y casposo que padeció largos meses en su casa, con incidencia en su mujer Irene y sus hijos” “Su casa, por cierto, sigue diciendo don Luis María, no es una mansión ni un casoplón. Es un chalecito de clase media, a cuarenta kilómetros de Madrid”, y sigue diciendo: “El mundo liberal conservador le combatió estúpidamente, en lugar de integrarlo en la Monarquía de todos”  y más adelante continúa con este sorprendente párrafo: “¡ Qué error, qué inmenso error, el intento de linchar a Pablo Iglesias! Políticamente, mi pensamiento está muy alejado del suyo, pero reconozco la honradez de sus pensamientos anticapitalistas, su admiración por Piketty, y su enfrentamiento con la cobardía de unos gobernantes que solo defienden sus privilegios sin importarles nada más”. Y sigue comentando lo  que más le llama la atención del libro de Pablo Iglesias “Verdades a la cara” donde el fundador de Podemos desarrolla su pensamiento político y analiza en profundidad la actual situación política del país. Iglesias escribe sobre diversos dirigentes políticos presentes y pasados. De los pasados cabe señalar el comentario que hace de Felipe González, del que dice que “le asquean los atronadores silencios en torno a él”. Y a quien no le asquean las repugnantes e impresentables declaraciones con se suele despachar a menudo el devenido en señorón andaluz, en los medios de comunicación. Y cómo no asquearse también de los todavía más impresentables silencios de dirigentes socialistas que deberían decir algo al respecto de esas indignantes declaraciones, aunque solo fuera mantener un mínimo de decoro y dignidad. Y sin embargo parece que les ha comido la lengua el gato.

Por que siempre se ha de anteponer el propio instinto de conservación, la propia carrera política, a ser valiente y decir lo que se piensa. Deberían conocer y aplicarse los famosos versos de  Quevedo: “No he de callar, por más que con el dedo, ya tocando la boca, ya la frente, silencio avises o amenaces miedo / ¿No ha de haber un espíritu valiente? ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? ¿Nunca se ha decir lo que se siente?”.

Luis María Ansón, que sí conoce estos versos y toda la poesía completa del genial Quevedo, además de toda la poesía española e sudamericana, tampoco se aplicó así mismo estos versos a la hora de denunciar en su momento, y no ahora, a destiempo, cuando el mal ya está hecho, desde las páginas del ABC o de El Mundo o desde el mismo suplemento semanal donde aparece su artículo en primera página, ese “acoso antidemocrático y casposo que padeció largos meses en su casa, con incidencia en su mujer Irene y sus hijos” o “El mundo liberal conservador le combatió (a Iglesias) estúpidamente” o “¡ Qué error, qué inmenso error, el intento de linchar a Pablo Iglesias! ”.

En el caso de Pablo iglesias, por desgracia, ha llegado tarde a la hora de decir la verdad.  Y ya no tiene remedio. Pero todavía está a tiempo de decir la verdad sobre el rey emérito. No tropiece dos veces en la misma piedra señor Ansón. Sabemos que no es fácil, siendo un viejo monárquico como usted, decir la verdad sobre las andanzas y tropelías del rey emérito. Pero acordándose de Quevedo, que sufrió todo tipo de persecuciones y castigos por decir lo que pensaba del rey, debería usted contagiarse, empaparse de ese  valiente espíritu quevedesco y hacer lo propio. Los que le leemos desde hace muchos años y disfrutamos de su exquisita prosa y sus   inmensos conocimientos de poesía y de literatura en general, sin compartir nada o casi nada de su ideario político aunque lo respetemos, faltaría más, agradeceríamos el gesto valiente de hablar del emérito sin caer en el elogio vacío, diciendo las cosas como son.

Y, por favor, no falte el respeto a nuestra inteligencia repitiendo ese lugar común, esa muletilla, esa falsa afirmación de que el rey Juan Carlos trajo la democracia a este país, como el padre Millán trajo el baloncesto. No, usted sabe que no, que la democracia fue un empeño colectivo, la voluntad de mucha gente por entenderse a pesar de las diferencias.  Juan Carlos I lo único que hizo fue estar por allí y no oponerse. Nada más que eso.

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2 COMENTARIOS

  1. Rebombori al Suprem per unes publicacions que acusen Llarena i Lesmes d’evasió fiscal. Parece que donde las dan las toman. Un juez denunciando a otros jueces de más que dudosa honradez. Comprovada con todo el «afer» catalan. Inclyendo las alcantarillas «patrioticas». Al final todo se sabe y todo se paga. El que a hierro mata a hierro muere. Por cierto ya son unos cuantos que, oportunamente, desaparecieron.

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