No es política, son negocios

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“Todo poder es una conspiración permanente.”

Honoré de Balzac

Que no te confundan. No es por Bildu. Ni por las víctimas. Es por la “pasta”. Porque si los parlamentarios vascos dan su apoyo, permiten que el gobierno de coalición controle los presupuestos sin la decisiva injerencia de los históricos centros del poder económico de este país. Ese es el verdadero núcleo del conflicto que se dirime en estos momentos. Esta situación de la independencia política nunca pudo llevarse a cabo merced a las actividades de las puertas giratorias, y demás colusiones que enriquecieron a unas tramas más cercanas a la corrupción que al patriotismo vernáculo.

El motivo por el que se financió a Ciudadanos tuvo por finalidad obrar de neutralizador de Podemos. Además, claro está, de seguir sosteniendo el modelo bipartidista. Eso fue casi posible hasta el derrocamiento de Pedro Sánchez como secretario general del PSOE. Los que constituyeron la Gestora desenmascararon la línea de acción política que se estableció desde la muerte del dictador. Esta consistió siempre en bloquear la revisión del saqueo, eliminar los obstáculos para el mantenimiento de privilegios y en impulsar los negocios de los grupos económicos propios. Todo, basado en unas tramas subterráneas que llegaban hasta las más altas esferas del Estado. Siempre activas. Siempre a disposición del dinero. Nada de patriotismo. Siempre por negocios. Siguen intactas pero muy preocupadas.

El diseño presupuestario es una acción definidamente ideológica pese a la calificación inaudita de “politización”. Esta calificación, que le atribuyen los portavoces de los centros económicos con intenciones peyorativas, demuestra carencias notables en ciencias de la administración. Es que la esencia de los Presupuestos Generales del Estado es determinar la acción política de gobierno en un sentido u otro. Son el instrumento que define de dónde provendrán y en qué se aplicarán los recursos disponibles. Así, pueden ir a la construcción de aeropuertos sin aviones, a seguir con el disparate que ha supuesto la red del AVE o, según les convenga, a determinar quienes deben pagar esos dispendios.

Conscientes de que se les recortarán las fuentes de contratación, según sea el caso, las corporaciones empresariales reclaman “menos burocracia”. Eso significa menos controles. Que siga el festival de los sobrecostes. La construcción de megahospitales sin personal sanitario. Es un curioso modo de asumir su presunta vocación ultraliberal, mientras huyen de los riesgos que deberían afrontar los empresarios en la realización de proyectos industriales.

Cómo los plazos se acortan para la aprobación presupuestaria, entonces salen a proferir sus mensajes los profetas del fracaso. Todos a una. Podemos. ETA. Venezuela. Irán. Ruina. Desastre. Comunistas. Siempre el mismo discurso, sea Felipe, Aznar, Vara, Susana, García-Page, Guerra, Rivera, convenientemente apoyados por todos los medios del statu quo.

Pese a todo, los centros del poder económico aún cuentan con su baza más importante en el gobierno: la ministra y vicepresidenta tercera de Asuntos Económicos y Transformación Digital, Nadia Calviño. Reconocida neoliberal, será la encargada de sacar adelante unos pactos para la reconstrucción del país, tras la crisis del coronavirus, con los denominados “agentes sociales”. Así se denominan a las patronales empresariales y a los sindicatos “tradicionales”. Entre ella y José Luís Ábalos Meco, ministro de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, tratan de restar influencia a Unidas Podemos.

Pero, le pese a quienes les pese, el centro del poder de transformar se ha trasladado de Moncloa a las Cortes. Ellas son la expresión de la diversidad. De los nuevos tiempos.

La oscuridad, sin embargo, se resiste a disiparse. Atentos.

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