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“No creo en la esencialidad de la identidad, no somos únicamente francés, o español”

Mahir Guven obtiene con su impactante ‘Hermano mayor’ el prestigioso premio Goncourt a la primera novela de 2018

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análisis

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Hijo de madre turca y padre kurdo, Mahir Guven no tuvo una infancia fácil. Nació apátrida en la ciudad francesa de Nantes, y con Hermano mayor (Navona), su primera novela, la crítica francesa ha caído rendida a sus pies. La consagración le ha llegado al recibir el prestigioso Goncourt a la primera novela de 2018. Esta historia dramática está cincelada con un sentido del humor sumamente inteligente para abarcar la gravedad del terrorismo global. Su protagonista, el Hermano mayor, es un conductor de VTC que pasa medio día entero encerrado en su ‘carlinga’ oyendo la radio. El pequeño de la familia se fue a Siria para trabajar como enfermero en este país devastado por la guerra. Como recuerda en esta entrevista, entre 1.400 a 2.000 franceses se marcharon al infierno de Siria quién sabe buscando qué. De ellos, unos 700 siguen allí todavía, de los cuales 300 son mujeres.

“Como Scorsese en Taxi Driver, he querido describir la soledad, el aburrimiento al volante de un coche, las ganas de ser alguien”

 

Usted nació apátrida de padres refugiados en Francia. ¿Cómo siente la patria alguien como usted?

Voy a intentar darle una respuesta inteligente. No he escogido mi lugar de nacimiento, ni mi familia, ni mi nombre, ni el hecho de ser apátrida. Nací, me crie en Francia, para ser exacto en el sur de la Bretaña cultural, en Nantes, una tierra de tolerancia, una tierra abierta. Como muchas personas, tengo dos patrias, la familia, la primera, y la segunda, el país que me ha criado. Para ir más allá, ser apátrida permite apreciar la diferencia entre nacionalidad y cultura. Se puede tener el uno sin tener el otro. No creo en la esencialidad de la identidad, no somos únicamente francés, o español. La identidad ya empieza con la familia, la mezcla de la identidad familiar materna y paterna, a eso se suma la ciudad o el pueblo, la región, el país, y también todas las actividades y los idiomas que podemos practicar a lo largo de nuestra vida. Le doy un ejemplo, desde el mes de septiembre, habiendo seguido a mi mujer a Hamburgo, Alemania, en seguida me hice un grupo de amigos, jugando a baloncesto. Compartimos una pasión común. Ahora que hablo alemán, he conocido a gente nueva. En el fondo de mí, sigo teniendo lazos muy fuertes con Francia en su integralidad, con su historia, con sus victorias igual que con sus fracasos, con todas sus regiones. Igual que tengo lazos con Europa. Tenemos un pasado común. Una cultura común, la del Imperio Romano, del Sacro Imperio Romano Germánico, las dinastías reales, la Iglesia Católica, y más allá, las internacionales revolucionarias que conectaban los movimientos entre países, nuestras ciudades se parecen tanto como nuestros espíritus, y es muy fácil entenderse. También tengo que reconocer que mis patrias son los idiomas que hablo, independientemente de donde puede estar comunicando con una persona, creo una pequeña patria gracias al idioma y estoy en mi casa.

 

¿Recibir el prestigioso Goncourt a la primera novela es una forma de consagración definitiva como francés de adopción? ¿o la patria te hace uno de los suyos de otro modo?

Para mí no más que para otros. Podría dar la vuelta a la pregunta, transformando el calificativo “francés de adopción” por “hijo de obrero”, e indicando “uno de los suyos” como “escritor”. Siendo honesto, me siento mucho más francés que algunos polemistas parisinos utilizando su energía y su saliva para definir lo que es “ser francés”. De lo que estoy seguro, es que ellos son parisinos, gente de la capital. Y en esa capital, para ser residente, no hace falta producir ni vino ni queso. En mi caso, me crie en una región, entre la ciudad y las viñas, entre edificios y casas hechos de perpiaños y las granjas, estoy mucho más cercano a los franceses comunes que ellos. En cuanto al Goncourt, es un pasaporte de confianza para mejorar. Para ir más allá. Permitirse horizontes más lejanos, más extensos.

 

Antes de escribir esta primera novela, ha desempeñado variopintos trabajos para financiar sus estudios. ¿Se puede si se quiere, o es todo mucho más complicado de conseguir?

No lo sé. También trabajé porque me gustaba. En mi familia, siempre hemos trabajado para salir del paso, haciendo todo tipo de trabajos. En realidad, es una suerte, porque te da una apertura de espíritu, una empatía de cara al mundo. ¿Hubiera sido más feliz haciendo canoa-kayak que recogiendo flores en el campo? En aquel momento, habría estado menos cansado. Para ir más allá, la suerte también es haberme criado en una región donde no te hacen sentirte distinto. La suerte es haber sido deportista desde muy joven. En el deporte es muy difícil mentir, ganas o pierdes, no puedes engañar a los espectadores o al árbitro con un discurso retórico. Finalmente, diría que triunfar quiere decir todo y nada. Todo depende de los objetivos que te fijas. Es imposible que 67 millones de franceses se conviertan en escritores. Tomo el ejemplo de mi madre. Para ella, comprar una casa era un logro. Para mí, lo es ser feliz. En absoluto, se puede si se quiere, pero digamos que, si hay que escalar un edificio para triunfar, como sales de mucho más abajo, al mismo tiempo, cuando llegas arriba, tienes las manos mucho más fuertes, estás más ágil, puedes saltar hacia otro edificio y agarrarte. Lo que me entristece es que mucha inteligencia se pierde por falta de acceso a las oportunidades. La sociedad se agarra demasiado a los diplomas como garantía de calidad de las personas, cuando tendríamos que agarrarnos al camino recorrido, la formación, la energía. El diploma, en parte, es un resto del Antiguo Régimen, una institución te nombra caballero, y lo serás para toda la vida, por una batalla que se libró hace lustros. No estoy diciendo que hay que suprimir los diplomas, pero cuando uno mira las estadísticas, verá que el 70% de los alumnos de la École Polytechnique vienen de 11 institutos franceses, de un total de más de 4.000 establecimientos. ¿Eso significa que los demás son tontos? No lo creo. De hecho, estoy convencido. Creo en la sabiduría popular. La inteligencia es el don mejor compartido del mundo.

“Ser apátrida permite apreciar la diferencia entre nacionalidad y cultura. Se puede tener el uno sin tener el otro”

 

Comienza su novela de manera impactante: “La única verdad es la muerte. Lo demás son solo detalles”. ¿La desesperanza es el caldo de cultivo principal de cualquier extremismo violento?

Le contesto en dos tiempos. Esa frase es un guiño al final del libro, que no revelaré a sus lectores para no fastidiarles la lectura. Entenderá esa frase después de haber leído el último capítulo. Me vino leyendo un ensayo de Joyce Carol Oates, “La fe de un escritor”, en el que la autora americana escribe en algún momento: “No se puede escribir la primera frase antes de haber escrito la última”. He querido escribir un libro muy literario para dar cuenta de esa sabiduría popular en la que creo y, a la vez, el libro es un thriller social. Mi personaje principal no hizo estudios, pero es muy lúcido acerca de la vida. Esa frase resume, desde su punto de vista, que la vida no es más que una multitud de acumulaciones, y que la única verdad acabada, es ya no estar aquí. Ahí dejo mi filosofía de francés a la hora del aperitivo, para seguir sobre el extremismo. Diría que la desesperanza y la falta de perspectiva son factores que lo alientan. Pero no son los únicos. La violencia también es una cultura. Con el riesgo de ofender a algunos, ¿cómo explicar los Black Blocks en Europa? ¿Y de dónde nace esta falta de perspectiva? De una visión de sociedad, pensada como jerárquica, que es una proyección. Si prometemos a todo el mundo que, trabajando, pueden acceder a los mejores lugares de la sociedad, acabamos defraudando porque no podemos garantizar ese sueño. Si imaginamos que la sociedad es un montón de burbujas, algunas más gordas que otras, sin ninguna jerarquía, eres una burbuja que se junta a otra burbuja más gorda, una que no te domina, pero te atrae, te magnetiza, y puedes cambiar de grupo de burbujas cuando quieras.

 

El protagonista, el hermano mayor, es conductor de taxi privado. No sabe nada de su hermano pequeño desde hace seis meses tras irse a Siria en misión humanitaria. ¿Cuántas familias viven aún esta situación dolorosa en Francia en la actualidad?

Sé que aproximadamente 1.400 a 2.000 franceses se marcharon a Siria. Unos 700 siguen ahí todavía, de los cuales hay unas 300 mujeres. Y 400 han sido declarados desaparecidos, fallecidos o residentes en otro país.

 

¿Hasta qué punto el protagonista de Hermano mayor guarda analogía con la famosa película Taxi Driver?

Ah, muchas gracias por su pregunta. La idea de escribir este libro me vino después de visitar la exposición dedicada a Martin Scorsese en París, donde estudié durante mucho tiempo la parte relativa a Taxi Driver. Igual que Travis Bickle, Hermano mayor es un muchacho perdido, un exmilitar que descubre la vida y la ciudad. También he intentado hacer que el lector pudiera sentir la ciudad de París, igual que Paul Schrader y Martin Scorsese filmando Nueva York, una París que no ven los turistas. Como ellos, he querido describir la soledad, el aburrimiento al volante de un coche, las ganas de ser alguien.

 

El lenguaje de los jóvenes del extrarradio de París está muy presente en su novela. ¿Cómo logró darle tanta veracidad?

Muy sencillo, me crie con ese lenguaje a través de los artistas raperos, igual que la mayor parte de los franceses de menos de 35 años. Durante una época, estuve jugando en un equipo de futbol en Seine-Saint-Denis, pero desde algunos años, me había alejado de este universo. Para ponerme al día, hice una reinmersión, sentándome en restaurantes de fast-food para escuchar la lengua, con videos en las redes sociales, escuchando el rap actual. Después la convertí en una lengua literaria, le puse ritmo, la pulí, de la manera que lo habría hecho un escultor. Esta lengua tenía que ser un personaje del libro que los lectores iban a descubrir.

 

También utiliza el humor en su novela pese al duro tema tratado. ¿Sirve de contrapeso al clima de falta de integración que sufren muchos compatriotas franceses?

En parte, sobre todo era un reto. Cuando leo a John Fante, Charles Bukowski, Romain Gary, Virginie Despentes o Michel Houellebecq, a veces me parto de risa mientras voy hojeando. Es raro reírse en literatura, y también quería hacer reír porque me parece que tratar un tema social con un punto de humor da fuerza a los propósitos. El humor también es una realidad en las clases populares y en el extrarradio, nunca me reí más que cuando era pobre, nos daba igual el “qué dirán” burgués, vivíamos con menos reglas de decoro, y he querido restituir este espíritu popular, que a veces puede ser duro, pero siendo honesto, el humor a menudo es cruel.

 

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