“Ni con todos los presos en la calle ni con los exiliados en sus casas el conflicto político de Cataluña se resolvería”

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A menudo nos referimos al conjunto de ciudadanos que habitan cada una de las comunidades autónomas españolas como pueblos de España. Algunos de ellos, sobre todo los que tienen una lengua propia además del castellano, vienen reclamando tener mayor soberanía, como mínimo, desde hace un siglo. Estos pueblos milenarios acabaron formando parte de un proyecto llamado España, que tiene como garante de su supervivencia la Constitución de 1978. Aquel acuerdo de mínimos forjado en el epílogo de la dictadura franquista ha servido para, por un lado, mantener cohesionado el territorio y, por otro, para que las identidades nacionales que lo conforman se desarrollen en un grado de mayor libertad del que lo hicieron durante la dictadura.

Durante los años que siguieron a la transición democrática se fueron desarrollando dentro de las comunidades algunas estructuras propias de una nación. Siempre dentro del margen constitucional y con las limitaciones que impone no tener un estado propio. Durante los años 80 la idea de un estado centralizado había perdido mucha fuerza. Ya que el progreso del sistema autonómico coincidía con un momento de desarrollo social y económico que parecía contentar a casi todos. Incluso cuando llegó la derecha al poder, en los años 90, tampoco se retomó la idea de un estado más centralizado, sobre todo porque el gobierno del partido popular encontró en la derecha catalana liderada por Jordi Pujol, por aquel entonces presidente del gobierno autonómico, un aliado para sus políticas neoliberales.

Pero todo se torció con la declaración de anticonstitucionalidad de la mayoría de los artículos del estatuto catalán del 2006 aprobado por las cortes generales y refrendado por los ciudadanos de Cataluña. El pueblo catalán se sintió menospreciado, y apenas dos años después estalló la dura crisis económica del 2008 que provocó una vuelta al poder del gobierno del PP. Que, ahora sí, no dudó en mostrar una intención centralizadora mientras que, paralelamente, el independentismo crecía como nunca.

Las estructuras desarrolladas en las últimas décadas por el gobierno autonómico de Cataluña y el empuje de la sociedad catalana han permitido un pulso histórico al estado español que culminó con la celebración del referéndum del 1-0. Pieza clave dentro de esas estructuras que han permitido llegar tan lejos a una gran parte de la sociedad catalana ha sido Ómnium Cultural. Esta entidad sin ánimo de lucro nació en 1961 en medio del franquismo con el ánimo de defender la lengua y la cultura catalana de los ataques de la dictadura. Tuvo que ser la iniciativa privada la que se constituyó como garante de la cultura catalana, ya que las instituciones públicas habían sido prácticamente inutilizadas después de la guerra civil. Ómnium fue clausurada por orden gubernamental en 1963 y tuvo que seguir operando en la clandestinidad mientras que abría una sede en París. No fue hasta 1967 que pudo volver a abrirse en Cataluña. Pero uno de los golpes más fuertes recibidos por Ómnium ha sido sin duda la entrada en prisión de su presidente Jordi Cuixart. Hablamos con el portavoz de Ómnium. El profesor, historiador y periodista Marcel Mauri conocedor de las claves del desarrollo de la cultura y la lengua catalana así como del desarrollo del movimiento soberanista.

“Defender la lengua y la cultura no significa que venga un día una princesa a decirnos cuatro cosas en catalán”

 

¿Qué papel jugó Ómnium durante la transición?

Jugó un papel muy importante en la preparación de los profesionales de la enseñanza de los años 70, permitiendo que una hornada de nuevos profesores pudiesen comenzar con la enseñanza en catalán. Pero no fue solo Ómnium. Si por algo se caracteriza Cataluña es por tener un tejido asociativo muy fuerte. En aquella época también estaban Enciclopedia Catalana, Cavall Fort o Edición62 que trabajaban para normalizar el uso del catalán.

 

¿Cómo se trata al catalán desde las instituciones culturales del estado español?

El instituto Cervantes aporta una visión empobrecida, ya que solo muestra una parte de lo que sucede dentro del estado español. Ha habido episodios lamentables de olvido de autores que escribían en otras lenguas que no fuese el castellano.

 

¿Falta promoción del catalán por parte del estado?

Sí. El estado español, en lugar de promocionar la lengua y la cultura catalana como hacen otros estados plurinacionales como Suiza o Bélgica, lo que hace es silenciar y perseguir la cultura catalana. Lo hizo en la dictadura aplicando un genocidio cultural y lingüístico y lo hace ahora con una falta de apoyo, respeto y estima. Defender la lengua y la cultura no significa que venga un día una princesa a decirnos cuatro cosas en catalán. No queremos que nos vengan a dar las migajas. Nosotros somos como Ovidi, queremos el pan entero.

“De momento no nos creemos la voluntad de dialogar del Gobierno”

 

¿La inmersión lingüística convierte en vulnerable al castellano?

El catalán es una lengua minoritaria y minorizada. Por eso nos hacen falta recursos y más implicación política. Es evidente que en Cataluña no encontraremos a casi nadie que no sepa hablar y expresarse en castellano, en cambio si encontraremos muchas personas que no saben hacerlo en catalán. Si en alguna lengua no se sale reforzado con la inmersión es con el catalán, así que hay que seguir luchando y blindarse políticamente.

 

¿Y las quejas de quienes reclaman más presencia del castellano en las aulas?

La extrema derecha ha focalizado sobre nuestros profesionales de la enseñanza la persecución ideológica. En Cataluña hemos demostrado mil veces que el modelo de escuela catalana no genera rechazo por parte de los padres y madres. Los casos de padres que han exigido la enseñanza en castellano son poquísimos. No hay ningún tipo de conflicto, lo que hace falta es trabajar más para que el modelo de escuela y la inmersión lingüística sean todavía más potentes para que los jóvenes sean todavía más competentes.

 

¿La implicación de Ómnium en el ámbito político no supone un vínculo entre lengua e ideología?

El que vincula la lengua catalana con una ideología es el estado español. Para bien y para mal, lo hacen con el castellano y es algo lamentable. Ya que para la mayoría de catalanes el castellano es una lengua familiar y querida. Y también lo hacen con el catalán cuando lo asocian con el independentismo, ya que es la lengua de todos los catalanes piensen lo que piensen y voten lo que voten.

“No queremos la independencia para poner fronteras, sino para reconocernos desde la igualdad”

 

¿La defensa que se está haciendo de la lengua catalana desde instituciones como Ómnium no va contra la diversidad?

No. El catalán debe ser un vehículo de cohesión social y un punto de encuentro en una sociedad diversa. Los gitanos de la Cataluña norte, o del barrio de Gracia, que tienen el flamenco como expresión forman parte de nuestra cultura, de la misma manera que la jota que viene del Ebro. La Cataluña actual se entiende con los versos de Martí i Pol y también se entiende cuando Poveda canta.

 

¿Se necesita un estado propio para defender la cultura catalana?

Necesitamos instrumentos de estado para hacer que esta construcción de una sociedad plural y diversa se haga sin la amenaza constante de un estado que quiere perseguir el catalán en la escuela. Tal y como ha sucedido en el país valenciano y en la illas, donde hemos visto ese menosprecio hacia la lengua catalana o en la Cataluña norte donde también lo hemos visto por parte del estado francés.

 

¿No se tendría más fuerza para luchar contra la globalización cultural haciéndolo desde un estado federal español?

La lucha contra la globalización cultural sería mejor desde una Europa de los pueblos. Una Europa que represente los valores de unas sociedades plurales y respetuosas que sean sensibles al dolor de los otros. Nosotros queremos construir espacios de progreso. Queremos participar en una red de intereses conjuntos con todos los pueblos que nos hermanan. Evidentemente con todos los pueblos del estado español y con todos los pueblos de Europa y de la mediterránea. No queremos la independencia para poner fronteras, sino para reconocernos desde la igualdad.

“El estado español silencia y persigue la cultura catalana”

 

¿Igualdad?

Cuando los proyectos se hacen desde el sometimiento al otro entonces es cuando la cosa no funciona. Los poderes del régimen del 78, los poderes borbónicos o los del Ibex 35 buscan sus propios intereses y así es imposible construir nada.

 

Les han acusado en medios conservadores de financiarse mediante subvenciones millonarias por parte de la Generalitat.

La Guardia Civil ha entrado en nuestra sede en diversas ocasiones y ha acabado teniendo que decir de cien formas diferentes que es mentira. Nosotros nos financiamos al cien por cien con dinero privado. Somos una entidad declarada de interés cultural y podríamos recibir subvenciones y seguro que las gestionaríamos mejor que fundaciones como la Fundación Francisco Franco u organizaciones que han sido declaradas como criminales, como es el caso del Partido Popular. Y estas sí que reciben subvenciones públicas. Pero decidimos que no, que no queremos recibir dinero público.

 

¿La violencia civil es una herramienta legítima?

El Tribunal Supremo ha fallado varias veces reconociendo que la desobediencia civil no violenta es legítima. Pero no solo eso, es que es necesaria e imprescindible para llevar adelante la voluntad de transformación y para rechazar aquellas situaciones que son injustas. No renunciaremos a ella nunca. Porque sería tanto como renunciar sobre el derecho de la ciudadanía a cambiar la realidad.

“No queremos que nos vengan a dar las migajas. Nosotros somos como Ovidi, queremos el pan entero”

 

Pero para que la desobediencia civil tenga efecto tiene que ser continuada.

Hay pocos lugares en la Europa actual donde se hayan cometido tantas acciones de desobediencia civil no violenta como en Cataluña. El 1-0 fue un claro ejemplo de ello. Han pasado solo tres meses desde la sentencia del Constitucional y las acciones de desobediencia civil no violenta han sido numerosas. Además, estoy seguro que la sociedad las volverá a llevar a cabo cuando haga falta frente a quien ostenta el poder y la violencia, que es el estado.

 

¿El proyecto independentista y su capacidad de movilización están perdiendo fuelle?

En el año 2012 nos decían cuando nos entrevistaban que aquella manifestación del 11 de septiembre ya tenía menos ambiente que la del 2010. Y así nos han seguido diciendo en las manifestaciones sucesivas. La sensación para muchos es que no hay independentistas y que la gente está cansada del tema. La realidad es que el independentismo ahora tiene más representación que nunca en todas las Cámaras. Desde el Parlamento Europeo pasando por el Congreso de los Diputados, los ayuntamientos o la Generalitat de Cataluña.

 

¿Hay desunión entre las filas independentistas?

Puede haber una confrontación y discusión entre partidos independentistas. Es evidente que esto no ayuda y por eso siempre les pedimos responsabilidad y que se trabaje por los consensos que nos permitan trazar estrategias capaces de definir hacia donde queremos ir. Pero la suerte que tenemos es que la gente está ahí y sigue apostando por este proyecto. En Cataluña no hay otro proyecto político de futuro que tenga la fuerza del independentismo.

 

¿Qué se espera de la mesa de diálogo?

De momento no nos creemos la voluntad de dialogar del Gobierno, ya que no se ha producido ningún cambio. La amnistía significaría que se quiere acabar con la represión, con la judicialización de la política. Pero de momento no lo hemos visto. Si se quiere poner el contador a cero amnistía ¡ya!, ¡ahora!, porque tienen poder e instrumentos para hacerlo. Pero ni aunque todos los presos estuviesen en la calle ni todos los exiliados en sus casas el conflicto político se resolvería. Porque solo cuando el estado español nos reconozca el derecho a la autodeterminación y a poder elegir nuestro futuro político se pondrá fin al conflicto. Y esto no es una concesión que nos hace el estado. Es un derecho que tenemos.

 

Pero el tono y la estrategia parece que están cambiando con el nuevo Gobierno.

La función del soberanismo es poner al estado frente a un espejo para que vea la represión. Lo dice Amnistía Internacional, Naciones Unidas y el Tribunal de Justicia de la Unión Europea: se están vulnerando derechos fundamentales. Y eso sigue pasando ahora. Con un gobierno progresista sigue estando Jordi Cuixart en la prisión. Esto es una vergüenza y alguien lo tiene que decir. Además, en la Audiencia Nacional se sigue juzgando la cúpula anterior de los Mossos, en la sala 13 de lo Penal de Barcelona se juzgará dentro de muy poco a 30 personas con acusaciones muy graves, cinco profesores universitarios serán juzgados también con penas gravísimas y más de mil personas se han visto implicadas en procesos judiciales. El estado ha de acabar con todo esto y demostrará que quiere solucionar el conflicto.

 

¿Se podrá dejar a un lado la rabia para negociar?

El PSOE no ha tenido empatía con la figura de los presos políticos ni con la figura de Jordi Cuixart, presidente de Ómnium Cultural, la principal entidad cultural de Europa. Ni tampoco el PSC. Sí, algunas personas del PSC y sí, algunas personas muy contadas del PSOE. Pero las direcciones de los dos partidos han tenido cero empatía y eso nos duele mucho. Pero seguimos creyendo en el diálogo. Porque el diálogo no es ninguna concesión que le hacemos al estado. Es una manera de entender la vida, una forma de entender los conflictos. Y no se trata de que en la mesa se consigan infraestructuras, para eso ya están la bilaterales, que son estatutarias y constitucionales. La mesa de diálogo es para hablar de autodeterminación, de amnistía y de la resolución del conflicto.

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