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Naturaleza, ¿madre o madrastra?

Julián Arroyo Pomeda
Julián Arroyo Pomeda
Catedrático de Filosofía Instituto
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análisis

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En los cuentos infantiles la madrastra tiene siempre fama de mala. Sabe tratar bien a sus propios hijos, pero a los demás los maltrata por no considerarlos suyos, sino del marido con el que convive. Su arquetipo lleva una imagen negativa, representada en su ambigüedad moral. Unas veces es bondadosa y entregada y otra es una bruja destructora. El veneno es muerte, pero también liberación. Sin embargo, siempre serán prototipos negativos, tanto la bruja madrastra en Blancanieves con la madrastra en Cenicienta, que le entrega los peores trabajos de la casa.

La naturaleza ha sido considerada siempre como la madre tierra, especialmente en las culturas más primitivas, que viven de ella y de los frutos que produce. En la cultura de las ciudades sus habitantes se van despegando de ella hasta llegar casi a olvidarla, aunque los ancestros suelen sentir mucha nostalgia. Hablan siempre de su pueblo y se emocionan con los recuerdos, aunque ya casi no vayan, porque solo viven en ellos media docena de personas, que no tardará en desaparecer. En la actualidad se venden y se compran pueblos y hasta dicen algunos que no quieren ir más allí por los sufrimientos que han padecido en ellos y que no han podido soportar.

Regresar implicaría volver a actualizar de nuevo los recuerdos, que son demasiado dolorosos. Es mejor buscar otro lugar donde vivir y olvidarse de la vida anterior, que ha dejado tanto sufrimiento, reviviendo imágenes sobrecogedoras. Lo sepultado por la lava que se quede para siempre en su sepulcro eterno. Ese terreno será considerado en adelante como maldito, porque la erupción volcánica se ha vengado de quienes lo estaban cultivando. ¿Qué se puede haber hecho para tener que ser arrastrados por la naturaleza, que se comporta como verdadera madrastra?

Los daños han sido cuantiosos, pero solo materiales, se ha resaltado. No hemos tenido que lamentar muertes de personas. Así es y por ello bendecimos a los dioses del volcán ahora en plena erupción. Ahora bien, sí que ha sucedido una verdadera catástrofe humanitaria. En el momento de escribir esto se danya más de 6000 evacuados y cerca de 870 edificaciones arrasadas y otras más dañadas. Han tenido que abandonar todo lo que tenían: sus hogares con todo lo que había adentro de los mismos, que es toda la vida con sus recuerdos tristes y felices. Para levantar sus construcciones han dedicado sudores y trabajos de la familia completa. Ahora lo han perdido, su dedicación para realizar las ilusiones no les ha servido para nada. Su medio de vida ha quedado destruido. Aunque también hubiera kilómetros de plataneras, lo general era tener un campo pequeño, a modo de micro latifundio, donde cultivaban plantas tropicales, verduras y frutos, que luego vendían para completar la alimentación familiar. Incluso una finiquita diminuta constituye su orgullo, porque consiguen que les proporcione sus exquisitos frutos, siempre a base de trabajo. Los plátanos, tomados in situ tienen un sabor especial y distinto de los cultivados en otros lugares, así como sus cítricos, aguacates, verduras, papas y uvas para hacer vino malvasía.

También ayuda mucho el turismo. Pueden levantar una casita en el mismo terreno donde viven y alquilarla durante todo el año, o tomar lo que les ofrece el mar para colocarlo en los restaurantes, o poner un barecito, o una casa de comidas, que explotará la familia, cuando tienen tiempo libre. Flores y almendros se dan bien. La industria y el comercio son escasos, pero se arreglan. Igualmente crían animales, que han salvado con angustia en la erupción del volcán Cumbre Vieja. Esta forma de vida sencilla acaba de recibir un aviso muy serio, porque la colada de lava se lo lleva todo. No se trata, pues, de un espectáculo turístico.

A todos los ciudadanos de La Palma les embarga una tristeza infinita hasta la desesperación. Cuando llega la lava, lo pulveriza todo sin que se pueda hacer nada, solo soportar su violencia con mucho sufrimiento y hasta rabia. La tierra produce lo que se planta en ella y se comporta como la Pachamama que nos da la vida. Es como la madre que alimenta a sus crías. Otras veces hace de madrastra y proporciona sufrimientos y maltrato a los municipios que disfrutan de su calor y productividad. Actúa casi paralelamente en una forma o de otra en medio de la angustia y la incertidumbre que impone la ley de la naturaleza.

Por si fuera poco, empiezan ya a aparecer los turistas volcánicos. Mientras la gente se encuentra destrozada, algunos se divierten, contemplando el espectáculo. Tiene que haber de todo, pero esto parece un cierto sadismo. Acuden a La Palma principalmente para empaparse mucho mejor del acontecimiento. Pareciera que disfrutan con ello. Menuda solidaridad. Que hartos deben estar los habitantes de La Palma, viendo cómo la isla arde, arrastrada por la lava. Ya está bien, madrastra. Esta bendita tierra ha sido maldecida ahora por sus dioses vengativos.

¿Qué se puede hacer ahora? Lanzar montones de solidaridades en forma de alimentos, ropa y demás utensilios que puedan servirles. Los poderes públicos y todas las administraciones juntas tienen que empeñarse en la necesaria y urgente reconstrucción de la isla. Ahora solo espero que todo salga bien.

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1 COMENTARIO

  1. Creemos lo que queremos creer, y hacemos creer lo que nos conviene que otros crean; absolutamente todos. Pero en los tiempos de la creencia más antigua ya existía un terremoto, un volcán, un tifón o huracán, una ola de frío o de calor, lo que sea cosa de los agentes físicos, químicos, ambientales o naturales, ya existían, todos los desastres y él hombre no hizo sinó que ampliar él horror y la gama de monstruos que cohabitan con los seres terrestres. Aún así, yo soy primitivo a la hora de creer y doy mayor crédito a la virgen de Hohle Fels que a Jesucristo o Mahoma. Aquel ser más esencial o complejo es súbdito de la decisión de la Madre Tierra, crea en lo que quiera creer.
    Eso creo, aunque es ella quien crea y destruye como le salga de su…
    Creo que ya sabes.
    Todo es creer.

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