En vísperas de la celebración del Día Escolar de la No Violencia y la Paz se lanzó con notable éxito una canción de Juan Manuel Montilla Macarrón, El Langui.Se buscan valientes’ es una invitación a la acción por parte de quienes conocen casos de violencia escolar sin ser víctimas (directas), para que ayuden a los compañeros agredidos, para que no se callen, para que intervengan en defensa de la víctima. Unas semanas después, la canción aún sigue coreándose entre los chavales, desde los más pequeños (Infantil) hasta quienes están acabando la Secundaria. Naturalmente, es un poso más que, como poco, está sirviendo para incitar a los menores a la reflexión. Afortunadamente también, las virtudes musicales de la canción han facilitado que esta llegue al público adulto. Sin embargo…

Una vez más, depositamos posos de educación en niños y adolescentes. Esperamos que el futuro que ellos construyan sea mejor que nuestro presente. Sin más. Dejamos la teoría y nos olvidamos de la práctica. Confiamos en que ellos jamás se cansen de actuar como deben, mientras nosotros vamos tirando la toalla.

Y es que los adultos conocemos aún más formas de injusticia. Injusticias pequeñas o grandes que pasan por nuestro lado como si formaran parte del mundo. Como si decir que siempre ha habido injusticias fuera el bálsamo que todo lo cura. Como si con eso fuera suficiente para no meternos en líos. Como si fuera imposible que las burlas que sufrieron nuestros compañeros de instituto no fueran a sufrirlas nuestros hijos, nuestros sobrinos o los hijos de nuestros amigos. O como si ellos no fueran a ser verdugos. Como si fuera imposible que nos desahuciaran de nuestras viviendas, como si fuera imposible que tuviéramos que emigrar para buscarnos los garbanzos, como si fuera imposible que tuviéramos que pedir asilo como refugiados para nuestra familia y para nosotros…

Parece que también podemos tomar partido por la injusticia. Incluso desde la más baja condición de opresión hay quien vende a su madre y a sus hijos con tal de salvarse. Y, por menos, hay quien los vende con tal de prosperar. Y no hace falta ser Fausto. Pero, claro, este artículo está dirigido a ustedes, a quienes les gusta el mensaje de ‘Se buscan valientes’, como me gusta a mí.

Como bien expone Mark Twain en su artículo Opiniones del vulgo (en su antología de fragmentos críticos “Las tres erres”), las personas solemos adaptar nuestras opiniones a las de la mayoría cercana «intencionada y calculadamente». El autor inicia el artículo relatando su admiración por «un amigo cuyo compañía me era muy querida porque mi madre me prohibía frecuentarla». Figúrense: Twain echa mano de los recuerdos de su adolescencia a orillas del Missisipi, aún en plena época esclavista y se refiere a un joven esclavo negro que se atrevía a predicar sermones sin que se enterase el amo (el esclavo negro expresándose libremente a espaldas de su amo; ¡eso sí que es un valiente!). Precisamente, el mordaz escritor parte de una frase del amigo: «Decidme de dónde saca un hombre su comida y yo os diré cuáles son sus opiniones», y sobre esta desarrolla las ideas en el artículo. En este va diseccionando aspectos como la moda o la conformidad, elementos que confieren una naturaleza cuasidivina a la opinión pública, según Twain.

Porque comparto la idea del autor americano, también querría compartir con ustedes este breve corolario: es cierto que las campañas de marketing nos pueden llevar de forma errática muchas veces, incluso para votar. Pero a veces aparecen oportunidades como la canción que nos brinda El Langui, por las que podemos valorar de verdad cuánta responsabilidad tenemos los adultos como modelos para nuestros menores.

Aún así, habrá quien crea que esto no es educación. Bien, ese caso y para completar el título de este artículo, exclamo: ¡Como si la educación fuera suficiente para vencer a la injusticia!

 

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