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Nada es lo que parece

Francisco Javier López Martín
Francisco Javier López Martín
Licenciado en Geografía e Historia. Maestro en la enseñanza pública. Ha sido Secretario General de CCOO de Madrid entre 2000 y 2013 y Secretario de Formación de la Confederación de CCOO. Como escritor ha ganado más de 15 premios literarios y ha publicado el libro El Madrid del Primero de Mayo, el poemario La Tierra de los Nadie y recientemente Cuentos en la Tierra de los Nadie. Articulista habitual en diversos medios de comunicación.
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análisis

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Creo que fue el ambicioso y calculador Duque de Wellington el que dijo que España es el único lugar del mundo en el que dos y dos no suman cuatro. Así dicho, por parte de una persona venida del pasado, cargada de autoridad derivada de sus dotes militares y políticas, bien pudiéramos darlo por válido, así sin pensarlo dos veces. Así, sin más.

No seré yo quien desacredite su autoridad pero, aunque sólo fuera por mero entretenimiento, conviene darle unas vueltas al asunto. El propio Wellington, cuyo nombre al nacer era Arthur Wellesley, era un segundón de la nobleza irlandesa, en aquellos tiempos en los que ser irlandés era ser británico, igual que haber nacido en lo que hoy conocemos como Argentina, o Cuba, te convertía en español.

No quito mérito alguno a Wellington, ya suficientemente condecorado en vida con títulos como el de Duque, caballero de numerosas órdenes y hasta primer ministro en su tierra, al frente del partido conservador y más en concreto del ala más conservadora de los conservadores.

Tampoco el inefable Fernando VII, primero Deseado y luego Felón y Narizotas, dejó de agradecer los favores militares prestados, unido con el Duque por el mismo interés en demostrar que los españoles, alzados en armas por su cuenta y riesgo, unidos en torno a las Cortes de Cádiz y las Juntas de Defensa autoproclamadas a diestro y siniestro, no hubieran ganado la guerra de la Independencia sin la ayuda de Wellington.

Fernando le concedió el Toisón de Oro, la Gran Cruz de San Fernando, el Ducado de Ciudad Rodrigo y le nombró Comandante en Jefe de las tropas aliadas contra Napoleón. Vaya, que puso a las tropas españolas bajo sus órdenes.

Además de regalarle más de 80 obras de arte, interceptadas y saqueadas por los hombres de Wellington, pasando a formar parte de su patrimonio personal. El Regalo Español, lo siguen llamando los ingleses. Entre ellas se encuentra el Aguador de un tal Diego Velázquez.

En fin, por el camino quedaron la toma y destrucción de San Sebastián, el bombardeo de las industrias textiles de Béjar, el saqueo de bienes de todo tipo y el desprecio a los aliados españoles que se quejaban de ser peor tratados que los propios ocupantes franceses.

Visto así, eso de que en España nada es lo que parece y dos y dos no suman cuatro, parece más un argumento interesado de mal pagador, que una realidad a pies juntillas. Algo que, a más a más, terminan asumiendo con gusto cuantos por aquí pasan.

El resultado es que esos mismos ingleses, que gozan de flema británica, aparente indolencia, absoluto autocontrol y eso que llaman fair enough, algo así como equilibrio, diplomacia, juego justo, bastante justo, suficientemente justo, dejan de ser lo que parecen cuando se emborrachan por las calles de nuestras ciudades costeras, la lían parda, lo dejan todo perdido, o se tiran desde los balcones a las piscinas iluminadas de hoteles y urbanizaciones.

Al final va a tener razón aquel Felipe González que respondía a la pregunta de un compañero de oficio, político se entiende, interesado por saber si determinado personaje era tan tonto como se mostraba habitualmente, afirmando, Cada uno es lo que parece.

Va a ser verdad que no hay que buscarle tres pies al gato, ni explicaciones rocambolescas. Nada es lo que parece porque, a base de poner empeño, todos terminamos siendo la farsa fiel de lo que parecemos. Intento de aparentar. Fealdad disfrazada de hermosura, tras robar los ropajes mientras la belleza se baña desnuda en el lago.

Es cuestión de tiempo, paciencia, voluntad, interés y atención, descubrir donde acaba la verdad y donde comienza la apariencia. Dicho lo cual, no conviene olvidar nunca que el resultado de una suma sólo depende del grado de libertad. Fue George Orwell el que nos enseñó que la libertad es poder decir que dos y dos son cuatro.

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