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Morir un 1 de Mayo en Madrid

Francisco Javier López Martín
Francisco Javier López Martín
Licenciado en Geografía e Historia. Maestro en la enseñanza pública. Ha sido Secretario General de CCOO de Madrid entre 2000 y 2013 y Secretario de Formación de la Confederación de CCOO. Como escritor ha ganado más de 15 premios literarios y ha publicado el libro El Madrid del Primero de Mayo, el poemario La Tierra de los Nadie y recientemente Cuentos en la Tierra de los Nadie. Articulista habitual en diversos medios de comunicación.
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análisis

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El de 1980 había sido uno de los 1º de Mayo más ilusionantes, uno de los primeros que celebrábamos en libertad, hasta que comenzó a correrse la voz por el barrio, por la Meseta y por el Poblado Dirigido de Orcasitas, de que se había producido un atentado fascista y dos vecinos del barrio habían sido asaltados por una banda de ultraderechistas cuando volvían a casa tras la manifestación.

Arturo Pajuelo y Joaquín Martínez Mecha habían sido cosidos a puñaladas y bayonetazos. Arturo falleció al poco de llegar al Hospital 1 de Octubre y Mecha sobrevivió, aunque sufrió un largo proceso de recuperación, en el que su vida estuvo en un hilo en varias ocasiones.

Inmediatamente se corrió la voz y la gente comenzamos a concentrarnos en la Asociación de Vecinos del Poblado, un prefabricado construido para durar unos años, pero que se había terminado perpetuando en el tiempo y acogiendo la sede de la Asociación de Vecinos Getaria (en el Poblado casi todas las calles llevan nombre de localidades de Euskadi) y de algunas actividades sociales, educativas y culturales.

Los estudiantes de Villaverde teníamos como referente el Instituto de Orcasitas y el descampado entre ambos barrios estaba ocupado por la fábrica Barreiros, con sus famosos camiones, tan apreciados que se exportaban hasta países como Cuba, o con sus Simca 1000. Allí trabajaban muchos hombres llegados con la emigración a las chabolas de Orcasitas, o a las nuevas construcciones de aluvión de Villaverde.

Arturo Pajuelo tenía 33 años, Joaquín M. Mecha tenía 24 y eran muy conocidos en el barrio, por su papel en la Asociación de Vecinos. Arturo era un tipo siempre alegre, activo, incansable, con su pelo rizado a lo Jimi Hendrix, con su bolso en bandolera. Al menos así le recuerdo.

En aquellos años las organizaciones sindicales o vecinales solían estar dirigidas por militantes del PCE, forjados en las fábricas, mientras que a su alrededor se movían los jóvenes, que muchas veces eran militantes de otras organizaciones minoritarias, trotskistas, comunistas, maoístas y hasta de inspiración albanesa. Eran de la Liga, el MC, la ORT, el PST, o de cualquier otro partido de la densa nube de siglas y grupos

Arturo era amigo de Yolanda González, también asesinada por el Batallón Vasco Español unos meses antes. Militante del trotskista Partido Socialista de los Trabajadores. De hecho, hay quien dice que tal vez fueron las pegatinas de ese partido, que habían lucido durante la manifestación, las que hicieron que los ultras fijasen su objetivo en aquel trabajador de la factoría de Construcciones Aeronáuticas (CASA) en Getafe, activista incombustible en la Asociación de Vecinos.

Allí estábamos, recibiendo noticias desde el Hospital 1 de Octubre, cuyo nombre conmemoraba el Día de la Exaltación de Franco a la Jefatura del Estado, conocido también como Día del Caudillo. La muerte de Arturo nos conmocionó a todos y el resto de la noche esperamos noticias sobre Mecha y sus escasas posibilidades de supervivencia.

Los criminales fueron identificados y Daniel Fernández de Landa fue señalado como el asesino de Arturo. Sin embargo, como pasaba en tantas otras ocasiones en aquellos días, los tribunales tardaron tres años en dictar auto de procesamiento y para ese momento el ultraderechista había huido.

Nada importaba que pocos días después de asesinar a Arturo hubiera participado en un asalto y en un nuevo asesinato perpetrado en el Bar San Bao pocos días después. Eran aquellos tiempos de Falange, Fuerza Nueva, Guerrilleros de Cristo Rey, Batallón Vasco Español, que mataban al grito de ¡Viva Cristo Rey!

El gobierno, en una de sus reuniones semanales del Consejo de Ministros,  acaba de conceder, 42 años después del asesinato, la Gran Cruz de la Real Orden de Reconocimiento Civil a las Víctimas del Terrorismo, a Arturo Pajuelo. Es cierto que ya había sido reconocido como víctima de un atentado terrorista.

No conviene adormilarse durante mucho tiempo en el recuerdo. No conviene mantener todo el esfuerzo centrado en recordar exactamente cómo fueron las cosas. Pero es necesario que personas como Arturo, no mueran para siempre, que no se borren de nuestras vidas.

Es necesario que nuestros jóvenes tengan en esas personas (y no en cuatro vividores empeñados en enriquecerse a costa de los demás), un ejemplo y una referencia para construir sus vidas sobre el esfuerzo de la formación, la actividad laboral y el compromiso con los que más lo necesitan.

Eso era, a fin de cuentas, Arturo Pajuelo, el más joven y moderno ejemplo de solidaridad, trabajo y ansias de libertad. 

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