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Morir a golpes de calor

Francisco Javier López Martín
Francisco Javier López Martín
Licenciado en Geografía e Historia. Maestro en la enseñanza pública. Ha sido Secretario General de CCOO de Madrid entre 2000 y 2013 y Secretario de Formación de la Confederación de CCOO. Como escritor ha ganado más de 15 premios literarios y ha publicado el libro El Madrid del Primero de Mayo, el poemario La Tierra de los Nadie y recientemente Cuentos en la Tierra de los Nadie. Articulista habitual en diversos medios de comunicación.
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análisis

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Siempre ha existido la muerte en trabajos sometidos al exceso de calor en determinadas temporadas del año, o en trabajos con altas temperaturas habituales. De hecho la temperatura en los puestos de trabajo está regulada por la normativa de salud laboral.

El problema, estos momentos, se desborda y generaliza porque el calor se extiende durante más tiempo y su intensidad insufrible se prolonga durante largos periodos. Echan la culpa al cambio climático. Y da igual que ese cambio climático lo estemos provocando nosotros (que lo estamos haciendo), o que sea el mismísimo planeta el que por sus propios medios, esté cambiando como lo hizo en otras épocas.

Si queremos combatir las muertes por calor tenemos que actuar sobre los puestos de trabajo sometidos a excesivas temperaturas, sobre los trabajos manuales en el exterior, sobre  los puestos de trabajo complicados en los que no es posible reducir las temperaturas.

Pero no basta intervenir sobre las condiciones generales, sino que debemos tomar en cuenta las circunstancias personales como los riesgos de sufrir enfermedades cardiovasculares, mareos, pérdidas de conciencia, o de memoria, exceso de peso, diabetes, o estar siguiendo determinados tratamientos médicos.

Existen leyes, normativas, regulaciones y planes de actuación, españoles y europeos, sobre salud laboral y existen leyes, protocolos y planes de prevención que ordenan las actuaciones de la inspección de trabajo para prevenir los riesgos laborales producidos por el exceso de temperaturas.

El problema es que los inspectores de trabajo son claramente insuficientes, los delegados sindicales de salud laboral sólo alcanzan a unas pocas empresas y la normativa se incumple sistemáticamente en muchos lugares de trabajo. Pero esta situación es cada día más insostenible, porque los episodios de calor extremo han dejado de ser situaciones esporádicas para convertirse en habituales.

Cada día es más urgente identificar los puestos de trabajo de alto riesgo, estableciendo actuaciones sobre los mismos, aprobando planes de prevención, preparando actuaciones específicas sobre el calor, adquiriendo los recursos necesarios, medios, ropa, gorros, sombreros, cremas, gafas, suministros de bebidas hidratantes, en función de los puestos de trabajo en interiores, en el exterior, o sometidos a altas temperaturas.

Pero no son sólo los medios materiales, sino también las reducciones de carga de trabajo, o de la jornada laborar, adaptándola a los tiempos de menor calor durante el día, la reorganización de las tareas, planificando las pausas, los descansos, o la suspensión de la actividad laboral si los riesgos alcanzan determinados límites.

Los responsables de la empresa y los propios trabajadores y trabajadoras deben contar con la formación básica, pero suficiente, para actuar sobre el riesgo de calor, porque deben tener capacidad suficiente para intervenir ante cualquier situación de peligro para la vida de las personas en el puesto de trabajo.

El problema ha dejado de ser de unas pocas empresas y de determinados puestos de trabajo, en algunas épocas del año, para convertirse en un riesgo generalizado que afecta a muchas personas, a muchas empresas, durante muchos momentos del año.

Hace poco escuché la noticia sobre una persona que trabajaba para una ONG dedicada a favorecer la integración laboral de personas con discapacidad, fallecida a causa de un golpe de calor mientras repartía una revista municipal, una tarea que el ayuntamiento había decidido subcontratar con la ONG. El suceso ocurría, como si de una maldición se tratara, en una calle dedicada al Sol.

Resultaba patético escuchar a algún responsable de la empresa explicar que los plazos municipales para la entrega de las revistas eran muy estrictos, mientras que el Ayuntamiento en cuestión exigía conocer las condiciones de los trabajadores  que realizan los repartos. Y patético ver a todos ellos lamentar en las redes sociales el fallecimiento del repartidor.

La siguiente noticia es que el encargado de responsabilidad social corporativa, informa de que la ONG ha limitado los horarios de reparto de la revista municipal a las horas menos calurosas del día. No está mal, pero creo que no hay que esperar a que la muerte nos golpee para adoptar las medidas de prevención necesarias.

El calor ha llegado para quedarse y las muertes en estas circunstancias no son un accidente, sino muchas veces el fruto de la falta de prevención, de la irresponsabilidad y hasta en ocasiones un homicidio negligente.

Las empresas, que en su gran mayoría tienen hoy eso que se llama departamentos de responsabilidad social corporativa, de salud laboral y de sostenibilidad, deberían comenzar por ejercer esa responsabilidad con respecto a las condiciones de los puestos de trabajo sometidos a riesgos extremos.

Y el calor es hoy un riesgo cada vez más frecuente y cada día más extremo.

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