Mónaco: El circuito imposible

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A menudo nos preguntamos por qué la Fórmula 1 se sigue celebrando en circuitos en los que es prácticamente imposible adelantar. Parece que no tiene mucho sentido restar esa parte de la emoción a las carreras, donde los aficionados a este deporte estamos deseando ver, más que nada, cómo se las ingenian los pilotos en un alarde de destreza y coraje para arrebatarles la posición a sus rivales.

Mónaco es, quizá por excelencia, el circuito imposible. Una vez que arranca la carrera y no existen incidentes en la salida, ya está. No queda mucho más. Las siguientes vueltas pueden convertirse en una fila de monoplazas corriendo a velocidad de vértigo entre la piel de metal de los guardarraíles. Salvo que algún piloto cometa algún error, cosa nada extraña, y el coche de seguridad tenga que salir, sabemos que no ocurrirá mucho más hasta el final.

La carrera de hoy en Mónaco no ha sido una excepción, aunque en este Gran Premio, con toda probabilidad, lo verdaderamente interesante e inexplicable es lo que sucedía fuera del asfalto, al margen de la carrera de verdad: coches que no terminan de arreglarse del todo y arruinan la carrera del piloto que salía en primera posición momentos antes de iniciarse la competición; neumáticos a los que no les apetece ser jubilados y borran de un plumazo el brillo de pilotos a los que de forma regular les cuesta brillar; y errores titánicos en la estrategia de equipos que no están acostumbrados a fallar.

Pese a todo, los aficionados españoles y seguidores de Ferrari y Carlos Sainz han de estar contentos por el rendimiento del piloto madrileño y de la mítica escudería roja. Un segundo puesto que sabía a gloria y resurgir tras la decepción de ver cómo el monoplaza de Leclerc se quedaba en el garaje. Hoy, Carlos y Ferrari ha brillado en un podio que nos ha gustado mucho más porque ninguno de los pilotos de Mercedes estaba subido a sus cajones.

¡Enhorabuena, Carlos! Por esta y muchas otras más.

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