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Mitologías españolas: la locura

Francis López Guerrero
Francis López Guerrero
Profesor de lengua y literatura.
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análisis

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El poeta alemán Heinrich Heine –uno de los grandes del Romanticismopensaba que la verdadera locura no era otra cosa que la sabiduría misma que cansada de descubrir las miserias y las vergüenzas del mundo había tomado la inteligente resolución de volverse loca.

Todos los pueblos tienen su visionario y su loco querido, rodante o volante. España es una nación de locos canónicos, algunos santificados, otros vilipendiados y apartados, en definitiva, personajes irracionales de esta vieja Iberia prestada a muchas civilizaciones. Dicen que Portugal es un país de suicidas y de futbolistas con morriña. España es un país de locos, locuelos, tarumbas, botarates, chalados, chiflados, lunáticos y de gente supersticiosa que tienen su máxima expresión y estilización en don Quijote. También es verdad que a los largo del tiempo nos hemos hecho un lío con eso de la racionalidad ilustrada y no nos hemos sabido constituir como un ente geopolítico de medio millón de kilómetros cuadrados, sino como una superstición espectacular y legalizada, o bien, como una autocreencia surrealista, desde la Inquisición de los Católicos Reyes y la Contrarreforma de Felipe II a la demencia de los nacionalismos supremacistas.

No puede ser que una guerra civil dure 85 años en la agenda cotidiana de los políticos y los ciudadanos. No puede ser que la pugna y el cainismo sean el motor de una sociedad y nos sigan helando el corazón. Es de locos. Una nación levantada a partir de una superstición y la locura política y creyente sólo puede engendrar dementes ilustres o deslustrados. España ha sido un país irracional y maniático en las ideas y su aplicación y realista y refrenado en el arte. De ahí la explicación lógica de que hayamos llamado perturbado al filósofo que ha pretendido racionalizar la realidad, y perturbado también y bicho raro al artista vanguardista o rupturista que se empeñaba en manosear y deformar esa misma realidad.

El aristotélico mundo gobernado con arreglo a la razón no va con nosotros. Nos dejamos llevar por la gazuza de trascendencia o supremacía que nos apremia desde el líquido amniótico. Por eso hemos producido con denominación de origen una larga nómina de poetas escapistas, místicos (locos hacia Dios), iluminados umbríos en el discurso e iluminados sonoros o “sonados” en la escritura. Teresa de Cepeda y Ahumada fue en puridad una mujer rebelde y extática, o sea, una mística, embutida en un hábito de monja, que les disputó su porción de Dios a los poderosos y les discutió su cuota de espiritualidad a los varones (una loca frente al viento huracanado de los dogmas).

Una feminista espiritual antes del feminismo oficial. Juan Ramón Jiménez estuvo emperrado en fundir arte y vida como piedra filosofal para la verificación y existencia del hombre-dios; al final se derrumbaba, se sentía fracasado, sufría neurastenias de ballena alada y canora y terminaba ingresado con crisis depresiva en un sanatorio mental, que era el local donde los hombres racionales  hacían ciencia con los hombres geniales que deseaban traspasar los límites de la ciencia que, por otro lado, se van ampliando según pasan las décadas. Los dioses no tuvieron más sustancia que la suya y ser el niñodiós en su pueblo natal era la hazaña y la meta. La poesía como puente hacia lo trascendente venía de una neurosis y le valió un Premio Nobel. Qué locura tan bien galardonada.

La locura es una hendidura en el ADN por la que se ha colado huidizo el aliento de las estrellas. El loco es el resultado de sumar la asfixia del ambiente con el hastío social y con una nostalgia hondísima de fuga, de invento, que desciende hasta los sótanos bioquímicos del Paleolítico. El loco es un contorsionista que se retuerce por fuera y está huyendo dentro de sí mismo porque no se convence como identidad, porque no se reconoce en el DNI y en los planes sistémicos de la sociedad y, tiene el peligro añadido, de que esa huida que intenta armonizar se la describan y etiqueten a modo de patología mental. El loco es un inventor del ser, un recreador inquieto del sistema nervioso central; pero para eso ya están los actores oficiales y la clonación genética. Por este motivo sobradamente justificado es mejor sedar a los locos o anularlos en un butacón anónimo.

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