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Mitologías españolas: la celosía

Francis López Guerrero
Francis López Guerrero
Profesor de lengua y literatura.
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análisis

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Dicen que España ha sido siempre un país de petimetres influyentes con la pulsión de lucir en la calle -que miren y admiren- y que han arrastrado como un pecado original la importancia social de la “falsa honra” y de guardar las apariencias. La célebre Marca España en privado se ha muerto de hambre secularmente. Hemos sido y somos un país de más supervivencia que convivencia. Todo esto queda muy bien reflejado en El Lazarillo de Tormes que estuvo incluido en el Índice de libros prohibidos de la Inquisición. Pero por ineludible herencia cultural los españoles tenemos también la tendencia al modo celosía: ver la calle desde el poder de lo privado sin ser visto. Un enrejado es la primera aplicación tecnológica hecha con pura artesanía férrea y ocular. Es el ancestro más remoto de Facebook, pero en oculto, cuando la sociedad creía más en la sospecha y la intriga que en los amigos virtuales. La posmodernidad y los posmodernos han conseguido implantar, entre otras cosas, una inocencia hedonista igual de peligrosa que la desconfianza maliciosa de todos los tiempos. Con la primera es más fácil gobernar, incluso hasta desgobernar.

Celosías sobresalientes de los muros. Mentideros notables de la cotidianidad y observatorios mundanales del fulanito con menganito. Periscopios del hogar lanzados a la captura de la calle, esa presa propicia de los pueblos; visión interminable que llena los ojos y vacía el depósito de la curiosidad. Celosías expectantes y atrevidas, continuación privada de la calle, lo privado anhela lo público y lo público siente fascinación por las celosías. Respiración turgente y ostentosa. Pechos de forja de las casas entregados a la lujuria del viento. Espejos opacos de la grandeza en su pobreza. Escondite del deseo porque lo busca la realidad para depredarlo.

Los niños de apartamento y patio comunero no crecen con una celosía en el cuerpo, que es una cárcel presumida y buscada. Pero muchos españoles han crecido con una celosía. Hablan en celosía. Caminan con celosía. Piensan por celosía. Sueñan en celosías que son las redes firmes con las que pescan sus estrellas. Viven en celosía, que es como viven los que son presos y dueños absolutos de su tiempo. Porque el tiempo, sin duda, hay que atraparlo, dominarlo y aherrojarlo con el mayor de los egoísmos entre los hierros de una celosía. Con una mirada entre rejas es muy difícil – aparte de una falacia- salir luego a la palestra y defender la libertad individual aunque se disfrute de ella.

Nadie está libre de una celosía española, hasta los menos españoles. Cualquier apertura mental es susceptible de enrejarse. Incluso hasta a los progresistas más progres de todas las Españas a lo largo de su vida alguna que otra palpitación con celosía se les ha presentado en su pecho.

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