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Mitologías españolas: el aceite

Francis López Guerrero
Francis López Guerrero
Profesor de lengua y literatura.
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análisis

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Es una de las grandes mitologías del Sur, asociada al latifundio y la miseria. Detrás de cualquier néctar se esconden los ingredientes del sudor y la fatiga, que nunca llegamos a saborear en la mesa.

Un poeta estadounidense -EEUU además de catetos multimillonarios y de invasores también ha dado poetas que invaden de inteligencia- se dejó caer una vez diciendo que a él en lugar de poeta le hubiera gustado ser poema. Que en vez de hacedor o creador perecedero, le hubiera gustado ser obra o creación inmortal. Esto es como decir que los ricos quieren ser el capital mismo, que ya lo son y lo traspasan de padres a hijos; o que los amantes en lugar de personas mortales quieren ser el beso imborrable o la cópula perenne; o que los miserables del mundo en vez de morirse de hambre quieren ser el hambre misma para darle el mordisco de la justicia social a los que manejan el cotarro económico y político. Esto es como decir que el olivo desde la intimidad de sus raíces en lugar de árbol quiere ser aceite, si es posible, virgen extra.

En el mundo medianejo en que vivimos los seres inteligentes y selectos aspiran a ser resultado o fruto y les importa poco el principio o los orígenes que los sustentan. Entienden que el crecimiento y el beneficio, tanto material como espiritual, tienen su base en la transformación. Hay que transformarse para elevarse. Esto, que suena a lema de Mayo del 68 cinco décadas después, es proclama cósmica frente a las dictaduras comerciales, que se adentra sonámbula hasta el último agujero negro del universo. “Hay que transformarse para crecer”: es el grito estático del olivo en la serenidad del campo bajo el cielo que estiran los místicos como sábanas azules. El olivo es el ser vivo más inteligente y selecto del planeta, porque tiene claro que va a ser aceite gracias a la mano transformadora del hombre, que es el ser vivo más vivo de todos y el más contradictorio: en una mano te trae la penicilina y en la otra la bomba atómica. Y además ahora el ser humano está pasando realmente por horas bajas y sospechosas, pues a prójimos enfervorizados y sobreactuados les ha dado por acusarlo de no sé qué cambio climático y otras fechorías contaminantes y mortales. Yo lo acuso también sin remisión de cambiar y transformar la naturaleza en fruto. De sonsacarle a la tierra en las almazaras la sangre verde que te quiero verde. Lo podría acusar también, sin duda, del efecto invernadero y del calentamiento global, pero es mejor que personalidades como Al Gore lo acuse de las evidencias y cobre por ello. Qué vulgaridad con vanidad. Y yo lo acuse de las excelencias y gratis. Qué honor con responsabilidad. Acuso al hombre, el ser vivo más vivo y contradictorio que existe: en una mano te trae el arco iris y en la otra te trae el océano plastificado. En un bolsillo lleva los discursos bienintencionados y en el otro lleva el dinero y los negocios. No obstante, caigo en mi propia contradicción humana, y lo acuso sin arrepentimiento de trasformar el olivar en cultura, riqueza y ambrosía. De hacer poesía líquida con la inspiración de la aceituna. La propia etimología árabe lo convierte al aceite en un vocablo con vigor poético: sentido y sonido son una misma cosa. Como para Ludwig Wittgenstein estética y ética eran la misma cosa. La palabra se desliza lúbrica y gustosa por la voz y por el paladar, sin distinción: azzayt.

Aquel poeta estadounidense que quería ser poema nunca se lubricó la existencia ni se aliñó las entrañas con aceite; nunca tuvo la oportunidad de sentir en su paladar el sabor más lírico de la tierra. Ni pudo tampoco percatarse de que el aceite es la estilización artística del campo, la metáfora sublime del gran libro al raso de la naturaleza y el pan mojado en esa metáfora rima con inmejorable. Aquel poeta estadounidense si hubiera sido olivo habría sido poema, poema líquido que fluye por el mundo y cuyo primer verso está escrito en el campo andaluz.

En el Antiguo Testamento Dios no pisa la tierra y desde el cielo le envió el maná al pueblo hebreo que andaba canino por el desierto. En el Nuevo Testamento cuentan que el Hijo de Dios se atrevió a pisar la tierra encarnado en Cristo, que en griego significa ungido, es decir, el que está marcado por el aceite sagrado. En el Testamento Apócrifo del Sur se funden alimento y sacralidad, el maná y el óleo sagrado, y le da al hombre sabiduría agraria para extraer el aceite de oliva virgen extra, que es el aceite del perdón, el que nos redime de los catastrofistas negociantes y de los pecados que hemos cometido y estamos cometiendo contra la madre tierra.

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