Hace poco se hizo viral un video por una reacción “airada” de una perdedora en el concurso de Miss Colombia. “Uy, qué intriga, ¿qué habrá hecho?”, me dije mientras abría el video con gran expectación. ¿Estrangular con su corona de princesa a su compañera? ¿Sacarle un ojo a la presentadora? ¿Soltar una bomba de humo y desaparecer con una escalofriante carcajada? Seguramente muchos se imaginaron una especie de “pelea de gatas”, como les gusta a los hombres referirse a un enfrentamiento entre mujeres. Una excitante imagen de dos hermosas mujeres sacándose las uñas o algo por el estilo. Pues el resultado es una simple (y decepcionante) mueca de disconformidad. Realmente no es más que un fruncimiento de labios. La perdedora aprieta la mandíbula por unos segundos mientras el premio a la más hermosa lo recibe su compañera. En fin, yo diría que ambas tienen más motivos para apretar mandíbulas juntas. Mientras las evalúan en ropa interior; mientras las obligan a entrar en una absurda competición tipo “juegos del hambre” (en sentido tanto metafórico como literal); mientras desfilan como ganado, como mercancía. Pero sus motivos tendrán, no voy a juzgarlas. Sólo al concurso.

Se ha escrito ya mucho sobre el concurso de misses, lo sé. Pero me sigue asqueando enormemente la denigrante imagen de las mujeres que ese tipo de programas muestran. Me sigue asqueando tanto como cuando siendo niña los publicitas pretendían venderme muñecas con anuncios estereotipados y sobreactuados de niñas gritando en una nube rosa, como si estuvieran colocadas por, ¿qué se yo? ¿polvo de unicornio?

Me sigo preguntando por qué siguen existiendo estos concursos. ¿Cuál es el fin? Por qué?, en serio, ¿POR QUÉ? Más allá de perpetuar esa dominación patriarcal, esa posición social de la mujer como un mero objeto decorativo cuyo valor es proporcional a su belleza y su mansedumbre, ¿hay algún otro motivo?

Porque los concursos de misses no sólo nos miden por nuestra belleza, cosa que es ya de por sí patriarcal y humillante. Estos concursos utilizan a las mujeres como herramientas de dominación. Las colocan enfrentadas, las obligan a odiarse y a competir entre ellas por el reconocimiento. Destruyen cualquier posible lazo de solidaridad, sororidad o fraternidad. Y, sobre todo, incentivan esa pasividad y mansedumbre de la buena ama de casa de los años 50.

Al ver a aquella pobre mujer humillada porque no era lo suficientemente hermosa para llevar la corona de la finalista, porque no era más hermosa que su compañera sino menos, al verla odiando a su compañera y sufriendo con resignado gesto de rabia su derrota, sentí una frustración enorme por ella, por mí, por nosotras las mujeres. Y deseé que, en lugar de apretar la mandíbula, esa mujer hubiera quemado su sujetador o les hubiera recomendado a los jueces meterse la corona por el orificio que más les conviniera.

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Introduce tu nombre