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Miguel de Unamuno. De la razón dentro de la sinrazón

L. Jonás Vega Velasco
L. Jonás Vega Velasco
Natural de La Adrada, Villa abulense cuya mera cita debería ser suficiente para despertar en el lector la certeza de un inapelable respeto histórico; los casi cuarenta años que en principio enmarcan las vivencias de Jonás VEGAS transcurren inexorablemente vinculados al que en definitiva es su pueblo. Prueba de ello es el escaso tiempo que ha pasado fuera del mismo. Así, el periodo definido en el intervalo que enmarca su proceso formativo todo él bajo los auspicios de la que ha sido su segundo hogar, la Universidad de Salamanca; vienen tan solo a suponer una breve pausa en tanto que el retorno a aquello que en definitiva le es conocido parece obligado una vez finalizada, si es que tal cosa es posible, la pausa formativa que objetivamente conduce sus pasos a través de la Pedagogía, especialmente en materias como la Filosofía y la Historia. Retornado en cuanto le es posible, la presencia de aquello que le es propio se muestra de manera indiscutible. En consecuencia, decide dar el salto desde la Política Orgánica. Se presenta a las elecciones municipales, obteniendo la satisfacción de saberse digno de la confianza de sus vecinos, los cuales expresan esta confianza promoviéndole para que forme parte del Gobierno de su Villa de La Adrada. En la actualidad, compagina su profesión en el marco de la empresa privada, con sus aportaciones en el terreno de la investigación y la documentación, los cuales le proporcionan grandes satisfacciones, como prueba la gran acogida que en general tienen las aportaciones que como analista y articulista son periódicamente recogidas por publicaciones de la más diversa índole. Hoy por hoy, compagina varias actividades, destacando entre ellas su clara apuesta en el campo del análisis político, dentro del cual podemos definir como muestra más interesante la participación que en Radio Gredos Sur lleva a cabo. Así, como director del programa “Ecos de la Caverna”, ha protagonizado algunos momentos dignos de mención al conversar con personas de la talla de Dª Pilar MANJÓN. Conversaciones como ésta, y otras sin duda de parecido nivel o prestigio, justifican la marcada longevidad del programa, que va ya por su noveno año de emisión continuada. Además, dentro de ese mismo medio, dirige y presenta CONTRAPUNTO, espacio de referencia para todo melómano que esté especialmente interesado no solo en la música, sino en todos los componentes que conforman la Musicología. La labor pedagógica, y la conformación de diversos blogs especializados, consolidan finalmente la actividad de nuestro protagonista.
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análisis

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La paradoja como esencia, la dialéctica como vicisitud, y quién sabe si el drama personal propio del que sabe que comprenderse a sí mismo requiere en realidad de la asunción del que supone para un filósofo el mayor de los sacrificios, el de renunciar a comprender a los demás. Todo eso, nada más, y nada menos, constituye no ya la comprensión, pues se erige en apenas la premisa válida, lo que hay que arriesgar siquiera para entender a lo sumo la obra de D. Miguel de UNAMUNO Y JUGO.

Nacido en Bilbao, el 29 de septiembre de 1864, Unamuno se muestra, primero ante sí mismo, y después por ende ante la Humanidad, como referente paradigmático no solo en lo concerniente a lo proverbial, sino más si cabe en lo atinente a lo procedimental.

La buena disposición económica de la que es prebenda el legado que su abuelo, retornado de la emigración en este caso a Méjico hace gala, se traduce en el desarrollo temprano de cuantos menesteres son necesarios para la consecución de los logros intelectuales a los que un joven Miguel apunta desde chico.

De esta manera, septiembre de 1875 será testigo de su examen de ingreso a Bachiller, que será a su vez cursado en el Instituto Vizcaíno, si bien a su sede oficial solo podrán acceder a partir de segundo año pues el mismo se encuentra muy deteriorado a causa de los estragos provocados por la guerra.

Septiembre de 1870 alumbrará su llegada a Madrid, lugar que elige como plataforma de cara a la consecución de los que, una vez superada la tentación artística, conformarán sus aspiraciones, que en este caso se cifran en la obtención del Título de Filosofía, lo que acontece en 1884, cuando alcanza el grado de Doctor, con una tesis que si bien versa sobre la Lengua Vasca, se reafirma en realidad como un legado en contra de los que se empeñan en ver en la Cultura Vasca un elemento no ya solo imposible de integrar, sino manifiestamente excluyente en lo que concierne a la posibilidad de una convivencia razonable entre todos los habitantes de España; todo lo cual se traducirá en un conflicto con los que posteriormente se impliquen en la gestación del movimiento que acabe por alumbrar en el nacionalismo vasco, impulsado desde círculos como el proferido por los hermanos Arana Goíri, desde los que manifiestamente se promulga la excelencia de una raza vasca no contaminada por otras razas.

Todo este discurrir, jalonado de situaciones que tanto desde el plano abstracto como fundamentalmente desde el concreto, parecen conducirnos de manera evidente y notoria a una clara posición frente a la Vida, alcanzan, siquiera en principio, una suerte de traducción que tiene su reflejo en la conexión por parte de Unamuno con los ideales y las formas propias del PSOE, como prueba su ingreso en la mencionada formación política en octubre de 1894, permaneciendo en la Agrupación Socialista de Bilbao hasta 1897, momento en el que abandona definitivamente las filas socialistas, presa de una gran frustración, la cual acaba por desarrollar en él una gran depresión.

Ya para entonces nos encontramos ante uno de los más grandes intelectuales no solo en comparación con los que España ha deparado, sino que, residiendo en tal lo más lamentable del razonamiento, incluso en los años que hubieron de venir sería muy dificultoso encontrar otro de tamaña prestancia.

Pero si algo tiene la genialidad, es la dificultad que presenta para permanecer quieta, y a ser posible callada en un lugar determinado, durante un periodo de tiempo siquiera relativamente largo.

Como prueba de ello, los continuos enfrentamientos que Unamuno dispondrá, y que entre otros cargos y consecuencias se traducirá en la destitución fulminante, a cargo del ministro de Instrucción Pública, de sus funciones al frente de la Universidad de Salamanca; al frente de la que se halla como rector, desde el año 1900, habiendo sido elegido con tan solo 36 años, y cargo que ostentará a lo largo de otros dos periodos.

Pero la lista, tanto de elogios como de reprimendas, será larga, teniendo además momentos especialmente brillantes, como los que proceden por ejemplo de la paradoja que nos lleva a 1920, cuando es nombrado decano de la Facultad de Filosofía y Letras, a la vez que es condenado nada más y nada menos que a dieciséis años de cárcel al encontrársele culpable del delito de injurias al Rey.

Afortunadamente la pena no llegó a cumplirse, pero nuestro protagonista pareció intuir el mensaje que de manera clara y distinta se amparaba en el mismo. Fruto de lo cual surge su exilio voluntario a Francia donde permanecerá, fijado su domicilio en Hendaya, hasta la caída de Primo de Rivera, hecho que acontecerá en 1920 dando con ello pie a su retorno a Salamanca, en lo que será un reencuentro multitudinario de la ciudad con el intelectual.

Pero para entonces Unamuno es ya, ante todo, un hombre complicado. Así, lo profundo de su quehacer intelectual se traduce en la dificultad para ubicar la métrica de sus pensamientos, y por ende la profundidad de su protagonista. Y para colmo, su España se conduce a velocidad cercana al no retorno, hacia el conocido cataclismo.

Concejal por la República, Unamuno se encarga, desde la más absoluta de las convicciones, a la proclamación de Salamanca como ciudad republicana el mismo 14 de abril, confirmando su énfasis con un discurso en el que apunta al fin de un sistema que ha empobrecido, envilecido y entontecido a España.

Sin embargo, la complejidad de razonamiento que consume Unamuno, choca de plano con el más que aparente simplismo desde el que unos otros, quién sabe si apuntando ya a lo que habrá de venir, tratan de reducirlo todo.

Es así, y tan claro, que su renuncia a presentarse a la reelección como Diputado en Cortes en las elecciones de 1933 hace atisbar, desde la perspectiva que el paso del tiempo nos proporciona, el evidente desencanto de alguien que, tal y como le corresponde a los que son como él, siempre espera más, haciendo con ello que nosotros seamos también más exigentes con nosotros mismos, elevando con ello un valor sin igual en lo concerniente a la mejora de sus semejantes.

Tan clara es la insatisfacción, que ésta ha de tornarse en frustración. La misma se hace patente en las primeras jornadas del alzamiento sublevado. Requerido como no puede ser de otro modo al respecto, Unamuno llega a afirmar que ve a los sublevados como una suerte de regeneracionistas resueltos en el deber de encauzar la deriva en la que se encuentra sumido el país.

Pero pronto, de nuevo la frustración versada en esta ocasión en el doble dolor procedente por un lado de la comprensión de que los intereses no eran, con mucho, los que él se imaginaba; unido a la incapacidad de aprobar unos procedimientos manifiesta y en ocasiones gratuitamente violentos, llevan a nuestro protagonista a convertirse en uno de los más férreos opositores que el régimen puede llegar a tener.

Y se trata de un enemigo sin duda muy digno de ser tenido en cuenta. Así, desde el campo de la abstracción, espacio en el que al menos en principio ha de hallarse especialmente cómodo por la naturaleza de su saber, dirige una serie de ataques cuyo resultado es del todo demoledor a la vista especialmente de las especiales aptitudes para la oratoria, que Unamuno posee, y para cuya puesta en práctica no rehúye prenda.

Tal situación alcanza su clímax el 12 de octubre de 1936. Con motivo de la celebración de El Día de la Raza, los sublevados han preparado todo para que la jornada redunde en un espectáculo de exaltación. Cuatro son los oradores a tal efecto designados: Primero, José María Ramos Loscertales, segundo, el dominico Vicente Beltrán de Heredia y Ruiz de Alegría, después Francisco Maldonado de Guevara y, finalmente, José María Pemán. Los primeros glosaron la gloria del Imperio Español, siendo Maldonado el encargado de tachar al nacionalismo vasco y catalán de haberse erigido en sendas muestras de lo que el cáncer puede hacer.

Millán-Astray responde con los gritos con que habitualmente se excitaba al pueblo: «¡España!»; «¡una!», responden los asistentes. «¡España!», vuelve a exclamar Millán-Astray; «¡grande!», replica el auditorio. «¡España!», finaliza el general; «¡libre!», concluyen los congregados. Después, un grupo de falangistas ataviados con la camisa azul de la Falange, hizo el saludo fascista, brazo derecho en alto, al retrato de Francisco Franco que colgaba en la pared.

Es entonces cuando Unamuno, que no tenía previsto intervenir, se apoya en el discurso del propio Maldonado para lanzar contra él los que habían sido sus propios argumentos. “Sabéis que yo mismo soy vasco, y a pesar de todo enseño una Lengua que vosotros mismos sois incapaces de entender. (…) Y todo porque la nuestra es una guerra incivil, vencer no es convencer, vuestro odio impide convencer, porque no deja lugar para la compasión”.

Llegados a ese punto Millán-Astray pide acaloradamente la palabra. Alguien desde el público grita el conocido “¡Viva la muerte!” Unamuno tacha de insensato tal menester, pues afirma que es lo mismo que gritar ¡Muera la vida! Lo que pone de manifiesto lo incomprensible de todo lo que está sucediendo, no solo dentro del paraninfo, sino fuera a mayor escala.

En ese momento Millán-Astray exclama irritado «¡Muera la intelectualidad traidora! ¡Viva la muerte!»

Unamuno sale vivo porque Dª. Carmen Polo le ofrece su brazo, y se hace acompañar hasta su domicilio.

Unamuno como paradoja. La existencia de una “Intelectualidad traidora”, como ejercicio de esa paradoja.

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