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Miguel Ángel Rodríguez, un Rasputín de buen yantar

El asesor que pone su sello personal al ayusismo se ve envuelto en una nueva polémica sobre las facturas a cuenta de sus comidas

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análisis

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La prensa le está sacando las comilonas pantagruélicas a Miguel Ángel Rodríguez. Por lo visto, el asesor de Isabel Díaz Ayuso ya se ha pulido 9.000 euros en banquetes y ágapes institucionales, un buen yantar que ha hecho estallar de indignación a las redes sociales. “Prácticamente, ninguna de estas comidas es menor a 50 euros, incluso algunas de ellas rozan los 300. Rodríguez cuenta con un sueldo público de 93.855 euros”, recuerda el periódico digital El Plural.

La portavoz de Unidas Podemos en la Asamblea de Madrid, Alejandra Jacinto, ha llegado a decir: “¿Qué hace Miguel Ángel Rodríguez, jefe de gabinete de Ayuso, aparte de asesorarle para que diga chorradas por doquier y empujar a periodistas? Pues irse de comilonas. Nueve mil euros en comidas de trabajo y lo pagas tú”.

La vida de MAR siempre ha estado ligada a la polémica. No es necesario recordar aquí su condena por injurias contra el doctor Luis Montes, anestesista y ex coordinador de Urgencias del Hospital Severo Ochoa de Leganés, al que llamó “nazi” por las sedaciones a enfermos en el centro médico madrileño. Y toda España tiene fresco en la memoria aquel bochornoso incidente ocurrido en 2013 cuando, siendo portavoz del Gobierno Aznar, fue detenido por conducir con algunas copas de más y llevarse por delante varios coches aparcados en el Retiro.

Hoy, nueve años después de todo aquello, MAR vuelve a ser noticia, esta vez por sus caros gustos culinarios. Sin embargo, conviene poner las cosas en su sitio. Que la carrera profesional de MAR no haya sido precisamente para enmarcar ni un dechado de ética y moral no significa que estemos ante un hombre intrascendente. MAR es mucho más que una vieja gloria que vive del pasado, o una especie de agraciado por el chiringuito ayusista, o un bon vivant que se pega la vida padre en los mesones de relumbrón de Villa y Corte. Se equivoca quien trate de subestimarlo haciéndolo pasar solo por un tragaldabas, tripero o zampón. Desde que llegó al equipo de Ayuso, en enero de 2020, la mano de MAR ha cambiado la historia de España, quizá para mal, pero lo ha hecho. Tanto es así que ha sido él, el Rasputín de la derechona en la sombra, quien ha puesto contra las cuerdas a Pedro Sánchez. A MAR se le atribuye la construcción del endriago Aznar en su día al igual que ahora ha sabido hacer de una muchachita chamberilera que venía muy verde a la política un auténtico mito, un icono pop de nuestro tiempo, una estrella del rock que gana elecciones sin bajarse del autobús.

MAR, más allá de sus errores existenciales y sus excesos, de sus cogorzas y sus modales gamberros, posee un talento innegable (maquiavélico, eso sí), para fabricar personajes para la historia, así como un olfato portentoso para saber leer las nuevas corrientes sociales, los anhelos y frustraciones de la opinión pública contemporánea. De alguna manera, estamos ante un ilusionista de la política que sin la elegancia y el porte de un David Copperfield (él es un mago algo más más tosco, menos refinado en sus trucos), sabe lo que se lleva entre manos. El gurú ayusista ha sabido dar con la tecla al encontrar una serie de artificios retóricos facilones, eslóganes de perogrullo, clichés populistas y discursos demagógicos que, no por burdos y chabacanos, dejan de ser eficaces ni dejan de conectar con las masas. Mal que nos pese, ha hecho de la política basura un arte, y ahí sigue.

Rodríguez dota a los divos y divas para los que trabaja de mensajes pedestres, pseudointelectualoides, una filosofía cateta solo apta para gente fanatizada que se niega a pensar por sí misma porque pensar quita tiempo de estar en el bar, que es donde se mama la libertad mal entendida. Y ese manual, ese catecismo con las cuatro reglas simplonas de la política, es precisamente el que hace que gente sin pena ni gloria como Aznar o Ayuso –personajes que no pasarán precisamente a la posteridad por sus ensayos y tratados, ni por su pensamiento original, ni por dejar una ingente y vasta obra a las futuras generaciones– terminen siendo encumbrados como dioses del poder. ¿Quién iba a decir que aquella zagala de barrio que gestionaba la cuenta del perro Pecas de Espe Aguirre y que lee todos sus discursos en una chuleta iba a ser objeto de amplios reportajes de la prensa internacional como el que le dedica estos días The Telegraph, que ya la retrata como una “agitadora” y una “incendiaria”? Nadie en su sano juicio.

¿Pero cómo lo hace, cuál es el secreto de su éxito, dónde está la fórmula infalible de MAR? Ni que decir tiene que él no pone a sus pupilos a leer el Ser y la nada de Sartre, ni les enseña los secretos más ocultos de la oratoria de Quintiliano. Su mérito reside en su don especial para coger un diamante en bruto (en el caso de Ayuso en bruta), pulirlo, hacer que repita cuatro memeces bien dichas como un papagayo (Madrid es España dentro de España, Comunismo o libertad o Madrid no se apaga), y transformarlo en una bomba política. Él trabaja como un coach, aplica toda esa jerga posmoderna para mentes relajadas, toda esa mierda de mercadotecnia comunicativa con la que se forjan los triunfadores de hoy. MAR les enseña sus puntos débiles y sus puntos fuertes, sus defectos (muchos) y sus virtudes (casi ninguna); dialoga con ellos como un maestro o guía espiritual para ayudarles a encontrarse a sí mismos; los motiva hasta hacerlos sentirse como los putos amos del mundo (aunque ninguno de ellos sea una lumbrera de su tiempo), y después los lanza al estrellato.

En definitiva, MAR fabrica títeres perfectos, marionetas eficientes, autómatas exitosos que repiten el disco rayado una y otra vez pero que son capaces de epatar al ciudadano posmoderno harto de democracia, de valores ilustrados y de falso socialismo humanista. Desde ese punto de vista, MAR no deja de ser un Diógenes pero a la inversa, ya que en lugar de dedicarse a buscar con su candil al político más honesto y brillante saca lo peor de los más mediocres y anodinos, su lado killer, su perfil más diabólicamente demagógico, faltón y populachero. El genio de esta película dramática que es la España de hoy no es otro que el mefistofélico MAR. De haber nacido en USA, habría sido el padre artístico de ese otro monstruo llamado Trump. Puede que el polémico asesor le salga caro a los madrileños con sus banquetes romanos por la patilla. Pero a Ayuso le sale más que barato.

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