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“Mientras millones de narices americanas y europeas no dejen de esnifar cocaína el problema de la violencia de Colombia seguirá multiplicándose”

El colombiano Evelio Rosero desmenuza en ‘Casa de furia’, con toda la ira satírica de la que hace gala con excelencia, el insondable y enquistado problema de la violencia en su país

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análisis

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Colombia vive en estos momentos una de las elecciones presidenciales más importantes de su historia por enésima vez. Mientras la democracia intenta abrirse paso a trompicones, la violencia vuelve a llamar a las puertas de un país que no logra quitarse de encima esta lacra que durante décadas ha asociado a ella su destino como si de una maldición divina se tratara. Evelio Rosero (Bogotá, 1958) presenta en Casa de furia (Alfaguara) un fresco colectivo de la alta burguesía bogotana de 1970 durante una fiesta familiar un día muy concreto, cuando el narcoterrorismo empezaba a enseñar sus zarpas. El resultado es una novela coral espectacular donde el autor de obras aplaudidas como Los ejércitos o La carroza de Bolívar pone a su país frente al espejo y sólo consigue que se reflejen en él monstruos, cuya deformidad los sitúa de manera colectiva ante un abismo difícil de sortear.

En un recorrido somero por su obra narrativa se puede apreciar que, de una manera más o menos soterrada, la violencia en sus más diversas formas aplicada por el ser humano está muy presente, también por supuesto en su última novela, Casa de furia. Y a ello hay que sumar el tema en sí de Colombia como país aglutinador del sentir de toda Latinoamérica. ¿Lo ve así?

Son diferentes las manifestaciones de violencia en toda Latinoamérica, pero sí es posible decir que Colombia las aglutina a todas. Existe por ejemplo lo que se ha dado en llamar “la guerrilla más antigua del mundo”. Seguramente hace cincuenta años era una guerrilla con explicaciones ideológicas, con un verdadero interés por los desequilibrios sociales y la causa del pueblo, pero eso es ya una quimera desde hace años. Ahora es simplemente otra fuerza ligada al narcotráfico, a ambiciones personales, a intereses políticos determinados, como la dictadura de Venezuela.

Ya en sus novelas En el lejero y Los ejércitos la violencia tan consustancial a Colombia desde su propia independencia como país está muy presente en su obra. ¿Qué conclusiones extrae en esta búsqueda incesante de explicaciones a tanta barbarie a través de su obra novelística?

Que afortunadamente existe además la otra fuerza, la opuesta a la barbarie, la del espíritu. No todo es “violencia consustancial”. Allí están por ejemplo las protestas en contra del presidente Duque, que aunaron a los jóvenes con los viejos, a los hombres con las mujeres, incluso a los niños. Es cierto que la respuesta del gobierno fue bárbara, como era de esperarse, y la policía asesinó a muchos jóvenes manifestantes, pero el espíritu de Colombia se sacudió y mostró su voz, la dejó oír a despecho de la muerte a la fuerza.

¿Qué tiene de particular la violencia de Colombia que no tenga o haya tenido en su historia otro país latinoamericano o incluso del resto del planeta?

La geografía montañosa y selvática, en una gran parte del país, permitió la movilización de una guerrilla que atacaba y se resguardaba de inmediato. La ubicación del país, al norte de Latinoamérica, colindando con dos océanos, el Pacífico y el Atlántico, es una posición estratégica inmejorable para el narcotráfico. Estas son causas determinantes. Ahora, pensemos en México y su extrema situación de violencia; no es que les haya llegado “la colombianización” como dicen algunos ingenuos, es, sencillamente, que ha tomado poder el narcotráfico. Ya se sabe que mientras las millones de narices americanas y europeas no dejen de esnifar cocaína el problema seguirá multiplicándose. Con la única diferencia de que la más ingente ganancia del narcotráfico se queda en los Estados Unidos y Europa, mientras que Colombia y México siguen poniendo los muertos, la corrupción estatal, la diaria violencia entre los ejércitos en pugna. Pero la violencia de Colombia es la misma del mundo, si pensamos en su historia. Es la condición humana. Si rastreamos en la historia de cualquier país asomarán Nerón y Hitler por todas partes.

Ambientada en 1970, la acción de Casa de furia transcurre en un día durante la celebración del aniversario de una pareja de la alta burguesía bogotana, en la que se da cita lo más excelso y granado de la sociedad del momento. ¿Por qué ha optado por concentrar toda la acción en un lugar y un tiempo tan concretos?

Los 70 fueron años muy importantes, en muchos aspectos, para el país, y para mí, personalmente. A comienzos de esa década empezó el tráfico de marihuana desde Colombia a los Estados Unidos, con todo lo que esto acarrea. El de la cocaína estaba en ciernes. El ideal de la revolución comunista era un estandarte de los jóvenes. En 1978 muchos de los estudiantes de mi universidad pensaban seriamente en ir a luchar a Nicaragua con los sandinistas, y seguramente varios se fueron. Semejante “ideal” puede dilucidarse con lo que está haciendo hoy en día el dictador Ortega y sus secuaces. Pero la guerrilla colombiana se robusteció de jóvenes; la gente soñaba con un partido comunista vencedor en las urnas. En 1970 yo tenía doce años. Leí Cien años de soledad, empecé a conocer la obra de Onetti, de Rulfo, de Borges, y también conocí a mi primera novia, por supuesto, ¿qué década pudo ser más especial?+

“La impunidad es la más grande derrota de Colombia”

¿Funciona la trama a modo de alegoría de la trayectoria histórica de todo un país?

Sí, pero yo no me lo propuse voluntariamente. Nunca pensé: “Ahora voy a hacer otra alegoría de mi país”. Esa palabra, alegoría, se ha empleado varias veces en los acercamientos críticos a mi obra, y no estoy en desacuerdo, porque puede ser un resultado real, una conclusión. Pero yo soy simplemente un escritor que escribe de lo que ve y lo que entiende, desde que tuvo uso de razón.

Desde el inicio de la trama, cuando se espera la llegada de familiares y amigos a la celebración del aniversario de la pareja protagonista, se palpa poco a poco la inminencia de un desastre, y lo hace a ritmo de tragicomedia. ¿Es así como hay que entender la historia de su país a grandes rasgos?

Tragedia y comedia son dos aspectos que caben a la perfección en la historia de mi país.

A la violencia intrínseca sufrida por la ciudadanía colombiana también hay que sumar otro mal no exclusivo de su país, pero sí muy presente en él: la corrupción. ¿Violencia y corrupción se retroalimentan? ¿Por qué?

Sí, se retroalimentan, y sobre todo cuando la corrupción estatal está también vinculada a los intereses del narcotráfico. Ahora el narcotráfico compra las armas de los diferentes ejércitos, llámense guerrilla, paramilitarismo o militares del gobierno. El mismo narcotráfico es otro ejército, que a veces interactúa con los “oponentes” según los intereses en juego. El narcotráfico paga las elecciones, elige a sus candidatos, ordena el asesinato de los pocos líderes que se atreven a dar la cara. Los delitos que se cometen en Colombia son realmente de lesa humanidad. Hay masacres a diestra y siniestra. Y también hay indiferencia, de lo tan acostumbrados que estamos a la muerte. Eso es lo más desesperanzador.

Dentro de esa violencia abordada a nivel general, usted analiza también con nitidez y sin tapujos la violencia sexual, tanto sobre las mujeres como sobre los menores. Y lo más asombroso de todo ello, que también usted refleja en su historia, es la impunidad con la que actúan estos agresores.

La impunidad es la más grande derrota del país. No hay justicia que se haga respetar. La “casa por cárcel” es el invento más cínico, más depravado, más infame que han construido los doctores de la Corte Suprema de Justicia. De la “casa por cárcel” todos se van y vuelven cuando quieren. En este mismo momento puede encontrarse cenando en el mejor restaurante de París un senador colombiano que tiene la “casa por cárcel”.

Usted narra esta novela admirablemente bien armada en torno al humor negro de sus personajes, dotados de un perfil tragicómico asombroso casi sin exclusión. ¿El humor como escapatoria al horror?

Sí. A Dios gracias allí sigue el humor. Y esa ha sido una de las mejores, pero también más tristes armas del pueblo colombiano: el humor.

Cuando se enfrenta a la trama de sus novelas, ¿las plantea para que los lectores reflexionen e incluso actúen en consecuencia a sus conclusiones personales?

La trama de mis novelas se va forjando a medida que avanza el proceso de escritura. No busco, en primera instancia, lograr reflexiones de parte del lector. Lucho con las palabras, con las escenas, con los colores y los sonidos. Sé que detrás de todo eso tienen que palpitar las ideas. Pero no me propongo convencer a nadie de nada. A la hora de la verdad son muy distintas las reacciones de los lectores, y me asombran. Ellos son otros creadores.

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