Exalta la belleza en la que en este caso se congratula el binomio formado por naturaleza y otoño, cuando rezuma plenitud al converger en la humildad de un hongo todos y cada uno de los atributos, cuando no de virtudes, en los que el otoño refrenda su condición de estación de tránsito; sin que del aparente trauma pueda nadie devengar ni el menor atisbo que pueda concluir vejación alguna en ese lento transitar, casi devenir, en el que la calenda refugia el que a menudo se convierte en desprecio, del que por otro lado a lo sumo deja constancia al responder al que, osado, cree haber alcanzado la cota desde la cual interrogarla.
Sea como fuere, la misma incapacidad que en el impertinente se dio cita, es la que alumbra los esfuerzos a desarrollar por el que convencido de que la magia existe, cree poder encontrar en la apariencia de generación espontánea la causa que llevaba, por ejemplo a mi padre, a encontrar año tras año, temporada tras temporada, las mismas setas en los mismos lugares; yo me atrevería a decir que incluso a la sombra de los mismos árboles… Porque tal y como luego constataremos, ten importante es la tierra, como la sombra de los árboles que la protegen, o que la determinan.
Inocente de mí, pues en tan tierna época a mí no me dolía prenda de reconocer mi absoluto desconocimiento de todo lo que estaba llamado a convertirse en mundo; es que yo interrogaba a mi padre sobre cuestiones que al final no convergían sino en la contumacia que año tras año llevaba a aquellas setas a volver a salir en siempre los mismos lugares.
Mi padre, hombre callado y a menudo nostálgico, en una palabra, hombre prudente; se esforzaba no en explicarme cuando sí en darme las claves que con el tiempo cristalizaran en mis propias conclusiones, convencido como estaba de que el conocimiento devengado de la conclusión propia habría de ser siempre mucho más constructivo que el procedente de la asunción de tesis ajenas, por muy bien asentadas que las mismas estuvieran.
Y fue así como el tiempo pasó. Los largos paseos dejaron de ser una consecuencia inexorable vinculada a la búsqueda de los consabidos hongos, para terminar adquiriendo en sí mismos la condición de necesidad a la que suele acabar acudiendo toda muestra de acción en torno a la cual el tiempo lleva a cabo la acción que le es propia; que fue en uno de estos paseos cuando mi padre me preguntó si de verdad seguía apuntando a la generación espontánea como causa válida a la hora de explicar los motivos que llevaban a un hongo a emerger temporada tras temporada, ya fuera inspirado por la virtud, o por una fuerza ponzoñosa, a emerger raudo al pie del árbol que le era propio.
Lo cierto es que yo hacía tiempo que había dejado de plantearme la mencionada cuestión, no por haber hallado la respuesta, como si más bien por haber sucumbido a la tentación de dejar por obvias aquellas cuestiones a cuyo acceso mi manejo de la razón se tenía por inaccesible. Afortunadamente la prudencia había hecho fruto en los espacios a los que la razón no llegaba, y por ello supe recompensar con un silencio que sonaba a interesante el espacio que mi padre me había cedido con el planteamiento de aquella cuestión.
Y el silencio obtuvo premio, pues así fue como mi padre me dijo que el conocimiento de la micología guardaba cierto paralelismo con el estudio y la comprensión de las ideologías. Así, en ambos casos, la bondad de la climatología, escenificada en lluvias generosas y temperaturas agradables no hacen sino germinar a unas esporas que han permanecido largo tiempo enterradas y protegidas, a la espera de que las condiciones, tan a menudo adversas, acabaran por tornarse más favorables. Y esto siempre ocurre, pues uno puede creerse a salvo de las infecciones, de las malas hierbas, del ataque de plagas, o incluso de los destrozos asociados a fenómenos como el pedrisco. Al final, la abulia propia de las buenas cosechas nos lleva a abandonar la certeza de la necesidad de mantener la tierra trabajada como condición inexorable a la hora de albergar la justa esperanza de lograr una buena cosecha. El barbecho aflora como opción, y es entonces cuando la espora, que llevaba años escondida, a la espera de que sus condiciones volviesen a ser óptimas, recupera el terreno que siempre creyó le pertenecía.
Sea como fuere, lo cierto es que tal y como hemos observado la temporada ha comenzado en Andalucía. Veremos qué recogemos en el resto de territorios.