jueves, 25abril, 2024
13.2 C
Seville
Advertisement

“Mi querida mamá:”, Proust se engrandece entre cartas

Acantilado selecciona en un volumen unas 200 misivas de las miles que escribió desde su juventud hasta su muerte el autor de ‘En busca del tiempo perdido’

- Publicidad -

análisis

- Publicidad -

Existen dos vías análogas y en absoluto antagónicas de aproximarse al más esnob y diletante de cuantos escritores de los últimos siglos podamos imaginar o recordar: a través de su obra monumental resumida en las siete entregas de Á la recherche du temps perdu, o de su apabullante correspondencia reunida en 21 volúmenes. Ambas opciones son plenamente válidas para conocer la vida, la obra, el estilo, la personalidad, su trayectoria artística e incluso sus obsesiones, aficiones e intimidades. Porque Marcel Proust (París, 1871-1922) es el escritor total que, hoy, un siglo después de su muerte en el 44 de la rue de l’Amiral Hamelin, en el distrito XVI de la capital francesa, sigue atrayendo a legión de incontables fieles de una literatura cuyas cotas de excelencia siguen sirviendo de referencia para generaciones de escritores, que ven en su monumento a la memoria un hito artístico imposible de superar.

Se elija el camino que se elija, todos ellos llevan a un ser excepcional, que vivió una época decisiva en aquel París finisecular que auguraba un nuevo e ilusionante mundo en el horizonte, no exento de nubes oscuras como fue la Gran Guerra. Su obra es fiel reflejo de todo ello, y especialmente su abundante correspondencia sirve de foto fija para estudiosos y seguidores de la figura ingente del escritor parisino. Acantilado ha publicado una obra excepcional en una edición exquisita, prologada y anotada también por Estela Ocampo, con traducción de José Ramón Monreal. Por primera vez en castellano se publica una selección de casi 200 misivas que Proust escribió desde su juventud hasta su muerte el 18 de noviembre de 1922, de las miles en total que llegó a enviar a sus destinatarios de todo tipo y condición: escritores, editores, su madre, amigos y conocidos de la alta sociedad, detractores de su obra…

“Proust no quería que sus cartas se publicaran, ni siquiera que se conservaran”. Así lo certifica la encargada de seleccionar y estudiar estas Cartas escogidas (1888-1922), quien recuerda también que el autor de una de las obras cumbre de la literatura universal del pasado siglo XX siempre jugó a dos bandas con la posibilidad de hacer desaparecer a toda costa su correspondencia según el tema tratado en las cartas. Así, es imposible encontrar una sola carta donde se exponga su intimidad sexual y mucho menos su condición de homosexual. Proust era muy celoso de guardar esta información y obligaba a los destinatarios a destruir o devolver inmediatamente las misivas de esta línea temática. “Al enviarle esta carta permítame que le exprese el deseo de que usted la destruya […] porque no deseo que se conserve, y a fortiori sea publicada ninguna correspondencia mía”, le recordaba el escritor a una duquesa sólo un año antes de su muerte. También Céleste Albaret, la criada que vivió con Proust sus últimos años de vida, corrobora esta constante preocupación del escritor en su libro de memorias Monsieur Proust.

Estas apasionantes y apasionadas cartas escritas con ímpetu compulsivo desde su adolescencia sirven a la perfección para cubrir ese hueco que el novelista nunca se vio en la necesidad de tapar a lo largo de su febril etapa creativa, ya que como recuerda Ocampo, “Proust no escribió diarios, ni dietarios ni memorias”. Por ello, sus miles de cartas son una especie de guía histórica, social, literaria y biográfica que dejó a modo de señales para reconstruir toda una existencia, que se apagó a los 51 años después de una enfermiza existencia.

La edición de Acantilado reparte las cartas seleccionadas en cinco campos temáticos: El mundo sentimental de Proust, Proust de puertas adentro, Proust en el mundo: historia y sociología, Proust sobre el arte y Proust sobre su obra. Porque, al fin y al cabo, dice Ocampo que “como lectores de su obra oímos su voz contarnos por qué le encontró sentido a dedicarle casi la totalidad de su vida a la literatura”.

Proust siempre jugó a dos bandas con la posibilidad de hacer desaparecer a toda costa su correspondencia según el tema tratado en las cartas

Y después ya vendrá aquel mítico recuerdo que deja la magdalena mojada en una cucharada de té: “Hacía ya muchos años que no existía para mí de Combray más que el escenario y el drama del momento de acostarme, cuando un día de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía frío, me propuso que tomara, en contra de mi costumbre, una taza de té. Primero dije que no; pero luego, sin saber por qué, volví de mi acuerdo. Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llaman magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios unas cucharadas de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las miga del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme aquella alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y del bollo, pero le excedía en, mucho, y no debía de ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía y qué significaba? ¿Cómo llegar a aprehenderlo? Bebo un segundo trago, que no me dice más que el primero; luego un tercero, que ya me dice un poco menos. Ya es hora de pararse, parece que la virtud del brebaje va aminorándose. Ya se ve claro que la verdad que yo busco no está en él, sino en mí. El brebaje la despertó, pero no sabe cuál es y lo único que puede hacer es repetir indefinidamente, pero cada vez con menos intensidad, ese testimonio que no sé interpretar y que quiero volver a pedirle dentro de un instante y encontrar intacto a mi disposición para llegar a una aclaración decisiva. Dejo la taza y me vuelvo hacia mi alma. Ella es la que tiene que dar con la verdad. ¿Pero cómo? Grave incertidumbre ésta, cuando el alma se siente superada por sí misma, cuando ella, la que busca, es juntamente el país oscuro por donde ha de buscar, sin que le sirva para nada su bagaje. ¿Buscar? No sólo buscar, crear.”

- Publicidad -
- Publicidad -

Relacionadas

- Publicidad -
- Publicidad -

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Introduce tu nombre

- Publicidad -
- Publicidad -
- Publicidad -
Advertisement
- Publicidad -

últimos artículos

- Publicidad -
- Publicidad -

lo + leído

- Publicidad -

lo + leído