Cuando era pequeño una profesora suplente, ante la ausencia de la titular, no tenía cómo llenar la hora de clase y nos puso en VHS la película Ghandi. Aquella noche soñé con un mundo semejante al cuerpo humano, no sólo motivado por el film sino porque entonces estaban de moda en televisión los programas de educación corporal. Las manos, los pies y las articulaciones correspondían a los países donde vivía la gente trabajadora, los que intercambian esfuerzo por una vida humilde. La zona de la pelvis, anverso y reverso, era un país para el ocio, allí sólo residían lascivos, promiscuos y demás jubilados que querían disfrutar de sus últimos años de vida. Las axilas, las plantas de los pies, la zona trasera de las orejas, el interior del oído, y algunas barriadas de la pelvis eran las zonas más marginales y sucias, los que allí residían poco podían hacer por este mundo. El pecho era un complejo residencial exclusivo para gente rica, soleado y con buenas vistas, vivían a medio camino entre los dos países fácticos que eran la cabeza y el corazón.

En el origen de mi sueño en colores vivos ambos gobernaban en armonía, y estaban intentando olvidar unos años de dictadura a los que el órgano encargado de las pasiones nos había sometido, hasta que sufrió un infarto que casi acaba con el mundo tal y como lo conocemos.

El único órgano interno con autonomía era el corazón, donde habitaban las pasiones, y eso lo respeta todo el mundo. Mientras los pulmones, el hígado, los riñones, los intestinos, al no estar a la vista no cuentan. El estómago era caso aparte, ya que todos los habitantes reprochaban a este país la tiranía de su naturaleza al tener que alimentarlo constantemente, casi como un axioma yacía la idea de que un mundo sin estómago sería un mundo mejor.

La parte del cuello tampoco gozaba de mucha popularidad pues en los años de la dictadura del corazón no dudó en agachar la cabeza. Algo similar le sucedía a las rodillas, aún más débiles que el cuello, las primeras en doblarse ante cualquier adversidad. El codo por el contrario gozaba de buen cartel ya que sólo se plegaba para ayudar a los más humildes, a los trabajadores, a las manos. Los ideales del codo son férreos como el amianto, y se extreman cuando se empina dicha articulación.

La espalda del mundo, aquella que apenas se ve pero que soporta todo el peso, era la gran doliente, la gran olvidada, la que padecía las veleidades del planeta, su punto más frágil. Sorprendentemente se la tenía en escasa consideración, pese a que podía convertir el mundo casi en inválido.

Hace pocas noches volví a soñar con ese mundo corporal, corazón y cabeza ahora manejan los asuntos baladíes, porque lo realmente importante se opera desde fuera por un ente extraño, que el cuerpo acata de forma sistemática. Habrá que preguntarle al cuello qué ha pasado.

Esta vez el sueño era en blanco y negro, su tono era de resignación, se respiraba cierta abulia, quizá motivada por la certeza de que si perteneces a un país, a un tipo de sociedad, difícilmente podrás cambiar. Si naces en las manos, te tocará trabajar duro toda la vida, si naces en la espalda, nadie te hará caso hasta que te resquebrajes. Si tienes suerte y naces en la cabeza o en el corazón, en algún momento serás poderoso.

Gandhi decía que la persona que no está en paz consigo misma, será una persona en guerra con el mundo entero. Quizá tuvo un sueño parecido al mío.

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