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Metáforas (I de II) – La olla catalana

Guillem Tusell
Guillem Tusell
Estudiante durante 4 años de arte y diseño en la escuela Eina de Barcelona. De 1992 a 1997 reside seis meses al año en Estambul, el primero publicando artículos en el semanario El Poble Andorrà, y los siguientes trabajando en turismo. Título de grado superior de Comercialización Turística, ha viajado por más de 50 países. Una novela publicada en el año 2000: La Lluna sobre el Mekong (Columna). Actualmente co-propietario de Speakerteam, agencia de viajes y conferenciantes para empresas. Mantiene dos blogs: uno de artículos políticos sobre el procés https://unaoportunidad2017.blogspot.com y otro de poesía https://malditospolimeros.blogspot.com."
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análisis

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Imaginemos una olla a presión, llena de agua, llevada a ebullición. La válvula, atascada, no deja salir el vapor y, finalmente, la olla estalla. Convenimos todos en que el inmovilismo de la válvula es “causa” de la explosión de la olla. El filósofo norteamericano H. Putnam se pregunta por qué no es causa la presencia de X, una partícula arbitraria de la olla, cuya presencia también ha evitado que el vapor escapara, aligerando la presión. Putnam nos dice que <<en la física de la explosión, el papel que desempeña la válvula atascada es exactamente el mismo que el papel de X>>.

Forzando un poco esta metáfora, y trasladándola al ámbito político catalán, vamos a juzgar como “causante” la válvula, es decir, el señor Puigdemont, Junqueras, Forcadell y el resto de “encausados”.
La visión del Estado Español es que ellos son responsables debido a que no han realizado su función: dejar salir el vapor (desconvocar el referéndum cuando se declaró ilegal). Podemos dirimir cuáles han sido sus razones, hasta qué punto han sido legales, legítimas, o éticas, lo que ustedes deseen. Sin embargo, estamos partiendo de que son la causa de la explosión (de hecho, el juicio va demostrando que de una “posible” o “futura” explosión, que la cotidianidad catalana demuestra que no se produjo). La partícula X (una de tantas individualidades que dan forma al líquido de la sociedad catalana), no es causa de nada, pues esta no era su función ni, en un principio, tenía la libertad de abrirse. La válvula, en cambio, sí tenía esa libertad y, por tanto, tiene la responsabilidad adyacente.

Llegados aquí, vemos que hemos obviado una premisa sencillísima: si usted coge esa olla con agua (la sociedad siempre está) y su válvula, independientemente de lo que haga la válvula, ¿la olla estallará? Pues no, no lo hará. Para ello es estrictamente necesario que haya un fuego debajo de la olla. En todo el juego metafórico anterior, hemos dado por hecho que había un fuego calentando el agua como algo natural, existente. Pero ese fuego debe encenderse y mantenerse encendido para que el agua hierva.

Una primera pregunta: ¿hay responsabilidad por encender el fuego y mantenerlo? No busquen nombres de pirómanos, que ahora es indiferente, solamente les pido si es una condición necesaria. Digamos, incluso, que la olla sin fuego podría ser la Cataluña anterior al cepillado del Estatut. Por entonces, en tiempos no tan lejanos, lo que hiciera la válvula era bastante indiferente (también la posibilidad, o no, de hacer “alguna cosa” respecto a la partícula X).

El fuego se enciende. Se mantiene encendido (su continuidad es esencial). Ustedes dirán que, alimentado por unos o que alimentado por otros; pero el fuego sigue y el agua se calienta. El 20-S empiezan las primeras burbujitas. El agua tiembla, ejerce presión. La válvula se mantiene cerrada porque se va a abrir “sólo, y sólo si, hay un diálogo para un referéndum acordado”. Como no lo hay, no se abre. Llega el 1-O. Tampoco se apaga el fuego, si acaso se aviva (155, Casado, Arrimadas, “a por ellos”…). La partícula X continua como siempre: entrelazada a las otras partículas conformando lo que es la olla en sí: algo que aguanta un contenido.

Parece ser que vamos a juzgar esta válvula como si la olla hubiera explotado. Vamos a juzgar una previsión de hechos futura que nos parece la mar de lógica: como estamos dispuestos a mantener el fuego, si la válvula se obstina en permanecer cerrada, la olla estallará. Y vamos a juzgar la válvula como “causa” de esa futura explosión.

¿Es esto correcto? En cierto modo sí: todos sabemos que la olla acabará por estallar. Pero también es, a la vez, falso: no hay ninguna ley física que obligue a mantener el fuego encendido. Por tanto, debe haber algún interés en mantenerlo vívido. Y aparece otra pregunta: ¿el tribunal que juzga debe tener en cuenta la existencia del fuego? ¿o lo da como algo inevitable y no condicionante? Como siempre, unos dirán que sí y otros dirán que no.

Además, de los que opinen que sí, unos señalarán a esos como pirómanos, y los otros a aquéllos. Un momento, otra pregunta: ¿es el tribunal juzgante parte del fuego que alimenta el hervor? Pues sí, lo es. Y de una forma demostrable empíricamente: “más allá” de su legitimidad, legalidad o intención, hay un hecho: las decisiones, a lo largo de estos años, de la judicatura, han contribuido a calentar el agua. Es parte, es llama. Que les guste o no, es harina de otro costal; que les parezca bien o no, también. Es energía calórica, quiera o no, voluntariamente o de manera involuntaria (utilizada por otros). Pero, lo que está claro, es que no ha tomado “la opción de no ser llama”, pues, en teoría, dispone de esa independencia, y su decisión se entrelaza con que tuviera una cierta libertad y, por tanto, responsabilidad. Es importante, aquí, aceptar que ese margen de movimiento existe, que la judicatura es llama y no una partícula X sin opción de movimientos. Para ello, veamos el reciente auto de un juez: ante el Sindicato de Policía que quiere denunciar algunos ciudadanos por resistencia pasiva el día 1 de octubre, el juez dice que <<una situación tan controvertida requiere ser especialmente estricto a la hora de aplicar el derecho penal a tales ciudadanos, al ser ellos las víctimas directas de la situación de confrontación generada por los propios poderes públicos, trasladando a la calle lo que debería resolverse en las instituciones estatales y autonómicas>>. Todo el auto es así: el comportamiento de este juez es, precisamente, “no ser llama”. A este juez se le ha inclinado a ser llama, avivar el fuego, y él no es que renuncie, sino que denuncia que se le quiera meter en ese rol. Creo que hay cierta sabiduría en un juez que no quiere juzgar a sabiendas que se pretende hacer un uso de su decisión, y que es ese uso lo que se pretende por encima de la justicia. No se pretende que sea “justo”, sino “útil” para un motivo. Este uso de la justicia, subordinada a un fin o intención, repetidamente usado por el Estado en desprecio de la política, lo vimos en el juez Llarena: cuando no cursó orden de detención sobre Puigdemont en su visita a Dinamarca, argumentando que este quería ser detenido para hacer un uso político de su detención; literalmente, en el auto: <<la jactancia del investigado de ir a desplazarse a un concreto lugar, no tiene otra finalidad que buscar la detención>>. Vimos como subvirtió su deber como juez a una motivación (ideológica): no pretendía ser “justo”, sino “útil” a una causa (que no es la de impartir justicia): escudándose en que un político quisiera hacer un uso político de su detención, el juez pasó a subordinar la justicia a una causa política. Pero también lo vemos ante la negativa del Supremo de aceptar la declaración de Puigdemont, hombre libre residente en la UE sin ninguna orden de detención internacional que lo ponga en duda. No niego que haya procedimientos judiciales que permitan esa no declaración, pero evidentemente no tienen nada que ver con la pretensión de hacer justicia, de esclarecer la verdad, sino a una motivación (ya sea ideológica o estratégica) de cáliz político.

Lo que quiero decir con lo anterior, es lo siguiente: si la válvula está cerrada y el fuego continúa encendido y activado, según las leyes impertinentes de la física, ¿qué ocurrirá? Pum. ¿Y qué es lo que le interesa a esa desgraciada partícula X condenada a mantener y ser parte de la olla? Generalmente, que no explote, que no haya Pum. Tal vez se haya conseguido que una gran cantidad de partículas crean que lo importante es juzgar y condenar la válvula, y otra cantidad de partículas consideren que la relevancia es mantenerla firme, pero, si la olla explota, todas ellas serán iguales: saldrán despedidas.

¿Pueden hacer alguna cosa esas pequeñas, insignificantes y sin capacidad de movimiento, partículas? ¿Soplar? ¿Agarrarse fuerte y cerrar los ojos? Si son independentistas, no sé muy bien qué importa una República hecha pedazos, y, si son unionistas, qué importa la nación España con sus adentros democráticos desparramados por su bandera. Llegará el 28 de abril con tres partidos en España que proponen avivar el fuego, echarle más madera; otro que no sabemos muy bien qué hará (un poco dependiendo desde cuál de las letras de sus siglas sople el viento); y otro que quiere soplar un poco sobre la llama (tampoco le pidan que le lance un jarro de agua, que les coge un infarto). Sea como sea, es de los pocos momentos en que esas partículas pueden hacer algo libremente y, por tanto, también son responsables de las consecuencias. El 28 de abril, las partículas, de otra olla, una olla mayor, devienen causa. Pero, ¿realmente les ofrecen alternativas?

Si lo anterior parece un callejón sin salida, ¿cómo salir de este? Al menos, a nivel personal, el tiempo vivido me ha llevado a sospechar cuando me plantean dos alternativas, cuando me fuerzan a decidir entre A y B (por ejemplo, válvula o fuego como causantes). Centrarse en ello suele evitar plantearse se hay una tercera, o cuarta opción. Creo que los políticos independentistas se han obcecado ante la disyuntiva que les plantea el Estado Español: o acatar o rebelión (lo que se llama hoy un “win-win”: el Estado, o la banca, siempre gana). Ignoro si el juego de manos de la DUI simbólica fue un intento fallido de buscar ese otro camino posible. El otro día, la señora Paluzie (presidenta de la ANC), dijo algo en la entrevista aquí publicada que me dio mucho que pensar, referente a los políticos independentistas: <<una clase política que estaba acostumbrada a gestionar una autonomía y un determinado autogobierno, cada vez más limitado; y hacer este cambio, que es psicológico, cultural, político, de lo que tú llamabas una revolución, no es tan sencillo. Cuando tienes una cultura política determinada y durante muchos años has hecho las cosas de una determinada manera… no creo que sea tan fácil (…) Es que la dificultad es importante, y probablemente una parte de las personas que estaban en lo alto iban haciendo un aprendizaje en paralelo a la evolución de la sociedad>>. Creo que probablemente es muy cierto, e interesante, y recalca el hecho de que estos políticos van a remolque de la sociedad, que no son ellos los que han alzado las gentes, sino estas quienes los han levantado y obligado a acelerar. Justificaría, esta visión, un cambio en la clase política independentista y, puesto que el Estado no acepta el diálogo, optar por una segunda línea de personas más técnicas (para legislar la Generalitat) y una primera línea más social, más cercana al discurso del señor Cuixart cuando declaró en el Supremo, dando a entender, al menos a mí, una postura que nace de los derechos de la sociedad hacia la política, y no al revés. Que es la sociedad quien debe marcar las leyes del diálogo político. Que así se avanza y mejora una sociedad.

Pero (y ya he dejado la metáfora de la olla abandonada en el jardín), esa imposibilidad de perspectiva de los políticos independentistas, podríamos preguntarnos si también es aplicable a los políticos del Estado. Antes de que respondan, permítanme que les diga si, al respecto, ya no importa tanto, porque hay una diferencia: así como la sociedad catalana (una parte que ronda, como mínimo, entre el 48% independentista y el 80% partidaria de un referéndum) ha dictado el sendero por donde ir a los políticos independentistas, y, en el caso español, creo que es al revés: han sido los políticos y medios del Estado los que han ido dictando a la sociedad española por dónde ir. La diferencia, entre estos dos casos, suponiendo que estén de acuerdo, ¿a qué es debida? A los políticos, no, pues el efecto catalán nos demuestra que, cuando la sociedad presiona con fuerza y constancia, los políticos se adaptan. Soy incapaz de decir si es una simple cuestión de intereses o una diferencia de dos sociedades basada en el interés, la cultura propia, o la identidad.

La identidad colectiva es algo, para el que escribe, muy complejo y difuso, y hasta tengo serias dudas que esta exista como algo definido (incluso definible); que cuando intentamos señalarla nos estemos refiriendo todos a lo mismo. Más bien pienso que es algo múltiple y maleable, relacionado con continuas influencias y con el forjarse una identidad propia de cada individuo (opino que la persona está perpetuamente forjándose su propia identidad, y el cómo lo hace es parte de la identidad misma). Sin embargo, aparte de aquello que pueda ser inconsciente, aquello que pueda ser culturalmente un modo, hay elementos que son decisorios. Uno mismo, y toda la suma de unos que forman el colectivo, tiene el derecho de decidir qué le define como identidad. El hecho de ser sujeto político, simplemente es una extensión o consecuencia de ello. Este hecho, que se refleja más en el soberanismo que en el independentismo, creo que la mayoría de catalanes que se sienten y desean ser parte de esta cultura como colectividad, han decidido que es un aspecto identitario. Por ello, la negación, por parte del nacionalismo español o españoles que no se consideran nacionalistas (aunque habría que analizar desde qué perspectiva “no son” nacionalistas) de ese derecho a ser sujeto político de los catalanes, es irrelevante respecto a la identidad de estos últimos. Pero sí es relevante que se lo impidan mediante la fuerza, ya sea esta judicial, política, policial o la más camuflada democrática, es decir, haciendo un uso de su peso demográfico en el conjunto del Estado. Hay un problema de libertad, solo que una de las partes, al ser muy mayoritaria, considera que la libertad no tiene nada que ver, porque ellos “sí pueden” actuar libremente al respecto. Y esto nos indica que hay dos ollas diferentes y que, la obstinación en ver solo una y actuar como tal, impide afrontar el problema de un modo efectivo.

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