La escena en la pantalla de la televisión es familiar: en un plano corto los dos jóvenes se miran arrebolados ante un acantilado. Al fondo, el mar se agita pero no de forma que pueda romper la paz de los enamorados. La costa se recorta en un día perfectamente azul y el verde de las interminables praderas contrasta con las paredes desnudas de los farallones costeros. La pareja se toma de la mano junto al macizo de rosas y el giro de la cámara hace que el rostro de la rubia heroína destaque con una aureola prestada por el sol, antes de juntar sus labios con su amado, como marca el guión. La secuencia, la historia general y la personalidad de todos los caracteres de la película son tan reconocibles que casi instantáneamente los encasillamos en el género de la comedia romántica norteamericana. Pero se trata de un nuevo ejemplo del más destacado fenómeno televisivo de la España post-crisis financiera: Merkelwood, el lucrativo negocio de las series televisivas del país que lidera la UE financiera, política y ahora también narrativamente.

Aunque las películas alemanas que vemos en España están producidas principalmente en Frankfurt y Baviera por dos grandes productoras (Frankfurter Filmproduktion y Bavaria Fernsehproduktion), sus productos televisivos más populares apenas se diferencian de las series anglosajonas del género. Esto es así porque están diseñadas para confundirse con ellas. Muchas discurren en Cornualles, pero incluso si están ambientadas en Alemania o en un país escandinavo, es notable la ausencia de pistas visuales que nos ayuden a identificar el entorno. Las historias son tan convencionales que podemos inmediatamente imaginarnos el guión donde se inserta nuestra escena ante los acantilados: la protagonista está desesperada porque los problemas financieros de papá hacen que sea imposible seguir manteniendo las cuadras familiares: ¿qué hará su hermanita si no puede salir a pasear con su pony, ni va a aprender las lecciones de la vida mientras ayuda a los empleados a poner el heno en los pesebres? Los problemas se complican porque un familiar mezquino ha encontrado un comprador para la hacienda y pretende poner este hogar para los caballos en manos de un codicioso empresario que acaba de abrillantarse los dientes. Entra en escena un miembro de una clase menos favorecida pero con ideales igualmente nobles: con su inteligencia, perseverancia y, por qué no decirlo, su sex-appeal de body-pumper, el joven consigue en 60 minutos sortear los mezquinos designios del entrometido, salvar la hacienda, casarse con la heredera y preservar la forma de vida de la niña amazona y sus amiguitos de cuatro patas.

Las series made in Merkelwood fueron introducidas masivamente en España con la crisis financiera, en un momento en que los ingresos por publicidad habían descendido alarmantemente, como sucedáneo de los telefilmes y series norteamericanos. Lo hizo Antena 3 en 2013 y luego vino La Primera. Al cuajar inesperadamente el género, comenzó el fenómeno social de Merkelwood. Por qué razón los espectadores de cualquier edad y condición se enganchan por millones a este tipo de historias y personajes es el tema de seminarios de sociología y cinematografía en toda Europa. Lo que es indudable es que el género funciona, y uno de los aspectos más interesantes es su posible influencia social a largo plazo.

Porque en la actualidad, la oferta de películas televisivas alemanas es tal que casi puede compararse al irresistible aluvión de telefilmes americanos que dominaron sin competencia la programación de la televisión española en el tardofranquismo, y que determinó como pocas otras cosas un parte importante de la mentalidad de los baby-boomers españoles. La transición política y la naturalidad con la que la sociedad española (católica, conservadora y machista) pasó de unos parámetros tan rígidos a… la sociedad española actual, no habría sido posible sin el previo bombardeo de series angloamericanas al que fue sometida durante casi dos décadas. Para bien o para mal, y apuesto que una mayoría diría que lo primero es el caso, las productoras norteamericanas, y en medida algo menor el cine británico, introdujeron en los hogares españoles una mentalidad diametralmente opuesta a la que funcionaba en el salón de estar de los hogares de Burgos o Barcelona, e hizo que se asimilara el American way con tanta naturalidad como la visita del vecino. ¿Es este el destino, o el designio, de los filmes made in Germany?

No todos los telefilmes alemanes modernos hechos para la exportación responden al corsé acaramelado de las novelas rosa de Rosamunde Pilcher o Inga Lindström (ésta última un producto auténticamente alemán). Alerta Cobra, por ejemplo, del canal privado RTL, se introdujo hace años en los hogares de los cinco continentes como alternativa barata a los telefilmes policiacos americanos: su indigencia argumental es evidente, pero presenta al mundo la Alemania integradora encarnada en el inspector Semir Gerkhan, que no solo es turco sino encima muy bajito.

Otros productos de Merkelwood desarrollan algunos estereotipos auténticamente germánicos, por ejemplo el del neocolonizador ocasional y benevolente: un alemán de mediana edad, en una crisis de la mediana edad, deja su casa para instalarse en cualquier país de la costa mediterránea o sus alrededores. Allí conoce a la rústica pero espectacularmente hermosa nativa, que tiene un novio tosco y egoísta que desde luego le impide desarrollarse como mujer. Sin dinero pero dotado de un carisma natural, el maduro teutón conseguirá adaptarse a su nuevo entorno y mejorar las condiciones de vida de cuantos le aceptaron, pese a no hablar una palabra del idioma local. Ni que decir tiene que se quedará con la chica y su rústico pretendiente sólo puede optar entre reconocer la superioridad moral y tecnológica del recién llegado del norte o abandonar el campo con la cabeza gacha. Los alemanes, que dieron al mundo a los hermanos Humboldt y sin embargo tuvieron el imperio colonial europeo menos ajustado a las expectativas en origen, sienten un tardío confort al ver materializarse en la pantalla este conquistador alemán del Mediterráneo en la época del turismo internacional.

Quizás Merkelwood es lo único que podía pasar: Alemania ha crecido hasta ser el corazón de la Unión Europea, pero la narrativa que define la identidad de Europa está fabricada por sus antiguos enemigos, precisamente quienes la derrotaron en las dos grandes guerras. España hoy es un ejemplo claro de las sociedades europeas que han formado muchos conceptos que definen su visión del mundo mirando a través del cristal coloreado que fabricaron las empresas anglosajonas del arte, la cultura y el entretenimiento. Es un discurso nacido de la derrota alemana y ha sido tan arrollador en nuestro país desde hace 70 años que damos por hecho esta narrativa anglocéntrica, presente en todas partes como el aire que respiramos.

La miniserie Hijos del Tercer Reich, del canal público alemán ZDF, ofreció en 2013 una de las pocas narraciones de la II Guerra Mundial destinadas a un público amplio fuera de Alemania. El título original (Unsere Mütter, unsere Väter, Nuestras madres, nuestros padres) indica que para la productora no se trataba de un ejercicio de ficción histórica, sino de algo mucho más profundo: combinar la necesidad de una nueva narrativa de la historia europea asimilable por los propios alemanes con la redefinición de los parámetros desde los que se continuará la construcción de Europa. El guión proponía hilos argumentales nuevos sobre una estética que recuerda al Spielberg de Saving Private Ryan. Precisamente la marca de la casa de las producciones televisivas alemanas es su pulcritud técnica: una fotografía limpia como un lienzo flamenco; unos movimientos de cámara ejecutados con la precisión con la que se lanza un cohete a la Luna y (sobre todo) un sonido tan exacto que uno se pregunta cómo es posible que algunas producciones contemporáneas españolas sigan pareciendo la megafonía de una estación de tren. Ni los guiones ni el actoraje corrientes en Merkelwood pasarán a la historia, pero quizá su función actual no sea tanto crear historia como reescribirla.

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Daniel Riaño Rufilanchas es un investigador científico que nació en Madrid. Su especialidad es la lingüística cognitiva y computacional. En la actualidad enseña Filología Clásica y redacción académica en la Universidad Autónoma de Madrid, pero también ha trabajado en prensa musical de varios medios. Ha grabado reportajes sobre temas artísticos, culturales y de conservación de la naturaleza. Cuando no está dedicado a asuntos de lingüística, programación o literatura griega probablemente esté discutiendo sobre la manera en que los avances tecnológicos están transformando nuestra sociedad o tratando de volar un dron.

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  1. Muy interesante análisis de este fenómeno que, como todo lo relativo a los medios audiovisuales, constituye parte de la enseñanza en nuestros días.

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