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Memoria y paradoja

David Almorza Gomar
David Almorza Gomar
Profesor Titular de Universidad de la Universidad de Cádiz, en el Departamento de Estadística e Investigación Operativa, adscrito a la Facultad de Ciencias del Trabajo. Ha sido Vicerrector de Alumnos de la Universidad de Cádiz (desde el año 2003 hasta el 2013) y Vicerrector de Responsabilidad Social y Servicios Universitarios de la Universidad de Cádiz (desde 2013 hasta 2015). Durante estos doce años, ininterrumpidamente, ha tenido entre sus competencias el Área de Deportes de la Universidad de Cádiz. Ha promovido la creación del Aula Universitaria de Fútbol de la Universidad de Cádiz, y en estos momentos ocupa el cargo de Director del Aula de Fútbol. Tiene el título de Entrenador Nacional de Fútbol con Licencia UEFA-PRO. Ha entrenado en las categorías Infantil y Cadete del Cádiz C.F. desde el año 2010 hasta la actualidad. Además, en el Cádiz C.F. ocupa el cargo de Coordinador de Delegados y Auxiliares de Fútbol Base desde el año 2014.
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análisis

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El ser humano ha tenido, desde siempre, una obsesión casi enfermiza por trascender, pensaba en cierta ocasión el médico investigador Boris Pérez. No conformándose con la relevancia histórica de los descubrimientos, las aportaciones, los escritos o el arte, entre otros, de tantas personas que, cuando fallecen, los vivos les dedican calles, estatuas, parques, plazas, monumentos, etc.

Luego llegaron las guerras, y los vencedores darían sus nombres a las calles, retirando los nombres tradicionales. Con el tiempo el tema se corrigió parcialmente, y al poco apareció la Ley de Memoria Histórica, y es cuando Boris comenzó a pensar si era una Memoria o una Paradoja.

Llegó a ocurrir, cuenta Boris, que en el ayuntamiento de una ciudad se acordó retirar el nombre a una calle en aplicación de esta ley; en otra ciudad se acordó mantener ese nombre y en una localidad cercana a la primera, se inaugura un parque con el nombre de esa misma persona. Toda una paradoja de la memoria.

A continuación, llegaron los desfases históricos, que consisten según Boris en juzgar con la ética de hoy día, lo que se hacía en otros tiempos e incluso en la antigüedad. Por ejemplo, cierto filósofo griego de la época tenía esclavos, luego era un esclavista, por tanto, se le retira el nombre de la calle que lleva su nombre. Para Boris el contexto histórico de esa época era otro, y haber tenido o no esclavos no le quita valor a la grandeza de su obra. Hoy no hay esclavos, es cierto, pero sí que hay trabajadores en precario y también hay sescientoseuristas, que no es lo mismo, pero en algunos aspectos se parece.

Quizás la solución al tema de los nombres de las calles, pensó Boris, sería dejar de ponerles nombres de personas. Dejar que los historiadores y las historiadoras escriban con objetividad los hechos y sus contextos.

Boris cree que antes de vivir en una calle con el nombre de una persona que, con el paso del tiempo, nadie recuerda quién fue, preferiría una calle con nombres que aportaran algo más. Vivir en la “Calle de la Solidaridad”, por ejemplo, podría incluso marcar un carácter a los vecinos. “Calle de la Alegría”, “Calle de la Igualdad Real”, “Calle de la Confianza”, “Calle de la Amistad”, “Calle de la Felicidad” …, serían nombres que perdurarían al paso de la historia y a la paradoja de la memoria.

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