¿Quieres iniciar tu relato enganchando al lector hasta la segunda o tercera página? Entonces pon en práctica la intuición. Escribe durante diez minutos sobre la historia que ya tienes decidida, define la personalidad e intenciones de los personajes y decide sobre la voz narrativa más adecuada.

“Con intuición, imaginación y una aparente verdad. No creo en la inspiración, el asunto de escribir es un asunto de trabajo: ponerse a escribir a ver qué sale y llenar páginas y páginas, para que de pronto aparezca una palabra que nos dé la clave de lo que hay que hacer, de lo que va a ser aquello”, asegura el escritor mexicano Juan Rulfo. Piensa que nunca podrás perfeccionar una escultura hasta que no empieces a mancharte las manos, moldeándola con sus mil y una variantes. Igual ocurre con todas las disciplinas artísticas. Pocas obras han pasado de la cabeza del artista a la realidad totalmente decididas. Salvo las divinas.

Según Ernest Hemingway:

–“Escribe frases breves. Comienza siempre con una oración corta. Utiliza un inglés vigoroso. Sé positivo, no negativo.

–La jerga que adoptes debe ser reciente, de lo contrario no sirve.

–Evita el uso de adjetivos, especialmente los extravagantes como espléndido, grande, magnífico, suntuoso.

–Nadie que tenga un cierto ingenio, que sienta y escriba con sinceridad acerca de las cosas que desea decir, puede escribir mal si se atiene a estas reglas”.

A veces cuanto más sencillo y tranquilo sea el inicio, más eficaz:

“El coronel destapó el tarro del café y comprobó que no había más de una cucharadita. Retiró la olla del fogón, vertió la mitad del agua en el piso de tierra, y con un cuchillo raspó el interior del tarro sobre la olla hasta cuando se desprendieron las últimas raspaduras del polvo de café revueltas con óxido de lata”. (El coronel no tiene quien le escriba. Gabriel García Márquez)

Otras, un interesante flashback puede meter al lector en la historia desde la primera frase. Elije siempre un momento clave del personaje:

“No se oyó ni el ruido de la puerta. Daniel, como quien se asoma a ver qué pasa con la incertidumbre de lo que pasa, apareció sin más en nuestra alcoba. Mentiría si siguiera sosteniendo que creí que él viajaría a Londres ayer tarde. Además, pude haber conseguido la afirmación del viaje con sólo llamar a su estudio. No lo hice”. (La mirada del otro. Fernando G. Delgado)

O con alguna frase contundente de un personaje:

“–No morí –dice Jeanmaire con orgullo–. Eso querían ellos, pero yo no les hice el favor”. (El traidor del siglo. John Le Carré)

O con movimiento:

“El caballo se detuvo ante la puerta; el más viejo de los que le montaban se apeó y, luego de atarle, entró en la cocina; allí no encontró a nadie, y sólo volviendo, en el pasillo, halló a Manolo preguntándole qué deseaba”. (Los Bravos. Jesús Fernández Santos)

¿O qué tal con una descripción del protagonista?:

“El señor Escalé no llevaba la corbata floja, ni la ropa arrugada de haber dormido con ella, ni barba de tres días ni ojos de resaca eterna. No era el detective que se temían. Acababa de cumplir los sesenta y llevaba su edad con apariencia admirablemente saludable. Cabello blanco abundante, mirada franca y clara casi desafiante, sombra de sonrisa acogedora pero respetuosa con el dolor ajeno, cuerpo esbelto de movimientos flexibles”. (Juegos de navajas y vísceras. Andreu Martín)

O con una confesión:

“Mira, tío, tú no sabes nada de mí, vale. Y si sabes algo es porque has leído una de las historias del Mañas, que se dedica a contar historias de los demás, pero te aseguro que hay un mogollón de cosas que exagera y otras tantas que el muy listo se calla. Anda que no sé yo cosas sobre él que nunca cuenta, y te podría contar más de una. Como la vez que…”. (Ciudad rayada, José Ángel Mañas)

En definitiva, emborrona diferentes comienzos o imagina varios finales y empieza por ahí.

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